De Raúl Castro a Raúl González sin pasar por Zapatero
18 de marzo de 2015
Por admin

“La pequeña bola de ping pong puede servir para mover la gran bola de la Tierra”. Con su veta de mediocre poeta, fue así como el dirigente chino Mao Zedong definió el encuentro histórico de tenis de mesa entre China y Estados Unidos en 1971.

El gigante asiático y el coloso americano llevaban unos veinticinco años sin relaciones diplomáticas ni contactos turísticos, deportivos o de cualquier tipo. Era una incongruencia monumental, el ping pong sería el principio del deshielo. El equipo estadounidense había acudido a un campeonato con otras naciones en Nagoya (Japón). Casualmente, un jugador americano que había quedado descolgado de su delegación se subió instintivamente al autobús del equipo chino donde el tricampeón mundial Zhuang Zedong, en un inglés macarrónico y ante sus escandalizados compañeros, le regaló una bufanda. Al día siguiente el yanqui, Glen Cowann le correspondió con una camiseta con el signo de la paz y la frase de los Beatles “Let it be”.

Trascendió la pequeña noticia y Mao la cogió al vuelo. Dio rápidas instrucciones a Zhou EnLai para que invitaran a los estadounidenses a jugar en Pekín. Fueron, jugaron, los chinos recibieron instrucciones de dejarse ganar algún encuentro, y Zhou Enlai recibió los hasta ese momento detestados yanquis y soltó en el brindis: “ustedes han abierto un nuevo capítulo en las relaciones entre nuestros dos pueblos”.

Entre líneas había un mensaje. El presidente Nixon eliminó días más tarde las restricciones existentes en el comercio con China y al poco recibió una noticia por la que llevaba mendigando más de un año: Mao lo invitaba a visitar China. El americano se llevó una de las alegrías de su vida y haría, en trance emocional, una histórica visita a China. Al cínico de Nixon Mao lo subyugo: “era un coloso y, con la posible excepción de De Gaulle, no he visto a nadie que rezume tanta fuerza” escribiría en sus memorias.

El deporte entra en juego ahora en el 2015 en el reencuentro después de más de cincuenta años entre Cuba y Estados Unidos. Aunque Cuba no sea un gigante como China, Obama ha dado un paso histórico que ha causado una relativa sorpresa en Estados Unidos y una enorme alegría en la casi totalidad de Cuba que ve en la reanudación de las relaciones grandes ventajas sentimentales, hay multitud de cubanos que ahora podrán más fácilmente viajar a la isla, y económicas, a medio plazo el turismo estadounidense aportará enormes beneficios a Cuba.

Los dos países no han tenido en Cuba ninguna clase de encuentro deportivo en estas décadas y el primero será de fútbol. El Cosmos de Nueva York, aquel en el que jugaron Pelé y Beckenbauer y ahora lo hace nuestro Raúl, se enfrentará a la selección cubana el dos de junio en La Habana.

El partido deberá jugarse sin sobresaltos ni mayor apasionamiento pero será curiosa ver la reacción del público cubano ante la presencia de los capitalistas del norte. No es previsible que Raúl Castro o su ministro de Exteriores reciban a los yanquis, después de todo el fútbol no arrasa en Cuba ni en Estados Unidos, pero resultaría noticioso que los dirigentes cubanos tuvieran con ese motivo un gesto hacia la disidencia, liberando a media docena de personas, y nuestro Raúl, el del Real Madrid, pudiera comentar el día de mañana “con mis dos goles en La Habana yo ayudé a cambiar las relaciones cubano-estadounidenses, soltaron a unos pocos de la oposición…”. Celoso, Zapatero, que, intrigante, visitó Cuba sin dar cuenta al Gobierno español de sus intenciones, no le perdonaría al jugador que le robase el papel de mediador del mundo mundial del que él se ve investido.

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