Consumo y ahorro
9 de octubre de 2019

Los datos de contabilidad nacional correspondientes al segundo trimestre de 2019 muestran un cambio notable en la tasa de ahorro de la economía española. Tras una serie de años en los que ha tenido valores muy bajos, en el segundo trimestre de 2019 se ha producido un cambio claro de tendencia y el ahorro ha aumentado de forma significativa. Aún es pronto para saber si esta variable seguirá creciendo en los próximos trimestres, pero es posible que estemos ante una modificación duradera, indicativa de un cambio de fase del ciclo, que puede sostenerse en el tiempo. El deterioro de las expectativas llevaría a la gente a reducir su consumo ante un futuro incierto.

Si analizamos la evolución de esta variable en los últimos quince años, observamos un comportamiento cíclico interesante. En el período de fuerte crecimiento anterior a la crisis de 2008, la tasa de ahorro fue en nuestro país bastante baja, especialmente entre 2003 y 2007. Por ello, al producirse el cambio en la coyuntura, los hogares españoles, que habían gastado mucho en los años anteriores, se encontraron fuertemente endeudados. Ante esta difícil situación, el consumo privado se redujo y el ahorro creció, lo que llevó a una caída importante del endeudamiento de las familias españolas cosa que, por cierto, no ocurrió en el sector público. Esta mayor austeridad del sector privado tuvo como uno de sus resultados la reducción de la tasa de crecimiento de la economía española; pero sus efectos fueron positivos en el medio plazo, ya que contribuyó a sentar las bases de la recuperación que tuvo lugar a partir de 2014.

En los años siguientes el consumo volvió a crecer. Y hay varias razones que explican este hecho. En primer lugar, se redujo el paro y aumentó la renta disponible de las familias, que es la variable más relevante a la hora de tomar decisiones de consumo. Por otra parte, es posible que se produjera un efecto riqueza motivado por la recuperación –al menos parcial– del precio de la vivienda, que elevó el valor del patrimonio de muchos hogares, que había experimentado una caída significativa en años anteriores. Resulta, además, que los activos financieros en los que la mayoría de los españoles invierte pasaron a ofrecer rendimientos muy bajos, que no estimulaban precisamente el ahorro. Y hubo, sin duda, también un cambio de expectativas, que hizo que la gente pasara a considerar que su renta sería, en los años siguientes, superior a la que habían tenido en el período de la crisis. Y esta tendencia se ha mantenido hasta hace solo unos meses.

Menor demanda agregada

La pregunta, si la nueva tendencia se consolida, es: ¿el crecimiento de la tasa de ahorro es una buena noticia para la economía española o supone un problema, al reducir la contribución de la demanda interna al crecimiento del PIB? Estoy seguro de que vamos a escuchar en los próximos meses opiniones muy diversas, e incluso contradictorias, a este respecto. Desde un punto de vista keynesiano, se insistirá en los aspectos negativos que tiene la reducción de la demanda agregada sobre la actividad económica y el empleo. El argumento es que si se ahorra más –y se consume menos–, las empresas españolas reducirán sus ventas, lo que les obligará a despedir trabajadores, quienes, a su vez, verán reducida su renta disponible y su capacidad de consumo, generándose así un proceso a la baja que se autoalimenta.

Se trata, sin embargo, de un planteamiento bastante mecanicista, que deja a un lado cuestiones importantes. La primera es que, en economías abiertas, la caída del consumo se traslada parcialmente a las importaciones –como se observa en las últimas cifras de contabilidad nacional– y no es soportada en su totalidad por las empresas con sede en España. La segunda, que el ahorro es necesario para la solvencia, tanto de los hogares como del conjunto del sector privado, y para el crecimiento a largo plazo. Y no puede olvidarse, por fin, que en un país en el que el sector público está fuertemente endeudado –en cifras muy próximas al 100% del PIB–, el ahorro privado resulta aún más necesario.

Pero la reducción del consumo plantea, además, otro problema. Un político cortoplacista –especie bastante común, como es bien sabido– con deseos de ganar popularidad y votos puede defender la idea de que el dato muestra la necesidad de un mayor crecimiento del gasto público que permita que el Estado se convierta en el instrumento fundamental –e imprescindible– de estabilización de la economía. Y este razonamiento, en una nación a la que le cuesta mucho controlar el déficit público –incluso con tasas de crecimiento relativamente altas– y tiene una deuda pública tan elevada resulta muy peligroso. Pero no me cabe duda de que pronto escucharemos este tipo de argumentos. Es cuestión de tiempo… y no demasiado.

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