Ciudadanos en el laberinto
8 de julio de 2019

La estabilidad y la gobernabilidad de España constituye una variable esencial en un momento tan delicado como el actual. La persistencia de un crecimiento económico aun vigoroso está asentada sobre arenas movedizas y no puede ocultar la presencia de graves problemas estructurales, cuya magnitud se agranda en un entorno internacional cuajado de incertidumbre. Por otro lado, la cuestión catalana se ha enquistado y no presenta signo alguno de evolución positiva. En este contexto, la formación de un Gabinete sostenido por la extrema izquierda y por los independentistas corre el riesgo de llevar el país a una situación muy preocupante con incalculables consecuencias en el medio-largo plazo.

Ese es el resultado de la fragmentación político-parlamentaria nacida de las pasadas elecciones generales que fuerza a intentar la articulación de Gobiernos de coalición en un sistema democrático sin tradición en ese tipo de soluciones. En este contexto, el PSOE tiene la obligación de buscar y ofrecer fórmulas que hagan posible la constitución de un Gabinete, pero otros partidos han de estar dispuestos a contribuir a ayudar en esa tarea. La bipolarización en dos bloques antagónicos es ridícula en un marco en el que la dialéctica izquierda-derecha está quebrada y en el que en teoría existe un supuesto partido de centro, esto es, una formación cuya principal función es facilitar el binomio gobernabilidad-estabilidad.

Ciudadanos se ha definido desde sus inicios como una formación centrista. Sus oscilaciones y vaivenes ideológicos no permiten eludir su visión de una España no restringida a una elección entre rojos y azules. Parece evidente que esa concepción le ha dado los suficientes escaños para actuar como bisagra pero no para ser una opción capaz de encabezar un Gabinete. Esta es la realidad y todo indica que, salvo acontecimientos inesperados e imprevisibles, C’s no tiene capacidad de ser el partido más votado en unos comicios. No ha sabido o podido aprovechar la crisis del PP para convertirse en la fuerza que lidere el centroderecha español, lo que le sitúa en el punto de partida, esto es, en la posición que ocupaba en 2015.

Un partido centrista solo tiene razón de ser si es capaz de facilitar e influir en la constitución y en acción de gobierno de la izquierda y de la derecha que se alternan en el poder; nada más ni nada menos. La idea de una formación mayoritaria de centro-centro no solo es inviable con la presente ley electoral, sino que además sería negativa para la estabilidad del sistema político. La ocupación física del centro desincentivaría la competencia centrípeta de los partidos y se traduciría en una radicalización de la política. Esta dinámica desestabilizadora, la intrínseca al denominado pluralismo polarizado, fue descrita con maestría por Giovanni Sartori en su libro Partidos y sistemas de partidos.

Le guste o no, C’s ha perdido la ocasión de ser una de las dos fuerzas dominantes a izquierda y a derecha. Su estrategia parece condicionada solo y exclusivamente por intereses de carácter personal, los de su líder, empeñado en alcanzar la jefatura del Gobierno. Este sueño legítimo es al menos de momento inalcanzable. El no es no de Rivera a un acuerdo con los socialistas en ausencia de una posible alternativa de centroderecha es incompatible con su ubicación en el mapa político y con su pretensión de ser un factor corrector del bipartidismo. Además, es suicida. Si su pretensión es gobernar solo con el centroderecha, la utilidad de su voto desaparece. Siempre es mejor votar al original que a la copia.

Por añadidura, resulta poco explicable por qué su flexibilidad de pactos a escala autonómica y local está vedada en el ámbito nacional. Esta estrategia es inconsistente y resulta poco explicable. Es evidente que cualquier iniciativa ha de surgir del partido que tiene encargada la formación de Gobierno, el PSOE, pero también es cierto que C’s no parece dispuesto bajo ningún concepto a participar en un Gabinete de centroizquierda, lo que obliga bien a convocar unas nuevas elecciones, bien a reconstruir una coalición Frankenstein. Esta actitud, ¿está a la altura del delicado momento española? La respuesta es negativa y, desde luego, contraria a los intereses generales.

El único argumento real de C’s para no pactar con el PSOE es su reconocimiento de que su soporte electoral no es de centro, sino de centroderecha. Esto significa que carece de una base electoral real y propia, capaz de entender el papel de una formación bisagra en un esquema de partidos plural. Esta es también la demostración de su falta de un ideario sólido y consistente que le diferencie de manera sustancial de los socialistas y de los populares. Al margen de las importantes restricciones impuestas por la legislación electoral, los partidos autodenominados de centro solo pueden sobrevivir si tienen planteamientos ideológicos claros y definidos y hacen explícita su disposición a gobernar con la izquierda o la derecha.

El no es no de Rivera al PSOE solo cabría entenderse si fuese el líder de la oposición. Esto legitimaría y justificaría la necesidad de preservar la alternativa a los socialistas. Ahora bien, este no es el caso. Esa misión recae sobre el PP, a quien C’s no ha logrado desplazar. Desde esta perspectiva, ¿para qué sirven los diputados de C’s en el Congreso? La respuesta es para nada, salvo para esperar que se produzcan las circunstancias propicias para que su máximo dirigente gane algún día las elecciones.

Entre tanto, los ciudadanos deberán ir a las urnas o soportar un Gabinete cuya gestión no va a ser la que España necesita. En esto ha quedado la “nueva política” propugnada por quienes hace unos años consideraban el bipartidismo una maldición.

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