¿Christine Draghi?
3 de diciembre de 2019

Sorprenden los elogios que, desde hace ya bastante tiempo viene recibiendo Mario Draghi. El anterior presidente del Banco Central Europeo (BCE) es considerado, en ámbitos muy diversos, como el “salvador” del euro, o incluso de la Unión Europea misma. Y su mérito parece consistir en haber utilizado al Banco para hacer cosas que realmente no entran dentro de sus funciones; y en haber seguido estrategias que no sólo no están previstas en los textos de creación y regulación del BCE, sino que se encuentran muy lejos de las ideas de quienes crearon esta institución. La Unión Económica y Monetaria salió adelante gracias, entre otras cosas, a que sus potenciales miembros se comprometieron a abandonar la inestabilidad monetaria que había caracterizado a la segunda mitad del siglo XX y a dejar de utilizar los bancos centrales para financiar su gasto público. Pero la reducción sustancial de la inflación conseguida tras la puesta en marcha del euro ha sido un estímulo para comprometer al BCE en una política económica que va más allá de las competencias que en su día le fueron atribuidas.

Compra masiva de deuda

La compra masiva de deuda pública es, seguramente, el ejemplo más claro de esta ampliación de sus funciones. Es cierto que su Estatuto autoriza al BCE a comprar y vender este tipo de títulos para realizar operaciones de mercado abierto –es decir, actuaciones dirigidas a reducir o incrementar la liquidez del sistema– fundamentales en política monetaria (artículo 18); pero parece haberse olvidado que el artículo 21 prohíbe la adquisición directa de instrumentos de deuda de los Estados miembros. Y el argumento de que tales títulos se pueden obtener en el mercado secundario resulta poco convincente. Lo importante no es dónde o cómo se adquieren estos títulos, sino para qué. Y resulta bastante claro que las compras que el BCE ha realizado, y seguramente va a seguir efectuando en el próximo futuro, tienen muy poco que ver con las operaciones de mercado abierto y mucho con una política de ayuda al sector público de los Estados miembros, algunos de los cuales –entre ellos España, ciertamente– tienen un nivel de endeudamiento preocupante.

Por otra parte, una cosa en la que Draghi tiene razón es en su insistencia en que los Estados lleven a cabo reformas para hacer sus economías más estables y competitivas y no fíen a la política monetaria la solución de todos sus problemas económicos. Pero caben serias dudas con respecto a la coherencia de este planteamiento sensato y la política del BCE, que, de facto y aunque no sea su propósito, está creando incentivos a conductas poco responsables en algunos países de la Unión.

Sin embargo, Draghi ya es historia. El BCE tiene una nueva presidenta, Christine Lagarde, que hace pocas semanas tomó posesión de su cargo. Y lo cierto es que aún no está claro cómo piensa orientar la actividad de esta institución; y su último discurso no da demasiadas pistas sobre ello. Por una parte, pueden encontrarse en sus palabras indicios claros de continuidad con respecto a la política de su predecesor. Por otra, en cambio, Lagarde ha hablado de una “revisión estratégica” de la política del BCE, que empezará en un futuro cercano; sin que sepamos, por el momento, en qué podría consistir tal revisión.

Así ha afirmado que la política monetaria de los últimos años ha sido uno de los elementos claves de la recuperación económica de la zona euro; y que el BCE seguirá apoyando las economías de los países europeos; punto este último no sólo razonable, sino también un principio establecido en el artículo 2 del mencionado Estatuto. Pero ha puesto énfasis, al mismo tiempo, en la idea de que la política monetaria, tal como ha funcionado hasta la fecha, está llegando al límite y poco más se puede esperar de ella. La conclusión es que tienen que ser los Estados los que se replanteen su política económica y que adopten las medidas de reforma que la institución les viene reclamando desde hace mucho tiempo, pero sin crear incentivos serios para que tales cambios tengan lugar.

A mediados de diciembre se reunirá el Consejo de Gobierno del BCE y es posible que podamos entonces percibir con mayor claridad cuáles son los objetivos de la presidenta. Es posible que se decida a introducir cambios significativos en una política monetaria que ella misma reconoce que ya no da más de sí. Pero es posible también, que ante las indudables presiones que va a recibir, opte por una estrategia básicamente continuista de tipos de interés negativos –o incluso cada vez más negativos como algunos le van a pedir– y por mantener la compra generalizada de deuda. Ésta sería una mala noticia para Europa. Christine Draghi no es la presidenta del BCE que la Unión Monetaria necesita.

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