China se hace capitalista
22 de julio de 2016
Por admin

En 1949 Mao Tse Tung proclamó en Pekín la República Popular China. A lo largo de la primera mitad del siglo XX, la historia de esta nación había sido convulsa. Desde la caída del imperio en 1912, el país había sufrido todo tipo de guerras y conflictos internos, que se vieron agravados por la ocupación japonesa y una larga lucha contra los invasores, que duró hasta la derrota definitiva de Japón en 1945. Pero esto no significó, en absoluto, la paz.

Entre 1945 y 1949 China fue devastada por una nueva guerra civil entre los republicanos del Kuomingtang de Chiang Kai Shek y los comunistas de Mao. Tras su victoria, éstos introdujeron cambios radicales en la política ven la economía, dirigiendo el país hacia un modelo de tipo soviético. En esta línea, el gobierno aprobó en 1953 su primer plan quinquenal. Y, en los años siguientes, se intentó dar lo que, en el lenguaje de la propaganda oficial, se denominó «el gran salto adelante». Se trataba, en esencia, de desarrollar el país mediante una industrialización acelerada y una colectivización de la agricultura; pero la experiencia, como en tantos casos similares, fracasó.

China se había separado de la ortodoxia soviética y buscaba su propio modelo socialista. Pero los resultados de la planificación fueron muy negativos. Hubo hambres terribles y el país cayó en un caos total como consecuencia de la denominada «revolución cultual», dirigida, básicamente, a reforzar el poder del propio Mao, apoyado por las fuerzas más radicales del partido comunista. Unos años más tarde, sin embargo, las cosas cambiaron radicalmente. Tras la muerte de Mao, llegó al poder DengXiaoping, que había sido víctima de la revolución cultural.

Era el año 1978; y, a partir de aquel momento, la economía china fue reformada por completo. Se abandonó la colectivización de la agricultura; se fomentó el desarrollo de la empresa privada; el país aceptó grandes inversiones externas; se cerraron numerosas empresas públicas ineficientes y se privatizaron otras. Rasgo clave de las reformas fue la apertura al comercio internacional. China se convirtió en la gran nación exportadora; y, en 2001, ingresó en la Organización Mundial de Comercio. Y todo ello se hizo sin introducir grandes modificaciones en la organización política.

Al asentarse las reformas, se comprobó que, por extraño que pareciera, la economía de mercado era compatible con el sistema de partido único. Y la oferta que, desde el Partido Comunista Chino, se hizo a los empresarios del país para que se integraran en sus filas es una buena muestra de la peculiaridad del modelo. El resultado de estas reformas en el PIB y en el nivel de renta de sus habitantes ha sido espectacular.

Hoy China tiene la segunda economía del mundo por su dimensión; y, desde que empezaron a aplicarse las reformas, el país Mao Tse Tung y Deng Xiaoping ha crecido a una tasa media del 9-10 % anual. Pero la pregunta que mucha gente se plantea en la actualidad es: ¿dónde estará el límite de este crecimiento extraordinario? La respuesta a esta cuestión no es fácil.

Las estructuras y los organismos administrativos y reguladores característicos de un país en vías de desarrollo no son los mismos que su economía necesita cuando se aproxima a la madurez. Por ello, de la modernización de sus instituciones y sus finanzas va a depender, en buena medida, el futuro económico de esta gran nación. Confiemos en que China siga creciendo a buen ritmo a lo largo de los próximos años. A todos nos conviene. 

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