¿Beneficia la inversión extranjera directa a los países emergentes?
16 de abril de 2020

A lo largo de estos últimos días, hemos escuchado que múltiples analistas, principalmente de economía y geopolítica, culpaban a la globalización de la crisis sanitaria actual y la rápida expansión del virus. Dicha crítica, aun infundada (tal y como ponía de manifiesto hace algunas semanas Steven Pinker), se hacía extensiva a la escasez de material sanitario y medios preventivos en los países emergentes como uno de los pecados de la globalización, al tratarse de los supuestos efectos de la deslocalización empresarial de Occidente hacia ciertas regiones de África o América Latina. Este artículo desmentirá los hipotéticos efectos negativos de la inversión extranjera directa (IED) sobre los países emergentes, y resaltará cómo esta ha contribuido al desarrollo e incorporación a los mercados globales de los países más pobres.

En primer lugar, ha de destacarse un bien de capital intangible, que muchas veces puede escasear en ciertos entornos de negocios de los países emergentes, pero al que la expansión empresarial ha ayudado a aumentar sobremanera: el conocimiento, es decir, el know-how. Partimos de la base de que la estructuración e implementación de un programa de IED resultaría muy costoso para las compañías de tamaño mediano si tuvieran que desarrollarlo desde cero, lo que imposibilitaría en muchos casos su expansión internacional. Pero, tal como muestran teóricos como Luintel et al. [1], en este punto las multinacionales juegan un papel muy importante: a través de fuertes inversiones en investigación, innovación, desarrollo o directamente en capital fijo, actúan como entes generadores de conocimiento en los países emergentes. Dicho conocimiento crea claros efectos indirectos, que son aprovechados por negocios de menor tamaño para desarrollar sus proyectos en naciones en fase de desarrollo, con menos coste de entrada. Este proceso se encuentra actualmente en el punto álgido. Los datos de UNCTAD [2] para el año 2018 señalan que las 100 mayores empresas del mundo invirtieron más de 350.000 millones de dólares en investigación y desarrollo en países emergentes, más de un tercio de la cuantía total a nivel mundial. 

Asimismo, otro de los factores más relevantes del rol de las multinacionales en el flujo de IED es la transferencia del conocimiento previamente creado, la cual se realiza a través de las operaciones globales de estas grandes empresas. En un paper elaborado por Arnold et al., [3] que se centraba en el caso de Indonesia, se examina la productividad de sus plantas manufactureras en contraste con las fábricas de este país adquiridas y dirigidas por multinacionales occidentales. En el estudio se llega a la conclusión de que aquellas que eran propiedad de una matriz occidental y estaban dirigidas por ejecutivos trasladados allí presentaban una productividad total anual un 13,5% mayor que las fábricas nacionales. Tal como exponen los autores, dicho diferencial se debe principalmente a las transferencias de tecnología, equipamiento y capital intangible que se realizan desde la empresa matriz a la subsidiaria. Pero las conclusiones de Arnold y Javorcik no terminan ahí, sino que afirman, conforme a los datos, que las privatizaciones de negocios locales de países emergentes a manos de multinacionales experimentan un mayor incremento de la productividad que cuando estas son ejecutadas por empresas nacionales. Esto muestra que la dirección y gestión de las compañías por parte de matrices multinacionales en países emergentes supone un aumento casi automático de los niveles de productividad y eficiencia. 


Las transferencias de conocimiento a los países emergentes tiene un claro impacto sobre la productividad


Como se comentó, las transferencias de conocimiento a los países emergentes, junto con mayores inversiones en capital, tienen un claro impacto sobre la productividad total de las empresas involucradas. Si acudimos de nuevo a la literatura especializada, autores como Blalock o Gertler [4] muestran que dicho crecimiento genera claras externalidades positivas hacia los negocios locales, lo que beneficia a su vez el desarrollo intraindustrial y fortalece el tejido empresarial local de los países emergentes. Por otra parte, cabe resaltar que la IED facilita la integración de las cadenas globales de valor, al potenciar las exportaciones de compañías locales. No en vano, les facilita una vía de expansión hacia el mercado exterior a través de las ventas de bienes y servicios especializados, lo que llega a generar incluso nuevos mercados completos, antes inexistentes. Un análisis efectuado por Harding et al. [5] analizó el papel de la IED como incentivo a nuevas exportaciones y a la internacionalización comercial de empresas locales de países emergentes. Observaron que, en 77 de ellos, entre 1984 y 2006, el volumen de bienes y servicios propios vendidos al exterior se incrementó exponencialmente, tal como reflejan los modelos de diferencias en diferencias empleados por los autores en múltiples estudios. 

Asimismo, la IED tiene claras consecuencias positivas sobre el mercado de trabajo de los países emergentes. En este punto, no hablamos solo de creación de nuevo empleo, sino de un marcado salto cualitativo del ya disponible, tanto a nivel de condiciones laborales como salarial. Según datos del Banco Mundial [6], las empresas subsidiarias de las multinacionales occidentales pagan a los trabajadores locales de los países emergentes entre un 10% y 70% más del sueldo que estos ganarían en una compañía similar pero de propiedad local. En este mismo plano, cabe destacar que las multinacionales en estos países ofrecen de media muchas más oportunidades de formación, entrenamiento y desarrollo de habilidades. En concreto, atendiendo a diferentes estudios, como los de Filer et al., se observa que estas dedican 4,6 veces más tiempo de media al skill development de los trabajadores locales que las propias empresas del lugar. 

En conclusión, la IED constituye uno de los principales motores para el desarrollo de los países emergentes. La inversión privada internacional en ellos garantiza una correcta asignación de recursos y despliega una amplia red de incentivos y externalidades positivas, que afecta tanto a trabajadores como instituciones, e incluso a compañías locales previamente asentadas, al incrementar el nivel medio de productividad y eficiencia de todas ellas. La IED se trata de una oportunidad única y sin parangón de abrirse al mercado mundial para estas empresas y, asimismo, para el desarrollo socioeconómico de estas sociedades. En momentos de dificultad, es cuando más debe imperar la cooperación internacional: no dejarse llevar por los cantos de sirena proteccionistas y defender el libre comercio global. 


[1] Luintel K.; Khan, M., “R&D, Scale Effects and Spillovers: New Insights from Emerging Countries”, WIPO.

[2] UNCTAD (2019), World investment report: Special Economic Zones

[3] Arnold, J and B Javorcik (2009), “Gifted kids or pushy parents? Foreign direct investment and firm productivity in Indonesia”, Journal of International Economics 79(1): 42-53.

[4] Blalock, G and P Gertler (2008), “Welfare gains from foreign direct investment through technology transfer to local suppliers”, Journal of International Economics 74: 402-421.

[5] Harding, T, B Javorcik and D Maggioni (2019), “FDI promotion and comparative advantage”. 

[6] World Bank (1997), “Malaysia: Enterprise training, technology, and productivity”, World Bank, Washington, D.C.

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