Smart cities
26 de julio de 2020

Nunca las cualidades que convertían a la ciudad en el mejor lugar para trabajar han sido tan cuestionadas como en los últimos meses. El confinamiento domiciliario causado por el coronavirus dejó las calles desiertas, porque compartir un espacio físico suponía un riesgo de contagio. La necesidad de aislamiento ha puesto en duda las ventajas que hacían atractivas a las urbes frente a los núcleos rurales, por la inseguridad que implica toda aglomeración de personas. Esta desconfianza ha suscitado el descrédito de los principios establecidos por los expertos en gestión de ciudades, quienes preconizaban la superioridad de las metrópolis por el valor que generan sus asombrosas economías de escala en conocimiento y talento.

La ciudad sigue teniendo todo el sentido, y es fundamental que disponga de masa crítica para que se produzcan las sinergias derivadas de los contrastes entre intuiciones distintas. En las actividades de mayor valor añadido, conformar un gran equipo de talento multidisciplinar propicia una creatividad muy fecunda, porque suele ser holística. Estas génesis de innovación no se consiguen con una yuxtaposición de contribuciones individuales hechas a distancia. La clave del mejor futuro posible para la economía de un país pasa por contar con grandes ciudades inteligentes. Hoy, las SmartCities son las que atraen capital intelectual y dinamizan las tareas en las que se especialicen. En esas urbes, el empleo gozará de estabilidad, porque sus trabajadores habrán aprendido a reinventarse para acomodarse al cambio permanente de una sociedad instalada en la incertidumbre.

Fuente: Actualidad Económica

La valoración del atractivo de las ciudades se puede hacer desde diferentes criterios. El IESE Cities in Motion Index, que hace unos días presentaron los profesores de la Universidad de Navarra Pascual Berrone y Joan Enric Ricart, está enfocado a estimar la competitividad de las urbes, ponderación en la que el tamaño puntúa poderosamente. La presente edición de 2020 se fundamenta en diez dimensiones: capital humano, cohesión social, economía, gestión pública, gobernanza, medio ambiente, movilidad y transporte, planificación urbana, proyección internacional y tecnología. A su vez, estas variables se analizan a través de 101 indicadores, lo que hace que el índice constituya una ayuda muy útil, tanto para revelar fortalezas que favorezcan la adaptación de las ciudades a nuevas coyunturas adversas como para descubrir las debilidades a paliar.

Aunque las grandes metrópolis están mejor situadas en la clasificación, hay poblaciones de tamaño reducido que resultan beneficiadas por las variables relacionadas con la calidad de vida. El gráfico recoge las 58 urbes europeas de un estudio global de 176. Sorprende muy positivamente que haya 10 capitales españolas en esta selección. Destacan Madrid (puesto 25), Barcelona (26), Valencia (60), Palma de Mallorca (78), Sevilla (81), Málaga (82), Zaragoza (86), A Coruña (102), Murcia (104) y Bilbao (108). El mérito de sus respectivos alcaldes es encomiable, porque la renta per cápita de sus habitantes, frente a los de la mayoría de ciudades, no les ponía fácil el conseguir la calidad que han logrado.

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