Marruecos: un actor clave en la era pos-COVID
19 de junio de 2020

El pasado 30 de abril, Moulay Hafid Elalamy, ministro marroquí de Industrias, Mercado y Nuevas Tecnologías, aseguró que su país ya está apostando por una nueva era pos-COVID en la que quieren perfilarse como una alternativa de diversificación de suministros a empresas internacionales frente a China. También en ese sentido, Andrés Martínez, responsable del Departamento de Comercio Bilateral y Mercados Públicos de la Oficina Económica y Comercial de España en Rabat, aseguró que Marruecos va a ser uno de los grandes beneficiados de la era pos-COVID-19.El país del Magreb busca una mayor liberalización, que lo haga aún más atractivo para sus vecinos y aliados de Occidente. España no solo podría convertirse en uno de los socios más favorecidos por esta estrategia, sino en un impulsor de la apertura.

Y es que, Marruecos es un país excepcional históricamente: la única monarquía en el norte de África, que nunca formó parte del Imperio Otomano, no se alineó con la Unión Soviética durante la Guerra Fría, no desarrolló el modelo socialista de Nasser, ni fue dominado por ninguna potencia extranjera hasta el siglo XIX. Todos estos factores han contribuido a que goce, desde su independencia en 1956, de una situación política estable respaldada por las naciones occidentales. 

Mohammed VI, el rey de la dinastía alauí desde 1999, ha aportado una era de reformas. Internamente, ha promovido la protección de derechos humanos, especialmente la igualdad de la mujer, así como la cultura amazigh. Además, ha llevado a cabo una política antiterrorista bastante exitosa, un punto clave para sus relaciones con Occidente, pues muestra su acercamiento político y económico. Por ello, la revista Times lo apodó “The Cool King” (El Rey Guay) en 2006, lo que consolidó al gobierno marroquí en las relaciones internacionales.

En lo referente a la relación bilateral entre España y Marruecos, la complejidad y la necesidad han constituido sus características principales. Su relación se basa en la hipótesis de “socios naturales”, la cual defiende el bienestar de dos países sustentado en la complementariedad comercial y la proximidad geográfica. Pero no ha resultado tan fácil: la cercanía física junto con la importante presencia marroquí en España han sido un arma de doble filo. Por un lado, han servido para la unión de ambos en materia política, económica, de seguridad, cultural y demográfica. El primer acercamiento tuvo lugar en julio de 1991, año en el que firmaron un Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación. Se articulaba en principios de convivencia, tolerancia y respeto mutuo, con el objetivo de evitar el uso de la fuerza armada en caso de conflicto. España empezó a desarrollar entonces la política exterior de “colchón de intereses”: la clave de la buena relación está en los beneficios mutuos que aportan los contactos económicos y comerciales, que, a su vez, previenen de tensiones políticas. Más recientemente, el 14 de febrero del 2019, los dos países firmaron 11 acuerdos bilaterales, de los cuales el más destacable es un Partenariado de Energía. Sin embargo, esta proximidad geográfica, que conlleva una necesidad de cooperación, ha traído también problemas. Las delimitaciones fronterizas, especialmente las marítimas, han constituido, y todavía hoy, una fuente de fricción. El anhelo marroquí de unificar lo que una vez fue su reino ha generado desconfianza por parte del gobierno español, y ha propiciado, no solo una mala imagen de España en el escenario internacional, al mostrar su debilidad para establecer su soberanía, sino que también ha encendido alarmas internas. Desde “La Marcha Verde” de 1975 que, bajo el reinado de Hassan II, pretendía unificar el Sáhara Occidental, del cual España es todavía la potencia administradora in iure, hasta las consecuencias de la rivalidad argelino-marroquí, que han amenazado las Zonas Económicas Exclusivas de los territorios insulares de nuestro país. En este aspecto, el incidente más relevante fue el de la isla de Perejil, que llevó a un conflicto militar de los dos países en julio del 2002. La ocupación de esta isla evidenció las limitaciones de la teoría del “colchón de intereses” en lo referente a la estabilidad de las relaciones diplomáticas, puesto que las de índole comercial crecieron un 27% durante el 2001 y el 2003.

En esta relación, también entra otro factor en juego: la pertenencia de España a la Unión Europea (UE). Nuestro país presenta una característica única y fundamental frente a los demás miembros: posee territorios en el continente africano, por lo que, junto a Francia, desempeña un papel clave en las relaciones entre la organización y Marruecos. En 1995, se firmó la Declaración de Barcelona, un acuerdo de asociación UE-Marruecos que inició las relaciones euromediterráneas. Este pacto estableció parámetros de liberalización comercial mutua, como la de productos agrícolas, pesqueros y bienes industriales, la cual entraría en vigor a partir del 2012 (Acuerdo Agrícola UE-Marruecos 2012, Acuerdo de Pesca bilateral 2014). En 2003, la Política Europea de Vecindad fortaleció la cooperación, pues consolidó a Marruecos como socio privilegiado, al otorgarle un Estatuto Avanzado. A través de estas políticas, la UE ha perfilado las reformas económicas del gobierno marroquí, especialmente las que facilitaron la creación de zonas francas. Siguiendo el modelo liberal del North Atlantic Free Trade Agreement (NAFTA), los miembros de la UE han desarrollado infraestructuras (puerto de Tánger Med; fábrica Renault-Nissan) y eliminado aranceles a los productos industriales, convirtiendo así “el colchón de intereses” en un fin en sí mismo, en lugar de en un arma diplomática.


La relación de España y Marruecos se centra ahora en la integración de operaciones empresariales en una misma cadena de valor


La relación de España y Marruecos ya no se centra en el intercambio mercantil de bienes agrícolas, sino en la integración de operaciones de las empresas en una misma cadena de valor, en sectores como el textil o la automoción. Este cambio ha propiciado que, durante 2012 y 2018, se duplicaran los flujos comerciales, hasta posicionar a España como el primer socio comercial marroquí (responsable del 17% de su PIB), tras superar a Francia. Este hecho es una consecuencia de la cooperación bilateral, a través de la cual nuestro país ha promovido la liberalización del país africano, dotando de valor a los productos que desarrollan en conjunto y permitiendo que Marruecos pueda entrar en el mercado europeo y beneficiarse de la competitividad de este.

 En cuanto a España, Marruecos se trata de su segundo socio más importante (no comunitario), por detrás de Estados Unidos. Le corresponde casi el 50% de lo que nuestro país factura a África. Se sitúa como el primer miembro de la UE, con un 36,3 % del total de las exportaciones comunitarias, según la Oficina Económica y Comercial de España en Rabat. A España le interesa la modernización y liberalizaciónde Marruecos para seguir beneficiándose de su relación,a través de los costes más bajos de producción y materias que ofrece el país, y de la unión frente a amenazas mutuas (narcotráfico, inmigración, terrorismo). Además, Marruecos sirve como una entrada al mercado africano, pues se trata de un Estado estable, que lleva a cabo políticas exteriores de desarrollo en el continente y el cual proporciona el 42% de sus flujos.

La pandemia ha supuesto un parón económico mundial que España no podía permitirse. La cercanía geográfica a Marruecos y los intereses comunes han favorecido que, pese a algunos roces, los dos países hayan buscado una buena relación que les beneficie. España se encuentra, a día de hoy, en una buena posición como socio de Marruecos, lo que podría explotarse para sobrellevar, no solo los nuevos desafíos económicos que se nos presentan, sino también los sociales. En definitiva, el reino alauí constituye una de las entradas más fiables al mercado africano, el continente vecino (y parte de España) que juega un papel importante en la estabilidad y seguridad de nuestro país en todos los aspectos.


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