La política económica del presidente Biden
26 de noviembre de 2020

Resuelto el debate sobre quién ha ganado realmente las elecciones presidenciales norteamericanas, la cuestión ahora es saber cuál puede ser la política económica del país en los próximos años. Y no resulta fácil hacer predicciones. No parece que Joe Biden sea un hombre de profundas convicciones en ningún sentido. Se trata, por el contrario, de un político avezado que –utilizando la terminología de Buchanan– puede ser caracterizado como un maximizador de su propia función de utilidad. Por otra parte, está al frente de un partido poco cohesionado y sin ideas claras. Junto a una mayoría moderada –la que le permitió derrotar en las primarias demócratas a un radical como Sanders–, el partido tiene un ala izquierda de la que el nuevo presidente no va a poder prescindir y a la que tendrá que hacer algunas concesiones.

Es importante señalar que el fracaso de los demócratas en su intento de conseguir la mayoría en el Senado va a condicionar también, sin duda, la política del nuevo presidente. Una de las reclamaciones de la izquierda de su partido en estas elecciones ha sido aprovechar la indefinición de la Constitución respecto al número de jueces que forman el Tribunal Supremo para ampliar el número de sus miembros y compensar la clara mayoría conservadora que hoy tiene. Se trataría, en esencia, de recuperar la maniobra que ideó Franklin Roosevelt cuando el Supremo declaró inconstitucionales algunas de las leyes del New Deal en la década de 1930. Aunque aún hay dos escaños por decidir –lo que podría permitir a los demócratas conseguir el mismo número de senadores que los republicanos y utilizar el voto de la vicepresidenta, que será también presidenta del Senado, para obtener la mayoría 51/50– la estrategia parece destinada al fracaso, dado que algún senador demócrata moderado ha manifestado que en ningún caso se prestaría a apoyar tan lamentable maniobra política. Por otra parte, Biden conoce muy bien esta Cámara y a sus miembros, y no tendría sentido que buscara enfrentamientos en ella.

Aunque su trayectoria ha sido la de un político moderado, el nuevo presidente hizo en la campaña algunas promesas electorales que resultan preocupantes. Su idea de que determinados controles de precios –por ejemplo, los salarios– deben ser apoyados porque “dignifican” y “empoderan” podría abrir una vía en favor de un mayor intervencionismo en los mercados, con consecuencias muy negativas para la economía norteamericana. En concreto, su propuesta de fijar un salario mínimo federal de 15 dólares por hora porque los trabajadores lo “merecen” tendría como efecto –especialmente en una crisis como la actual– la reducción tanto del número de empleos como del número de horas trabajadas. Si a esto añadimos una casi segura subida de impuestos –a pesar de los buenos resultados de las rebajas de Trump–, hay razones para pensar en un deterioro de las expectativas en el medio plazo, que el presidente tratará, seguramente, de compensar con otro tipo de políticas, como las orientadas a un mayor gasto público, no exentas de riesgo.

Proteccionismo comercial

Pero hay otras dos cuestiones muy relevantes, en las cuales las estrategias seguidas en los últimos años deberían ser replanteadas. La primera es la política comercial exterior, que ha orientado al país hacia un mayor
proteccionismo, que ha generado problemas no sólo a algunos sectores de la economía nacional, sino también a las relaciones exteriores de Estados Unidos en el sentido más amplio del término. No me cabe duda de que el actual presidente no hizo las cosas bien en este campo. Pero tampoco tengo claro que Biden vaya a cambiar esta política de forma significativa. Seguramente se moderarán las formas y se negociará de otra manera, pero no hay evidencia de que se vaya a diseñar un plan dirigido a lograr una mayor apertura comercial en el próximo futuro.

La segunda cuestión es la política monetaria. Los datos en este caso son contundentes: el crecimiento de la oferta monetaria de Estados Unidos
en los últimos años es el mayor que ha experimentado el país en época de paz. Diversos factores –entre ellos, la pandemia del covid-19– han impedido que este fortísimo aumento de la cantidad de dinero haya generado inflación. Pero no sabemos cuánto puede durar tal situación ni cuándo los precios mostrarán los efectos de esta política. Trump ha presionado a la Reserva Federal para que mantenga su expansión monetaria, que ayuda a su política de debilitar el dólar para mejorar el saldo exterior del país. Y no sabemos lo que hará Biden. No parece probable que, al menos a corto plazo,
el país vuelva a una política monetaria más ortodoxa, que, por otra parte, encontraría resistencia entre muchos de los que han apoyado a los demócratas en las últimas elecciones. Pero el problema existe y, antes o después, habrá que afrontarlo.

¿Qué podemos, en resumen, esperar de la política económica del nuevo presidente norteamericano? Como he dicho, es muy difícil predecir lo que puede pasar o en qué grado Biden optará por más intervencionismo y más gasto público. Dependerá en buena medida del juego de fuerzas dentro del Partido Demócrata y de las relaciones del Ejecutivo con la oposición republicana. Pero a todos –también a quienes no votamos en Estados Unidos– nos interesa mucho.

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