La medicina y la enfermería, al rescate
10 de julio de 2020

No puede decirse que los progresos de la medicina y de la sanidad hayan sido rápidos a lo largo de la historia. Hubo que esperar hasta fechas bastante recientes para encontrar cambios significativos, que redujeran la mortandad que provocaban las plagas y las guerras. En el siglo XIX se dieron va, sin embargo, algunos pasos importantes en este sentido. Dos fueron especialmente relevantes: la inmunización por medio de vacunas y la asepsia.

Aunque hubiera algunos precedentes, la primera vacuna, en el sentido moderno del término, se debe a un médico inglés de finales del siglo XVIII, llamado Edward Jenner, quien descubrió que, inoculando fluidos con viruela bovina se podía prevenir el contagio de la denominada viruela humana, una enfermedad terrible hasta entonces. El método de Jenner se extendió por el mundo, no sin algunas resistencias. Pero su éxito fue innegable. Y esto hizo que se fueran descubriendo nuevos tipos de vacunas. En la década de 1880, el bacteriólogo francés Louis Pasteur abrió el camino a la que suele denominarse «segunda generación» de vacunas. Y antes de fin de siglo se disponía ya de vacunas contra enfermedades como el antrax, la rabia, el tétanos, la difteria ola peste. Muchos millones de vidas se salvaron, sin duda, con estos avances médicos.

Higiene en el campo de batalla

El segundo cambio importante en el campo de la sanidad parecía mucho más fácil de conseguir. Y, a pesar de ello, hubo que esperar mucho tiempo para que la higiene se considerara un elemento fundamental en la sanidad, sobre todo en situaciones en las que una persona ha sido contagiada de una enfermedad o ha sido herida en cualquier circunstancia. En los artículos anteriores hemos hablado de grandes guerras que provocaron, en algunos casos, millones de muertos. La imagen que todos tenemos de una guerra es la de dos grupos de hombres combatiendo uno contra otro, con el resultado de que muchos de ellos mueren en el campo de batalla. Pero, si se analizan con cuidado los datos, se observa que los caídos en combate suponen sólo una parte -y no la principal- de los fallecidos en un conflicto bélico. La mayor parte de éstos mueren -y, sobre todo, morían en el pasado- a causa de enfermedades e infecciones de todo tipo, que son mucho más peligrosas que las balas enemigas.

Por ello es sorprendente cuánto tardaron los cuerpos sanitarios de los ejércitos en adoptar medidas adecuadas en sus campamentos y hospitales. Un conflicto bélico que ha pasado a la historia, entre otras cosas, por haber visto el nacimiento de la enfermería moderna fue la Guerra de Crimea. Y en ella desempeñó un papel muy relevante una mujer que, con un equipo de 38 enfermeras voluntarias a su cargo, llegó al frente el año 1854. Su nombre era Florence Nightingale y contribuyó de una manera fundamental a la introducción de medidas de higiene en los hospitales militares.

El año 1853 había comenzado una guerra entre Rusia y, el Imperio Otomano, con muy malos resultados para los turcos. Preocupados por la expansión rusa en los Balcanes, Gran Bretaña y Francia acudieron en ayuda de Turquía y declararon la guerra a Rusia, lo que dio origen a un enfrentamiento militar cuyo principal escenario fue la península de Crimea. Aunque el campo de batalla estaba muy lejos, los efectos de la guerra preocupaban mucho en Inglaterra por la cantidad de soldados que morían en la campaña, la gran mayoría de ellos de cólera, tifus, disentería e infecciones de todo tipo. Y tanto la llegada del equipo de Nightingale como la creación de una comisión por el gobierno británico cambiaron la situación de manera radical. La higiene y la asistencia sanitaria redujeron la mortalidad de forma significativa en muy poco tiempo.

Florence Nightingale se convirtió en una figura muy popular que despertaba la simpatía y la admiración de mucha gente. Y las ayudas de todo tipo empezaron a llegar, lo que le permitió crear en 1860 la primera escuela de enfermería, cuya influencia se extendería pronto por todo el país. Y fuera de Gran Bretaña su obra sirvió de modelo, entre otros, a Henri Dunant, el fundador de la Cruz Roja, la institución creada por este banquero suizo el año 1863, que tanto bien ha hecho a muchos millones de personas a lo largo de su historia en tiempos de guerra y, en tiempos de paz.

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