La inflación mal diagnosticada
7 de agosto de 2021

Los grandes Bancos Centrales y muchos economistas à la mode aplican teorías erróneas de la inflación, que les han llevado primero a descontar que las subidas de precios continuadas pudieran volver; luego, a augurar que el repunte de los precios sería de corta duración; y por fin, que sería fácilmente reversible con un aumento de los tipos de interés por los Bancos Centrales. Por contraste, los denostados monetaristas hace tiempo que llevamos avisando de que la política de bajos tipos de interés y grandes compras de activos financieros por los bancos centrales auguran una peligrosa vuelta a las subidas continuadas de precios.

Es sabido por quien debería saberlo que una inflación traída por el aumento de la oferta de medios de pago comienza por un alza de los valores inmobiliarios, luego de las cotizaciones bursátiles y las commodities y, por fin, tras una corta reactivación productiva, las subidas de los precios al consumo. Lo tenemos delante de los ojos. En EEUU ya suben todos los índices. Y hace tiempo que se encarecen las propiedades inmobiliarias: el índice Case-Schiller de precios de la vivienda ha mostrado subidas ininterrumpidas desde diciembre de 2011, especialmente rápidas desde marzo de 2020. Los Índices Dow Jones, Nasdaq y SP500, después de las caídas de 2007-8 y las dudas del Covid- 19, suben todos sin parar. Y después de seis años de estabilidad, el índice de precios de las commodities, especialmente el petróleo y los semimetales, se han disparado al alza en 2020 y 21. Parecía que el índice de precios de consumo estaba a salvo, pero el de los EEUU ha aumentado en junio un 5,4%, cuando el objetivo de inflación de la Reserva Federal un mes con otro es el 2%. Las señales de un repunte inflacionista también se ven en Europa: por fijarnos en lo que nos concierne, en España la subida de precios de consumo respecto del año pasado es ya de casi un 3%. Intentan convencernos de que la subida será transitoria…

Los banqueros centrales

Los banqueros centrales parecen haber olvidado que la inflación es en todo tiempo y lugar un fenómeno monetario, como memorablemente dijo Milton Friedman. Cuando en mis conversaciones con las autoridades monetarias americanas, europeas, británicas, señalo que la mejor explicación y predicción de los fenómenos inflacionistas es la llamada ‘Teoría cuantitativa’ (MV=PY), me miran con un aire cariñosamente protector, como a quien hay que perdonar el error de la ignorancia.

Recordemos la fórmula de esa teoría cuantitativa, tras efectuar una mínima reordenación algebraica: P=M (V · 1/Y). Significa que el índice de precios P aumentará a un ritmo más o menos semejante al de M, la oferta monetaria, suponiendo que la velocidad de circulación del dinero V y la producción de bienes y servicios Y evolucionan de forma tranquila y predecible.

Es verdad que los banqueros centrales admiten que, a largo plazo, grandes y continuados aumentos de la oferta de medios de pago traen inflación e incluso hiperinflación, como está ocurriendo en Argentina, Cuba o Venezuela. Pero en los países civilizados, añaden, en los que se busca mantener las subidas de los precios un año con otro en un 2%, la teoría cuantitativa es poco precisa. La prueba de ello, dicen, es que, tras la gran expansión del dinero creado por los Bancos Centrales para combatir la crisis de 2008, la tasa de inflación no se movió o incluso disminuyó. Así, en los EEUU, aunque en ese año y el siguiente la Reserva Federal triplicó la llamada base monetaria, no ocurrieron las temidas alzas de precios. Esa experiencia ha llevado a que las autoridades monetarias dejen de mirar siquiera las variables monetarias para predecir inflaciones.

El error está en que la base monetaria (conocida como M1 y compuesta principalmente por monedas y billetes) no es el agregado crucial para predecir la inflación, sino que lo es un agregado más amplio llamado M3, que incluye los depósitos bancarios, la forma principal de liquidez en las economías actuales. En 2008-9, la notable expansión de la base monetaria no se trasladó al crédito ni a los depósitos bancarios ni a los precios porque se endureció la regulación para evitar que se repitieran las especulaciones de inicio de siglo. La situación es diferente hoy: la definición amplia de la oferta monetaria M3 en EEUU ya muestra aumentos del 9,4% en los tres meses hasta junio; sólo en diciembre pasado la oferta monetaria en sentido amplio aumentó un 17,2%. Son aumentos que inevitablemente acabarán disparando la inflación.

Teorías keynesianas

En su Teoría general (1936, cap. 21) Keynes quiso aplicar la teoría del precio micro a la economía en su conjunto: el nivel de precios se elevaba cuando la demanda global era mayor que la oferta agregada. Para él no podía haber inflación mientras hubiera recursos ociosos, en especial mientras hubiese desempleo. Sólo cuando los recursos del país estaban totalmente empleados, podía un aumento del gasto público o de la demanda de familias y empresas disparar los precios al alza. Sostenía pues que era imposible que hubiera paro con inflación, como, fenecido el maestro, de hecho ocurrió en los años sesenta con las crisis del petróleo.

Una forma particular de esta teoría keynesiana de la inflación es la que atribuye las alzas del nivel general de precios a los cuellos de botella de diversos sectores, como consecuencia de la pandemia. Pero esos estrechamientos de la oferta tienen todo lo más el efecto de aumentar los precios relativos en esos solos mercados. Explicar la inflación por el encarecimiento de la electricidad o por las subidas de los salarios, o de la carne de cerdo pasa por alto el que esos precios parciales no se contagian al nivel general de precios si los Bancos Centrales no los validan con un aumento de la oferta monetaria. Si la oferta monetaria no se mueve, otros precios tendrán que bajar. En especial, la tan temida espiral inflación-salarios-inflación, desemboca en mayor desempleo y no en continuas subidas del nivel de precios, si los Bancos Centrales mantienen estable la oferta monetaria.

Keynes no tenía ninguna fe en el instrumento de los tipos de interés para manejar la economía (1936, Cap. 23, pg. 339), al contrario de los keynesianos de hoy. Es verdad que, al fin y a la postre, el subir el precio del dinero reducirá la cantidad demandada del mismo, pero es ése un instrumento burdo y contraindicado: los Bancos Centrales no controlan los intereses a largo; y la repentina vuelta a la normalidad financiera puede tener duros efectos sobre los individuos y las empresas endeudados.

Milton Friedman y Ana Schwartz acertaban al mantener que la forma más directa de embridar el PIB monetario y evitar la temida inflación sin grandes destrozos era trabajar con la cantidad de dinero, no los tipos de interés. Por eso sostengo que la política monetaria de mantener tipos de interés cercanos a cero, junto con la insistencia en el quantitative easing, y el descontrol de los grandes déficits públicos, nos abocan a un preocupante renuevo de la inflación.

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