La inflación de 2022 y las experiencias del pasado
31 de mayo de 2022

La cuestión es compleja porque cabe presentar argumentos a favor y en contra de una respuesta afirmativa. Tendríamos que contestar que sí, si pensamos que tanto los banqueros centrales como los economistas somos hoy conscientes del peligro que supone dejar caer la oferta monetaria en un momento de crisis económica. Como afirmó Ben Bernanke en su conocido discurso con motivo del 90 cumpleaños de Milton Friedman, al hacer referencia al torpe comportamiento de la Reserva Federal en los años de la Gran Depresión, que dio pie a una reducción sustancial de la cantidad de dinero con efectos desastrosos sobre la economía: » Gracias a usted, no lo volveremos a hacer». Y, afortunadamente, no lo hemos hecho. Pero me temo que los banqueros centrales – y buena parte de los economistas – no han sido plenamente conscientes – o se han olvidado – del peligro que supone financiar un programa extraordinario de gasto público mediante la compra masiva de deuda pública por los bancos centrales. Hace sólo unos días asistí a un seminario organizado por el Institute of International Monetary Research, cuyo objetivo era analizar la inflación actual a la luz de la experiencia por la que pasaron diversos países occidentales en la década de 1970, el último gran período de inflación en el mundo occidental. El ponente era Bill Robinson, un conocido experto británico en política monetaria, quien apuntó algunas ideas interesantes sobre el tema; la más provocativa de las cuales fue, seguramente, su afirmación de que una de las razones que explican la mala gestión llevada a cabo por los bancos centrales de EEUU y Europa a lo largo de los dos últimos años es el hecho de que quienes están hoy a cargo de estas políticas no eran economistas en activo en la década de 1970 o, incluso no había tenido siquiera sus primeros contactos con el análisis económico en aquella época. A muchos no les gustará esta idea. Pero sería un error dejar a un lado este comentario y considerarlo como el lamento de un viejo economista a quien las nuevas generaciones hacen poco caso. Yo nunca había planteado el tema en la forma en la que lo hizo Robinson; pero creo que su observación coincide con una idea que, de otra manera, he expuesto en público en diversas ocasiones: ¿por qué nos hemos olvidado de lo que aprendimos hace cuarenta o cincuenta años y repetimos equivocaciones que parecía que habían pasado al baúl de la historia hace ya bastante tiempo? Con el agravante, además, de que, en su día, la conciencia del problema había hecho que se introdujeran reformas importantes en la regulación de los bancos centrales y en la forma de llevar a cabo la política monetaria. El diseño de la Unión Monetaria Europea y el Estatuto del BCE son buenos ejemplos de ello; pero no son los únicos, ciertamente. Es decir, sabíamos que el peligro de emitir dinero para financiar el gasto público existía. Y habíamos procurado conjurarlo creando unas instituciones más sólidas y fiables… hasta que unas circunstancias especialmente duras nos llevaron a equivocarnos otra vez. Medidas antiinflacionarias. Parece que hoy los bancos centrales reconocen, por fin, que la inflación actual no es un fenómeno » temporal», como afirmaban hace sólo algunos meses; que la situación se les ha ido de las manos y que tienen que adoptar medidas para frenar el crecimiento del nivel de precios; y la cuestión relevante ha pasado a ser cómo y cuándo aplicar tales medidas. Y no es una decisión fácil. Las medidas antiinflacionarias pueden cortar el crecimiento de las economías que aún están recuperándose de la recesión de 2020, lo que preocupa – con razón – tanto a políticos como a banqueros. Pero posponer la política de estabilización y permitir que los precios sigan subiendo puede tener como efecto que el ajuste posterior deba ser más duro. Existen, por tanto, dudas razonables sobre aspectos concretos de la aplicación de la estrategia antiinflacionaria. Pero una cosa que quienes gestionan la política económica deberían asumir y dejar clara a la opinión pública desde el primer momento es que el ajuste tendrá costes. Cuando se han cometido errores en política económica, rara vez se pueden corregir sin pagar un precio. Y no cabe duda de que ese precio será mayor para las economías más débiles y endeudadas. También, a la hora de asumir estos efectos, puede ser útil estudiar la experiencia de los años 1970 y primeros 1980. Sabemos cómo Paul Volcker resolvió el problema de la inflación de aquellos años en Estados Unidos y sentó las bases para un periodo posterior de estabilidad y crecimiento. Pero su política monetaria contractiva, con fuertes subidas de los tipos de interés, tuvo a corto plazo costes elevados en términos de actividad económica y empleo. Y en una situación similar – aunque de menor gravedad – nos encontramos hoy. Reflexionando sobre su actuación como presidente de la Reserva Federal, escribió: » Mi filosofía se basa en la idea de que no tenemos otra opción que enfrentarnos a la inflación, porque con el paso del tiempo la inflación y el paro siguen caminos paralelos… ¿No es ésta la lección que nos enseñan los años 1970?» Suscribo sus palabras.

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