La globalización tecnológica, una clave contra la pobreza
21 de febrero de 2020

Aunque el proceso de globalización no sea algo nuevo y lleve siglos desarrollándose, el acontecimiento reciente más importante con relación a este proceso en su dimensión económica ha sido la internacionalización financiera y tecnológica, que data prácticamente de finales del siglo XX, y que ha generado la mayor controversia entre economistas, analistas políticos y expertos en desarrollo y pobreza. Se han mantenido largos debates alrededor de este tema y otros conexos como la desigualdad intranacional (que ha disminuido abruptamente), o la difusión tecnológica. La introducción y discusión de nuevas teorías e ideas entre personas con opiniones variadas no supone en absoluto un obstáculo. El problema viene cuando el diálogo pierde su racionalidad, el respeto por la evidencia empírica, y se torna en dogmatismo y argumentos espurios. Esto ha ocurrido recientemente con algunos sectores de la izquierda y la derecha proteccionista (movimientos alt-right), que han dado la espalda a los datos y han contaminado el debate. Frente a esto, trataremos de ofrecer, sustentada en evidencias, una breve imagen de cómo la globalización ha ayudado a reducir la pobreza y a mejorar el nivel de vida en países en vías de desarrollo, así como algunas pinceladas sobre por qué la difusión tecnológica no siempre se trata del factor más importante en el desarrollo moderno, sino que lo es su adopción y correcto uso en sistemas económicos emergentes.

Según un importante estudio publicado por el Yale Center for the Study of Globalization, y producido por Laurence Chandy y Geoffrey Gertz en 2011 (With Little Notice, Globalization Reduced Poverty- Yale University), el proceso de globalización ha sido uno de los conductores principales de la reducción de la pobreza a lo largo de las dos últimas décadas. El Banco Mundial registra como “pobreza absoluta” vivir con menos de 1,90 dólares por día, ajustados a la paridad de poder adquisitivo (PPA) de 2011. Los niveles de pobreza globales se encontraban por encima del 36% en 1990, disminuyeron al 25% en 2005, y se sitúan casi en el 9,5% hoy en día. Esto, se mire como se mire, constituye un rotundo éxito, pero no significa que todo el trabajo esté hecho.


Los niveles de pobreza globales se hallaban por encima del 36% en 1990, y no alcanzan el 9,5% hoy en día


En este proceso de disminución de la pobreza, los países pueden dividirse en dos grandes grupos según su rendimiento. En un lado, se hallan China e India, y en el otro, todos los demás. Algunos datos disponibles en el citado estudio alcanzan solo hasta 2005, pero podemos observar cómo, en 1970, más del 84% de la población china vivía en la pobreza absoluta, mientras en 2005 había caído al 16%, y siguió contrayéndose hasta el 0,7% registrado hoy. Un dato brutal: en un país con más de mil millones de ciudadanos, una reducción de la pobreza desde el 84% de la población a menos del 0,7%, en menos de 50 años, tiene una gran repercusión para el nivel de vida a escala global. Pero esta disminución no se ha producido de igual forma en todos los países o regiones. Aunque casi todos han mejorado su situación socioeconómica gracias a la globalización en varios indicadores (esperanza de vida, índices de mortalidad infantil, salud, educación, acceso a agua potable…), en algunos, este proceso ha ido mucho mejor que en otros. Mientras que la pobreza absoluta de India se redujo enormemente, del 45,9% en la década de 1990 al 21,2% en 2011, o casi desapareció en China, otros países mantuvieron una tasa de pobreza absoluta por encima del 50% desde los años 1970 hasta 2010, con descensos mínimos desde entonces. Por ejemplo, según datos del Banco Mundial, en 2015, la tasa de pobreza absoluta en el África subsahariana se encontraba en torno al 41%, y 27 de los 28 países más pobres del mundo se concentraban en esta zona. A lo largo de las dos últimas décadas, se han construido muchas teorías sobre una evolución tan dispar, pero un relativamente nuevo debate alrededor de la tecnología y la adaptación a ella de los países emergentes ha potenciado una nueva rama de investigación y discusión académica. ¿Necesitan los países en vías de desarrollo más acceso a las TIC, o solo tienen que aprender a emplearlas más productivamente? ¿Se trata únicamente de un problema de accesibilidad, o también del uso que se les da a estas tecnologías?

Para contestar a esta pregunta, nos referiremos a dos artículos académicos (A roadmap for digital-led economic development y Do poor countries really need more IT?), que presentan una compilación de papers sobre la cuestión y abordan las distintas respuestas.

En las economías desarrolladas, más del 90% de los ciudadanos tienen conexión a internet, mientras que este porcentaje disminuye a menos del 20% en países emergentes. De este modo, a primera vista, podría parecer que la única solución posible para solventar el problema de la productividad de estos últimos pasaría por aumentar su conectividad, introduciendo más capital tecnológico e incrementando la inversión en estas áreas. Una externalidad muy positiva de las tecnologías digitales, según un paper de Hjort y Poulsen, consiste en que estas no solamente crean empleo en industrias relacionadas con sus actividades principales, sino también en muchos otros sectores de la economía, principalmente a través de crecimientos en la Productividad Total de los Factores (PTF).

Pero la tecnología (en su sentido más amplio) no aumenta solo la productividad a través de, por ejemplo, la automatización, sino que también ayuda a crear nuevas formas de conexión entre los diferentes actores económicos, facilitando intercambios y transacciones. No hay más que mirar el gran ritmo de desarrollo de las cadenas de valor internacionales después de la explosión de las TIC en los años 90. Richard Baldwin explica esto perfectamente en su libro The Great Convergence, al describir cómo se crean nuevos caminos para el desarrollo económico cuando las empresas y los ciudadanos de países emergentes comprenden realmente las implicaciones de la transición tecnológica, en la que resultan especialmente relevantes los avances en tecnologías organizativas, ya que proporcionan una nueva división del trabajo global que mejora la toma de decisiones y acrecienta los niveles de eficacia y productividad.

En el mismo orden de cosas, ahora llega la gran pregunta: ¿necesitan los países pobres más TIC? En el artículo antes mencionado, los economistas Maya Eden y Paul Gaggl muestran que en naciones de bajos ingresos, el valor del capital TIC representa una porción más pequeña del capital agregado que en las desarrolladas, y dichas diferencias incluso se amplían cuando se miden en términos de PIB real, principalmente porque el capital TIC tiende a resultar relativamente mucho más caro en los países en vías de desarrollo, al contrario de lo que ocurre con el factor trabajo, lo que genera un aún mayor desequilibrio que el inicialmente contemplado en la ratio capital-trabajo. Los datos del estudio se plasman en un gráfico en el que la variable independiente (PIB real per cápita) se muestra en escala logarítmica, mientras que la dependiente (Unidades de capital TIC por Unidad de no-TIC) se articula en una escala regular, con una correlación positiva entre las dos variables, con severas desviaciones de la tendencia media (sobre todo para los datos de 2011).

De estos dos gráficos, que presentan el mismo estudio en periodos temporales diferentes, podemos concluir que la causa principal de que los países en desarrollo tengan una menor abundancia TIC reside precisamente en su baja productividad previa y en la baja proporción de capital en relación con el factor trabajo, lo cual explica la adopción del nuevo capital tecnológico. Una de las conclusiones más importantes de este estudio es que la variación en niveles de capital TIC a través de los países se relaciona, aparte de con el verdadero PIB per cápita, también con la distinta composición industrial de las naciones emergentes, lo cual constituye uno de los principales generadores de fricción para la adopción de las TIC y la difusión tecnológica.

Para concluir, la evidencia empírica señala cómo la globalización ha ayudado a prácticamente todas las economías en vías de desarrollo a lograr un mayor nivel de vida, gracias a la reducción de la pobreza y a mejoras significativas observables en varios índices relacionados con la educación, la asistencia médica, la esperanza de vida y derivados. Aunque recientemente se haya sostenido que la productividad del capital tecnológico en las potencias emergentes tiene una relación directa con el PIB real per cápita, los datos muestran que este argumento resulta válido solo hasta cierto punto, a partir del cual la adaptabilidad de los diversos países a la nueva tecnología será mucho más importante que la cantidad de capital tecnológico disponible. Liberar a no pocos Estados en vías de desarrollo (sobre todo en Sudamérica y África subsahariana) de sus autocráticos y (muchas veces) totalitarios gobiernos supondría un primer paso hacia un flujo más abierto y flexible de bienes, servicios, personas e información. Estas son algunas de las principales claves para el desarrollo económico, tal y como avala la historia.

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