La Economía del Desarrollo: pasado, presente y retos
15 de septiembre de 2020

1. INTRODUCCIÓN

Si hay un fin que a lo largo de la historia ha unido a la academia ha sido el de lograr que el desarrollo económico llegue a cada uno de los lugares del planeta y que todos los individuos puedan disfrutar de los avances que nos brinda, en áreas tan diversas como la salud, la alimentación, la tecnología, o incluso el ocio. Los más conocidos gobernantes, a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas, se han centrado en garantizar, no únicamente el desarrollo de su país, sino también el de los menos favorecidos. Pero si hay algo que divide, en la mayoría de ocasiones para bien, a los teóricos de la Economía del Desarrollo, son las recetas y soluciones de política económica para tratar de garantizar un progreso profundo de los países emergentes, que asegure a su vez una eficiencia administrativa, legislativa y política, la cual reforzará las bases para el mencionado desarrollo.

Pero, ¿cuál es el camino a este desarrollo económico y a la estabilidad sociopolítica? La respuesta correcta es “depende”, ya que cada país posee unas características propias y únicas que incidirán en gran manera sobre el resultado final de las políticas aplicadas. Por lo tanto, aunque ninguna política sea extrapolable por igual a otros territorios, sí existe un denominador común en la economía del desarrollo que, a lo largo de la historia, y especialmente durante los últimos 40 años, ha mostrado ser una receta de éxito para países tanto emergentes como desarrollados. Se trata de la globalización y la inherente iniciativa privada de dicho proceso.

Pensemos por un momento cómo y con base en qué elementos se desarrolló China a partir de 1978. Recordemos cómo la URSS, tras su disolución en 1991, cambió de modelo económico, las diferentes piezas del puzle se integraron en los procesos globales, y esto garantizó su ulterior desarrollo. Ahora, reparemos por un momento en cómo las constantes intervenciones políticas y económicas en muchas partes de África resultaron fallidas a lo largo del último medio siglo, y cómo el apoyo por parte de algunos dirigentes europeos, y sobre todo latinoamericanos, referentes de la izquierda revolucionaria, no hicieron más que fortalecer los movimientos políticos de índole socialista en el continente, y contribuyeron a frenar su potencial desarrollo socioeconómico.

A lo largo de este estudio, al referirnos a la Economía del Desarrollo, hablamos de un concepto desplegado en todo su potencial tras el final de la Segunda Guerra Mundial, a raíz de la apertura y evolución de multitud de nuevas ramas de la Ciencia Económica. Desde la fecha indicada, hemos visto surgir multitud de debates académicos e intelectuales sobre la idoneidad o no de ciertas políticas en países emergentes, sus esperados efectos, y su análisis ex post. Es cierto que discusiones sobre el desarrollo de las naciones y las causas del crecimiento económico existen desde la fundación de la ciencia económica misma, e incluso encontraríamos tratados sobre la materia anteriores a la publicación de La Riqueza de las Naciones, de Adam Smith. Pero nunca, hasta hoy día, se había profundizado tanto en la Economía del Desarrollo, de lo que constituye una prueba irrefutable el Premio Nobel de Economía de 2019, otorgado a tres economistas expertos en esta rama: Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer.

En las últimas décadas, gracias a la internacionalización de la iniciativa privada a través del comercio global, se han logrado avances en el desarrollo de la economía mundial sin parangón. La pobreza se ha reducido a mínimos históricos, se ha asegurado el acceso a la educación de miles de millones de personas, a la par que se ha reducido la malnutrición severa y las muertes a causa de esta. Todo ello no significa, ni de lejos, que no quede nada por hacer, pero, como diría el académico Hans Rosling, la situación es bad but better. Por ello, antes de proceder a analizar las principales aportaciones de la literatura de la Economía del Desarrollo en diversas áreas a lo largo de los últimos años, debemos estudiar la evolución de la economía global, y especialmente de los países emergentes, en las últimas cuatro décadas.  

Muchos analistas, como Noam Chomsky o Naomi Klein, afirman constantemente que el mal llamado “neoliberalismo” ha supuesto un aumento dramático de las desigualdades y un retorno masivo de la pobreza. Generalmente, dicho error deriva de que, a la hora de analizar los niveles de pobreza y riqueza en el mundo, se suelen entremezclar en la misma comparativa renta y riqueza, cuando se tratan de dos conceptos absolutamente diferentes. Cuando, por parte incluso de algunos organismos como Oxfam, se contrasta lo acumulado por un determinado porcentaje de población, situada en el percentil más alto de distribución de la riqueza, con el agregado del resto de percentiles, se comete un grave error metodológico.

Tratan de relacionar correlación con causalidad, a la par que introducen un factor de simultaneidad en el tiempo para establecer la supuesta relación entre el desarrollo económico a nivel global (fijando como fecha inicial la década de 1980, en muchos casos debido al advenimiento del Washington Consensus) y el aumento de la desigualdad intranacional, que no internacional. Por lo tanto, la comparativa deja fuera multitud de variables como el análisis de los diferentes indicadores que componen el Índice de Desarrollo Humano, los avances en diversos campos relativos a la gobernanza y el desarrollo institucional, o la convergencia entre países en muchas áreas geográficas. Por lo tanto, hemos de centrarnos en investigar cómo, desde la década de 1980, el progreso económico ha venido impulsado por una internacionalización de los mercados, una portentosa iniciativa privada en una gran variedad de sectores, y una mayor facilidad para el emprendimiento y la inversión a escala global. Tras ello, en este apartado, observaremos cómo el crecimiento económico mundial ha sido ampliamente compartido, y de qué manera la globalización supuso y supone una fuerte convergencia a escala internacional entre los países emergentes y los desarrollados, no únicamente en términos de renta, sino asimismo en cuanto a acceso a bienes y servicios básicos y secundarios, y a oportunidades de desarrollo personal.

La principal preocupación del liberalismo económico no es la reducción de la desigualdad material per se, sino de la pobreza absoluta a escala global. Mejorar la vida de los más pobres a través de un incremento de su poder adquisitivo y garantizar su acceso a bienes y servicios necesarios para la realización de todo individuo. El mayor proceso de disminución de la pobreza absoluta registrado en la historia de la humanidad es el acaecido a lo largo de los últimos 40 años, que ha “coincidido” con la mayor expansión del comercio global y la internacionalización de los procesos productivos. Dicha expansión del liberalismo económico a escala casi mundial constituyó una de las causas principales para el descenso de la tasa global de pobreza absoluta desde un 44% en 1980 a menos de un 9,5% hoy en día.

¿Cuál ha sido y es el verdadero resultado de la globalización reciente a escala mundial?

En primer lugar, y antes de comenzar con el análisis, cabe destacar que todos los datos de renta que se ofrecerán, para posteriormente evaluar su evolución y distribución en el conjunto de la población global, se encuentran ajustados en términos de Paridad de Poder Adquisitivo (PPA).

El recorrido histórico comienza por uno de los países más representativos del proceso de globalización moderna y de la adopción tardía del modelo capitalista: China. En 1990, más del 66% de su población vivía con menos de 1,90 dólares al día, empleando el baremo de pobreza absoluta establecido por el Banco Mundial. Este solo dispone de estadísticas fiables sobre los datos de pobreza de China a partir de dicha fecha, ya que anteriormente el flujo de información hacia el exterior resultaba prácticamente nulo. Hoy en día, según el Banco Mundial, la tasa de pobreza absoluta, con datos de 2015, se encuentra en el 0,7% del conjunto de la población. Pero, ¿cómo se pudo reducir de tal manera la pobreza en China?

Su desarrollo económico real comenzó en 1978, cuando el gobierno del país pasó a manos de Deng Xiaoping. Si bien es cierto que en la década de los 80 se acometieron grandes progresos, no sería realmente hasta el año 2001, con la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, cuando avanzaría realmente en la internacionalización de su economía.

La causa principal de este desarrollismo reside en el objetivo, por parte del Partido Comunista Chino, de mantenerse en el poder, a través de una garantía del bienestar material de la población. Es por ello por lo que, incluso dos años antes de 1978, y bajo la batuta de Hua Guofeng, se emprendieron ciertos planes de industrialización, que pretendían hacer resurgir al país de las cenizas a las que había quedado reducido por el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural.

A partir de 1978, y tras sucesivos planes de reforma, se fueron dando incentivos de mercado en la economía china, otorgando licencias de operación a empresas privadas, con lo que se logró aumentar el nivel de productividad del gigante asiático. Aun así, el gobierno no abdicó de su control sobre ciertos sectores de la economía, y continuó reforzando miles de empresas públicas -la mayoría de ellas inviables- para mantener dicho férreo control.

Otro punto que se debe resaltar en la política económica y de desarrollo del Gobierno chino consistió en la creación de las Zonas Económicas Especiales, es decir, determinadas áreas en las ciudades en las cuales se permitía una mayor libertad económica y se ejercía una menor presión regulatoria. Estos lugares lograron generar una cierta riqueza y reducir la miseria en zonas marginales del país, permitiendo a la población disfrutar de un mayor nivel de vida y salir de la pobreza absoluta. Dar paso a la competencia en China fue un factor absolutamente clave para su desarrollo, que permitió tasas de crecimiento superiores incluso al 8% en los años 80, hasta asentarse en tasas cercanas al 6% desde mediados de la segunda década del siglo XXI.

Un ejemplo contrario al de China se encuentra en Nigeria. La situación allí ha ido agravándose con los años, precisamente por su rechazo al proceso de globalización y su negativa a cooperar a nivel internacional con agentes económicos externos en áreas como la formación de capital o la extracción de recursos naturales. Con una población de 196 millones de habitantes y abundancia de petróleo, gas natural, carbón o estaño, su potencial productivo supera con mucho a aquel del que actualmente hace gala. A lo largo de estos últimos 30 o 40 años, Nigeria ha sido uno de los países de la región con menores tasas de crecimiento medio sobre PIB: lleva sin superar el 2,5% desde 2002, cuando, previamente, sus tasas ya se mantenían en ese entorno. Algunos años ha llegado a crecer por debajo del 2%, incluso en plena recuperación económica global, por ejemplo, en 2011. Esto hace que presente uno de los mayores output gaps de todo el continente africano. Pero, ¿cómo ha podido ocurrir esto?

Los últimos 40 años se han desaprovechado absolutamente por los dirigentes nigerianos de cara a lograr un mayor rendimiento de sus recursos naturales, reducir la pobreza, y consecuentemente, garantizar un mejor nivel de vida y un mayor desarrollo a sus ciudadanos. El problema principal se encuentra en que Nigeria sufre de la archiconocida “maldición de los recursos naturales”, y más que promover el crecimiento económico del país, a lo largo de las últimas décadas, estos han supuesto un foco de corrupción y han propiciado que se formara una oligarquía en la sociedad y en la estructura económica. En Nigeria, los dos deciles superiores en cuanto a distribución de la riqueza han sido los que se han estado lucrando de una explotación subóptima de los recursos naturales a lo largo de los últimos años, debido a una oligopolización de los mismos.

Esto ha devenido en una incipiente fuente de extracción de rentas para las clases gobernantes y ha desincentivado cualquier atisbo de reformas institucionales y/o estructurales, al rechazar la introducción de competencia en el mercado y la internacionalización de la explotación y distribución de sus recursos naturales. Esto se ha traducido en un fuerte control sobre la entrada de capital extranjero en la economía nigeriana, y ha mermado el volumen de la inversión extranjera directa y su eficiencia en relación con la de otras economías similares. Esto, entre otros tantos factores, ha causado que la tasa de pobreza no solo no descendiese, sino que aumentase de un 34% en 1990 a, actualmente, cerca de un 70% del total de la población, a la par que el nivel mediano de renta crecía a tasas mucho menores que en los países de su entorno.

Ambos ejemplos constituyen el claro reflejo de dos trayectorias completamente diferentes a lo largo de los últimos 40 años. El tren de la globalización ha proporcionado un robusto y persistente progreso socioeconómico a todo aquel que ha optado por subirse a él, a la vez que ha mostrado las más que evidentes deficiencias de los sistemas autárquicos y el proteccionismo, sobre todo aplicado a economías emergentes.

Observando el siguiente gráfico de la evolución de la distribución de la renta a nivel global, apreciaremos que, con el paso del tiempo, se produce un notable crecimiento económico, lo que supone una mejora de los niveles de renta del conjunto de los ciudadanos del mundo. Mientras tanto, algunos continentes han intercambiado posiciones en dichas curvas. Cabe recordar, que alrededor de 1960, Asia era, en su conjunto, notablemente más pobre que África. La convergencia económica llega a mediados del siglo XX, pero desgraciadamente, esto no ocurre a raíz de que ambos continentes crezcan (aun haciéndolo el más pobre a un mayor ritmo), sino debido a que África se contrajo o estancó durante un largo periodo, mientras que Asia, liderada por China, crecía exponencialmente, hasta llegar a plantar cara a EE.UU. en el plano geopolítico.

Gráfica 1. Distribución de rentas global


Fuente: «Global Economy Inequality», Our World in Data

Por lo tanto, se puede apreciar que ha sido el tan frecuentemente criticado modelo económico liberal el “culpable” de sacar a miles de millones de personas de la pobreza y garantizar una mayor igualdad de oportunidades y un mejor punto de partida en los países emergentes.

En concreto, el objetivo marcado por el Banco Mundial, y seguido por varias ONGs a nivel internacional, era el de promocionar un incremento sostenido del nivel medio de renta del 40% más pobre de la población en los países emergentes. Debido a las diferencias en la estructura económica de cada nación, el Banco Mundial no fija una meta numérica, pero sí establece que, para que se logre una prosperidad realmente compartida, el despegue de la renta de los menos afortuna do deberá ser mayor que la media del conjunto de la ciudadanía. Este indicador y el estudio de su evolución parte de las teorías del economista Kaushik Basu (1). Una de las principales críticas que este asume hacia su propia teoría, a la hora de analizar el desarrollo de la economía global a lo largo de los últimos 30 o 40 años, se cifra en la dificultad de encontrar fuentes o bases de datos que nos permitan identificar los grupos de personas de menores ingresos y poder evaluar así sus características. Esto, en muchos casos, no resulta posible debido a la falta de recopilación de información y al escaso análisis estadístico efectuado en algunos países emergentes.

Para calcular si el progreso económico a nivel global ha sido compartido entre todos los países, o si, por el contrario -como tratan de hacernos creer algunos organismos- lo han copado las naciones desarrolladas, recurriremos a la definición de “prosperidad compartida”(shared prosperity), empleada por el Banco Mundial a la hora de analizar los efectos del proceso de globalización tardía. Esta se trata de un indicador usado ampliamente en Economía del Desarrollo, entendiéndose la “prima de prosperidad compartida” como la diferencia entre el crecimiento del nivel de renta del 40% más pobre de la población y la tasa media de crecimiento económico. Para hacernos una idea del funcionamiento de dicho indicador, si acudimos a datos del Banco Mundial sobre la variación del nivel de rentas a nivel global, observamos que, de 2008 a 2013 (más reciente crisis económica), las rentas del 40% más pobre de la población aumentaron en el 72% de las naciones. En concreto, en el 65% de los países, en el eje temporal establecido, este crecimiento medio superó el de la sociedad en su conjunto, lo que redujo significativamente la pobreza y facilitó una mayor igualdad de oportunidades.

Por ello, Basu propone que, para aquellas naciones en las que sea difícil e inexacto construir el indicador de “prosperidad compartida” a partir de los datos disponibles, el nivel del crecimiento de la renta que se deberá comparar con el de la media sea el del quintil (20%) menos favorecido de la población, datos que suelen resultar mucho más precisos. Este constituyó uno de los principales avances a nivel de estudio estadístico y análisis de datos sobre pobreza durante el mandato de Basu como economista jefe del Banco Mundial, junto a algunos retoques en la metodología de cálculo de la “prosperidad compartida”.

Por lo tanto, al ser algunas expresiones o términos comúnmente empleados, como “bienestar social”, “justicia social”, e incluso “desigualdad estructural”, muy confusos, para verificar si el crecimiento y desarrollo de la economía global desde 1980 ha sido “compartido”, se calculará la variación del nivel de renta del 40% más pobre de la población global en contraste con la media, también a nivel mundial.

Para ello, en este caso, se emplearán datos provenientes de Our World In Data, el centro de análisis de la Universidad de Oxford, dirigido por Max Roser y una de las mayores fuentes de datos sobre economía internacional en toda Europa. Para calcular la prima de prosperidad compartida, tendremos en cuenta la variación de la distribución del PIB por quintiles de la población global entre 2008-2013 (últimos datos disponibles) y, en ese mismo eje temporal, la variación del PIB per cápita.

En 1980, el PIB real ajustado en términos de PPA era de 34,73 trillones de dólares, cuando la población mundial ascendía a 4.460 millones de personas. Esto ofrece una media de PIB per cápita en ese año de 7.786 dólares. El porcentaje del PIB global que se encontraba en manos del 40% más pobre de la distribución era exactamente del 18,5%. Con base en estos cálculos, y ajustando el PIB por quintiles de distribución de la renta global, obtendríamos que, en 1980, el PIB real per cápita medio del 40% más pobre a nivel global sería de 3.595 dólares, ajustados a PPA en precios de 2013.

Por otro lado, los datos de 2013 presentados por Max Roser y la Universidad de Oxford señalan un PIB global de 101,27 trillones de dólares, junto a una población mundial de 7.210 millones de personas. Esto da lugar a un PIB per cápita medio de 14.045,8 dólares anual, todo ello en términos de PIB real ajustado a PPA. Si observamos la distribución del PIB global para 2013, vemos que el 40% más pobre controla un 15,42% de este. Con base en estos cálculos y ajustando el PIB por quintiles de distribución de la renta global, obtendríamos que, para ese año, el PIB per cápita medio del 40% más pobre a nivel global sería de 5.417 dólares, ajustados a PPA en precios de 2013.

Significa esto que no se han beneficiado del desarrollo socioeconómico a nivel global? ¿Resulta el dato de comparativa de desigualdad estática relevante en este caso? La respuesta a ambas preguntas es no. Veamos por qué. A continuación, procedemos a calcular la prima de prosperidad compartida sobre la metodología del Banco Mundial, tal y como se ha descrito anteriormente. Cuanto menor sea dicha prima, el aumento de prosperidad entre 1980-2013 se habrá producido de una forma más repartida.

Para cuantificarla, procedemos en primer lugar a obtener la tasa de crecimiento del PIB per cápita del 40% más pobre a nivel global. Como hemos visto, este pasó entre 1980 y 2013 de 3.595 dólares a 5.417 dólares (2)(calculado con los ajustes mencionados anteriormente). Por lo tanto, su tasa de crecimiento fue de un 50,68%.

El siguiente paso para conocer la prima de prosperidad compartida es obtener la tasa de crecimiento del PIB per cápita a escala global en el mismo periodo. Si en 1980 se cifraba en 7.786, y en 2013, en 14.045,8 dólares, su tasa de crecimiento ascendió al 80,4%. Ahora, procedemos a calcular la prima de prosperidad compartida para el periodo señalado, siendo de 29,72 la diferencia entre ambas tasas de crecimiento. ¿Qué indica esto? ¿Cómo sabemos si el incremento de la prosperidad ha sido más o menos compartido que en otras épocas de la historia?

Para ello, empleando la misma metodología y fuentes, averiguaremos la prima de prosperidad compartida para otros periodos históricos de los que tengamos datos fiables. En la primera mitad del siglo XX, se situaría en cerca de 35 puntos, y si acudimos a periodos anteriores, como el siglo XIX, a través de las series estadísticas de Angus Maddison, para series de 30 años, rondaba prácticamente los 70 puntos. Por lo que, realizando esta comparativa, podemos confirmar que, en las décadas recientes, el incremento de la prosperidad a raíz del fuerte desarrollo socioeconómico global, propiciado por el proceso de globalización tecnológica, comercial y financiera, se ha verificado de una forma mucho más distribuida entre todas las capas de la población, y especialmente entre el 40% más pobre, conformado desde por el grupo que se encuentra en pobreza absoluta hasta por las clases medias de países emergentes y las populares de los países desarrollados, tal y como muestran multitud de estudios efectuados en este campo por economistas como Branko Milanovic o Anthony Atkinson.

A continuación, cabe preguntarse si dicho desarrollo económico, más compartido a finales del siglo XX e inicios del XXI, se comportó de manera similar durante la crisis económica de 2008, o si, por el contrario, esta supuso un shock asimétrico para el desarrollo, con la consiguiente merma de las tasas de crecimiento del PIB per cápita del 40% más pobre a nivel global en contraste con la media mundial. Para ello, en lugar de valernos únicamente de nuestros propios cálculos, acudimos a un estudio exhaustivo al respecto de Francisco Ferreira, Emanuela Galasso y Mario Negre (3).

Estos autores emplean datos disponibles en el Global Shared Prosperity Database (GSPD), del Banco Mundial, que abarcan únicamente el periodo 2006-2017, por lo que dicha fuente no pudo emplearse en nuestros cálculos para el periodo 1980-2013. Por esta razón, acudimos a la fuente de Max Roser, ya que trabaja a partir de las estadísticas del Banco Mundial, y emplea una metodología y definiciones conceptuales muy parecidas.

 El GSPD cubre 83 países del mundo e incluye las tasas de crecimiento anualizadas tanto para el 40% inferior de la distribución de la renta como para la media global. Aun cubriendo menos de la mitad de los países del mundo, abarca a más del 75% de la población global. La división geográfica de los países y de la población tratados en el estudio se distribuyen de la siguiente manera: de los 83 países que analiza, 24 pertenecen a Europa del Este y Asia Central, abordados como una sola área geográfica (EECA), mientras que los países industrializados y desarrollados, junto con América Latina y el Caribe (LAC), aportan 20 y 16 países respectivamente a la muestra estadística.

El resto de naciones se corresponden con Asia del Este y Pacífico (EAP), Asia del Sur (SAR), Oriente Medio y Norte de África (MENA), y el África subsahariana (SSA). El estudio de Ferreira et al. también difiere en términos de volumen de la población encuadrada en cada región, ya que la tasa de cobertura estadística asciende para LAC, EECA, SAR o Asia del Este, al 94%, 89%, 87% y 86%, respectivamente, mientras que, para las regiones africanas, tanto MENA como SSA, es muy inferior, del 32% y 23%, y a partir, además, de datos menos precisos, tal como advierten los autores.

En los siguientes gráficos se muestran las tasas de crecimiento económico en el periodo 2008-2013 para el 40% inferior en distribución de la renta a nivel global, en comparación con los países industrializados. Esta solo fue positiva en 8 de los 20 países industrializados analizados. Si se observan los datos, en cambio, veremos que prácticamente todas las naciones situadas en el 40% inferior de la distribución registraron un fuerte crecimiento en ese periodo. En concreto, en el 72% de ellos fue superior al 2% del PIB. Si trasladamos dichas cifras a un estudio puramente poblacional, esto se traduciría en que el 89% de los habitantes de dichos países situados en el 40% inferior de la distribución de la renta a nivel global consignaron un aumento de sus ingresos mayor al 2% anual en ese lustro.

2. PRINCIPALES AUTORES CONTEMPORÁNEOS Y APORTACIONES A LA ECONOMÍA DEL DESARROLLO

Recientemente, la Economía del Desarrollo ha obtenido una mayor popularidad, no ya exclusivamente en la academia, sino asimismo en los medios de comunicación y en los debates económicos predominantes. Por ello, antes de realizar un estado del arte de las principales investigaciones más recientes, clasificadas por subtemas, debemos dar la importancia que merecen a los actuales académicos más notables de esta rama, y destacar algunas de sus más relevantes contribuciones, que son muchas y muy variadas. No es el objetivo repasar las de autores más antiguos, incluso anteriores al momento en que dicho campo comenzara a definirse como tal. Para facilitar la lectura y comprensión de las ideas de los autores que expondremos a continuación, conviene dividirlos en dos bloques principales, aun a riesgo de caer en una simplificación. El primero agruparía a aquellos que más se oponen a la intervención estatal y a la ayuda extranjera para lograr el desarrollo económico, y el otro, a los más favorables. En el primero se incluirán también autores que, aun sin defender fervientemente el libre mercado, se muestran muy contrarios a la injerencia geopolítica.

Bloque antintervención

William Easterly

Reconocido académico del campo de la Economía del Desarrollo, que aparte de trabajo teórico, ha realizado trabajo de campo en multitud de economías emergentes, para lo que ha vivido en estos países durante gran parte de su vida. Desde que abandonó el Banco Mundial y su empleo allí, ha desarrollado multitud de investigaciones y escrito múltiples libros sobre la naturaleza y origen del crecimiento económico y el devastador efecto de los programas y políticas de ayuda monetaria a los países emergentes ofrecidos por los Estados occidentales.

Algunos de sus libros, la mayoría dirigidos al público general y alejados del academicismo, han tenido un gran éxito, permitiéndole difundir sus teorías por varios continentes. Uno de ellos, quizás el más conocido, es La carga del hombre blanco: el fracaso de la ayuda al desarrollo (2015). Easterly, a lo largo de su carrera, ha desafiado ampliamente todo el conocimiento convencional y las creencias más básicas acerca de la ayuda al desarrollo.

Este libro en concreto ofrece una visión radicalmente escéptica acerca de sus principales efectos, a la par que hace hincapié en la importancia de la iniciativa privada en los países emergentes, como principal motor de crecimiento. Cuando habla de ella, no hace referencia únicamente a negocios o empresas, sino también a asociaciones privadas y a la acción individual, no ya solo de los ciudadanos del primer mundo, sino también de los locales. Easterly plantea cómo las sinergias derivadas de la cooperación voluntaria entre todos estos agentes generarán tendencias de crecimiento endógeno sostenido en el medio plazo. Otro de los puntos fuertes del libro de Easterly radica en su desmentido de los estudios econométricos comparativos entre países que miden exclusivamente el volumen de la ayuda internacional en dólares y establecen el crecimiento económico como variable dependiente de la ayuda internacional. Asimismo, en algunos trabajos académicos, como Rhetoric versus Reality: The Best and Worst of Aid Agency Practices, muestra los peligros y externalidades negativas de la ayuda internacional al desarrollo y de las políticas económicas diseñadas y recomendadas desde organismos ajenos a la realidad diaria de muchos países emergentes. En un punto en el que coincide con Duflo y Banerjee es en definir la Economía del Desarrollo dentro de la microeconomía, y no dentro de la macro como hacen muchos otros economistas, caso de Jeffrey Sachs, tal y como describiremos a continuación. Una temática recurrente en este autor es la de negar rotundamente, respaldado por la evidencia, que exista alguna causalidad entre los incrementos del volumen de las ayudas financieras al desarrollo y el desarrollo económico real. Uno de los ejemplos más notorios en sus trabajos se halla en el International Financing Facility, promovido por Gordon Brown, que ha demostrado no haber tenido ningún efecto significativo sobre el desarrollo, e incluso algunos regresivos sobre la calidad de la futura ayuda al desarrollo.

Al igual que en sus libros, en otros trabajos académicos como Can the West Save Africa? o Where Does the Money Go? Best and Worst Practices in Foreign Aid, muestra, a través de análisis empíricos, el gran fracaso que, según sus teorías, ha supuesto la ayuda de Occidente sobre el desarrollo real de multitud de países emergentes, sobre todo del continente africano.

Easterly señala cómo, aun habiendo destinado 2,3 trillones de dólares en 50 años, todavía hay en el mundo más de 1.000 millones de personas sin acceso a agua potable, 840 millones que sufren de desnutrición severa, y 10 millones de menores de 5 años que mueren cada año por no tener acceso a medicinas que tendrían un coste total por niño de 12 céntimos. Lo que Easterly trata de reflejar con estos ejemplos es que, por mucho que se incrementara la ayuda, si los países emergentes no logran encontrar una vía para potenciar el crecimiento y el desarrollo endógenos, las trampas de la pobreza persistirán en el tiempo.

Por último, cabe resaltar que su trabajo ha sido profusamente criticado en la academia por no haber aportado un elenco de soluciones o políticas públicas lo suficientemente amplias, en contraste con las críticas vertidas hacia todos aquellos defensores de la ayuda desde los países desarrollados, caso de Sachs o Collier.

Paul Collier

Es en la actualidad profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Oxford. Tras centrar parte de su trabajo en la Economía del Desarrollo, es asimismo director del International Growth Center y director del grupo de trabajo e investigación sobre desarrollo económico del Banco Mundial. Algunos de los principales temas estudiados por él a lo largo de su dilatada carrera, que desgranaremos en profundidad en las siguientes secciones del estudio, son el efecto de los conflictos armados sobre el desarrollo de los países emergentes, la relación entre democracia y desarrollo económico, y los efectos de la ayuda al desarrollo sobre la reducción de la pobreza. Toda esta investigación se enfoca sobre todo en el continente africano.

Así, Collier estudia los motivos que mueven a los habitantes (y sobre todo a los gobiernos) del tercer mundo a participar en guerras, la mayoría civiles. Se centra especialmente en si dichos conflictos son propiciados por factores económicos (oportunidades de negocio para ciertas élites extractivas u oligarquías), o si, por el contrario, los causan factores sociopolíticos o culturales. Uno de los más importantes estudios efectuados por Collier al respecto se titula On the Economic Consequences of Civil War, uno de los papers más citados sobre la temática. Una de las coautoras más recurrentes de Collier es Anke Hoeffler, junto a la que ha publicado una serie de estudios que han supuesto una revolución en la academia, principalmente basados en la teoría del conflicto y los incentivos de este. La conclusión de Collier en la mayoría de ellos, sobre todo en el citado paper, es que las guerras civiles se promueven casi siempre con base en intereses económicos, y no tanto sociales y/o confrontación por parte de la sociedad.

Asimismo, Collier despliega una faceta más divulgativa a través de algunos libros de temática de Economía del Desarrollo, pero también de Economía Política o políticas públicas, caso de El club de la miseria, para la primera de estas ramas, o El futuro del capitalismo, para la segunda.

Bloque prointervención

Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer

Es de rigor comenzar esta sección partiendo de estos tres autores, ya que fueron los galardonados con el Premio Nobel en Ciencias Económicas en 2019 por sus investigaciones sobre reducción de la pobreza a través de intervenciones a pequeña escala y aplicación de pruebas controladas aleatorias (RCT por sus siglas en inglés) para comprobar la efectividad de estas, una línea y método de investigación tradicionalmente empleados en las ciencias naturales o de la salud. Duflo y Banerjee incluso llegaron a fundar en junio de 2003 el Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab, más conocido como J-PAL, destinado a la investigación en Economía del Desarrollo, sobre todo en reducción de la pobreza, y que, a día de hoy, continúan dirigiendo.

Actualmente, la Economía del Desarrollo goza de un creciente prestigio y reconocimiento, pero este no era el caso antes de la década de los 2000. Sí es cierto que algunos economistas, caso de Arthur Lewis, recibió el Nobel de Economía en 1979 por trabajos relacionadas con esta materia, pero hasta bien entrada la década del milenio no comenzó a tener grupos de investigación propios en NBER o CEPR, y algunos de sus papers a aparecer en las principales revistas académicas.

Tras el Nobel otorgado a Angus Deaton en 2015 (por investigaciones relacionadas con el desarrollo económico centradas en países emergentes), el de 2019 recae en Duflo, Banerjee y Kremer, y abre definitivamente cualquier puerta que quedase cerrada en la academia a la Economía del Desarrollo. Cabe resaltar que Duflo no se trata únicamente de la segunda mujer en obtener dicho galardón (tras Elinor Ostrom), sino también de la persona más joven de la historia en recibir el Nobel de Economía.

Este galardón, tal y como describe la Real Academia Sueca de Ciencias, se les concedió por la aplicación práctica de sus teorías más innovadoras para luchar contra la pobreza. Por lo tanto, no solo reconoce décadas de novedoso trabajo de campo y de investigación, sino también las enormes oportunidades de cambio para el bien de la humanidad que los métodos de Banerjee, Duflo y Kremer aportan desde la ciencia económica.

Aunque sus contribuciones más sonadas se hayan basado en la aplicación de los RCT a las medidas micro para la reducción de la pobreza, estos autores son conocidos por investigaciones, en ocasiones incluso más citadas, como Occupational Choice and the Process of Development, de Banerjee, o The O-ring Theory of Economic Development, de Kremer. Duflo, por su parte, en sus inicios se centró más en la econometría teórica, dejando para más tarde su aplicabilidad a la Economía del Desarrollo. Algunos de sus más relevantes primeros estudios de econometría le hicieron ganar la medalla John Bates Clark. Esta autora, aunque en menor medida, ha seguido realizando algunas investigaciones teóricas en el campo de la econometría pura, como su paper de 2018 Double/ Debiased Machine Learning for Treatment and Structural Parameters. Los trabajos de Banerjee y Kremer previamente citados establecen una conexión entre los fallos de mercado ocasionados por la generación de información asimétrica en países emergentes, y cómo esta, aun surgiendo a nivel micro, puede originar grandes efectos sobre el volumen de producción agregada o el crecimiento económico en el largo plazo, lo que choca con algunas de las principales teorías modernas del crecimiento y desarrollo económico.

Los autores establecen que las vías de transmisión entre la generación de información asimétrica a nivel micro y la observación de sus efectos a nivel macro son principalmente el empleo y la estructura empresarial. Es decir, las elecciones de los trabajadores en los países emergentes, en los sectores laborales más o menos demandados, tienen consecuencias directas sobre el empleo y las rentas salariales agregados, los niveles de productividad y, por lo tanto, sobre el nivel de producción total de la economía y su crecimiento potencial. La creación de empresas en países en desarrollo se relaciona en ambos estudios con los fallos de los mercados de capital y la disponibilidad de acceso a crédito en estos territorios. Basándose en las variables mencionadas, Banerjee y Kremer determinan el impacto sobre las rentas del trabajo, el emprendimiento, o la intensidad laboral. Resaltan además un factor muy relevante, el hecho de que la fundación de pequeñas empresas per se, en países emergentes, no contribuya a generar riqueza, sino que es el crecimiento orgánico de estas, y los aumentos de productividad correspondientes, los que permiten una mayor inversión y contratación, así como esquivar una supuesta trampa de pobreza derivada del estancamiento del crecimiento orgánico de las microempresas de dichos países.

Este concepto se denomina subsistence entrepreneurship y, a partir de él, se han forjado teorías posteriores en materia de desigualdad, determinada principalmente por la estructura laboral y organizativa de muchas economías emergentes. Banerjee toma a India como ejemplo, pero introduciendo factores extrapolables y generalizables. Siguiendo la teoría de este autor, la estructura empresarial y el crecimiento interno de las pequeñas empresas influiría en gran medida en la relación a largo plazo entre crecimiento económico y desigualdad, lo que se ha debatido ampliamente en círculos académicos.

Por otro lado, la teoría “O-ring” de Kremer estudia el desarrollo y crecimiento económico estableciendo una estrecha relación entre la economía de las organizaciones y la del desarrollo. Lo que el autor trata de estudiar a través del citado paper es, grosso modo, cómo el funcionamiento y organización internos de las empresas locales en países emergentes repercuten en los niveles de productividad agregados y el desarrollo económico a largo plazo. Esta teoría postula que el valor generado por un trabajador en el desarrollo de su labor depende a su vez del que hayan producido previamente otros trabajadores interrelacionados con él. Por ello, unas brechas grandes en términos de habilidades o capacidades productivas, a nivel macro, desembocarían en grandes diferencias respecto a niveles de productividad agregada y rentas salariales.

Para terminar con este trío de autores, conviene mencionar uno de los principales y más conocidos trabajos de Duflo, Schooling and Labor Market Consequences of School Construction in Indonesia: Evidence from an Unusual Policy Experiment, de 2001, cuando la autora tenía escasos 29 años. En este paper, Duflo estudia los efectos en los niveles de pobreza y desarrollo de un programa implementado en los últimos compases del siglo pasado por el gobierno de Indonesia para la construcción de escuelas y centros educativos. Un trabajo difícil de llevar a cabo, ya que los programas de construcción de escuelas variaron mucho en función de la zona geográfica del país.

Duflo remarca que los niños más mayores o adolescentes no se beneficiaron prácticamente de este programa, y que tan solo los más pequeños (que disfrutaron de mayor disponibilidad de centros educativos desde una temprana edad) recogieron los frutos de dicha política, por lo que se debería esperar varias décadas para poder evaluar los efectos agregados sobre los indicadores macroeconómicos de Indonesia. Para probarlo, Duflo emplea un modelo de diferencias en diferencias, aislando regiones del país según los distintos niveles de intensidad registrados respecto a volúmenes de inversión del programa. Asimismo, aborda los problemas de endogeneidad que pueden aparecer en el estudio, lo que da lugar, finalmente, a una regresión lineal, que fija como variable principal, en los niveles de educación relativa de los niños indonesios, la intensidad de construcción de centros de enseñanza. Este paper se ha convertido en uno de los más citados y aclamados sobre políticas educativas en países emergentes.

Jeffrey Sachs

En la actualidad, es uno de los más reputados expertos en Economía del Desarrollo y sostenibilidad económica, y uno de los mayores defensores de la ayuda financiera que Occidente destina cada año a multitud de países emergentes. Sus teorías se oponen frontalmente a las de Easterly, y ambos han protagonizado multitud de debates al respecto. Sachs ha sido director del Earth Institute de la Universidad de Columbia, en la que actualmente es profesor, aparte de asesor de las Naciones Unidas (ONU) sobre desarrollo sostenible. Asimismo, lidera el Millennium Promise Alliance, sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible del milenio.

En uno de sus libros más conocidos, El fin de la pobreza, liga la calidad institucional y de gobierno al desarrollo económico de los países, e invierte la causalidad de los factores típica hasta ese momento. Así, afirma que, con una correcta política de intervención sobre el continente africano, seríamos capaces de acabar, en veinte años, con la pobreza extrema (definida en el libro como vivir con menos de 1 dólar al día). Uno de los países de referencia, cuyo modelo, según Sachs, se podría replicar en África, era la China post-1978. Uno de los factores principales que destaca en su obra como motor de reducción de la pobreza se trata del aumento de ayuda al desarrollo entre principios del siglo XXI y el año 2015. Así, mientras que en 2002 esta ascendía a 65.000 millones de dólares, en 2015 dicha cifra se había multiplicado hasta los 195.000 millones. Asimismo, en la línea de trabajos como el de Tim Marshall en Prisioneros de la geografía, Sachs también defiende la idea de que una gran parte de la pobreza del continente africano se debe a factores históricos, climáticos y geográficos, por lo que alega que el único modo de romper dichas trampas de pobreza, generadas por la propia naturaleza, radica en las inversiones públicas e intervenciones a gran escala.

Un ejemplo muy claro lo observamos en los estudios de Sachs sobre la agricultura de subsistencia en África, como Natural Resource Abundance and Economic Growth, publicado junto con Andrew Warner. En este trabajo, analiza cómo, de media, se más que triplicaría el área fértil para cultivar si a los países africanos y aquellos enormemente dependientes de la economía de subsistencia se les donaran semillas genéticamente mejoradas, irrigación y fertilizantes previamente diseñados en laboratorios. Este aumento de las cosechas disminuiría la pobreza, al reducir el precio de los cereales y las hortalizas en los mercados internos.

Por otro lado, y aun habiendo sido refutado por algunos colegas como Banerjee o Easterly, Sachs insiste en la gran relevancia y efectividad de los programas de microcréditos en los países emer gentes. En cambio, sí concuerda con Banerjee y Duflo en otros programas como la distribución de camas recubiertas con insecticida allí donde la malaria supone un gran problema. Este programa se reveló un éxito en cuanto al descenso de nuevos casos de esta enfermedad y reducción de mortalidad infantil, algo que llegó a reconocer el propio Easterly. Los cálculos de Sachs estimaban que, siguiendo este tipo de programas, el coste anual de mantener la malaria bajo control en África se podría situar en los 3.000 millones de dólares, un 25% de lo que cuesta actualmente.

Otro de los grandes proyectos de la carrera del autor, que resulta pertinente destacar, fue el de las Villas del Milenio, que se centraba en una docena de países africanos, en los que, a través de microproyectos en algunas aldeas, en el proyecto piloto, se lograba dar cobertura alimentaria y sanitaria a cerca de 500.000 personas. No se halló exento de críticas, tanto por su relativo fracaso como por la manera en que se diseñó. Así, no generó un impacto significativo en la reducción de la pobreza o la malnutrición, tal como prometía en un principio. Ante esto, los promotores de la iniciativa presentaron varios artículos tratando de defender su supuesto éxito, pero fueron severamente criticados por la metodología empleada.

Amartya Sen

Profesor de Economía en la Universidad de Harvard y la London School of Economics, ha centrado su carrera y principales líneas de investigación en la Economía Política y la Economía del Desarrollo, sobre todo en subramas como las teorías del desarrollo humano, la reducción de la pobreza o la archiconocida de enfoque de capacidades, más en línea con la filosofía política. En el contexto de este informe que nos ocupa, lo que más interesa son sus teorías sobre Economía del Desarrollo, pero hemos de tener presente que todas ellas se encuadran en un marco analítico basado en el enfoque de capacidades. Esto resulta importante para entender a qué se refiere Sen cuando habla de “libertad”.

Así, la interpreta como la capacidad del individuo, en una concepción de esta como libertad positiva, que se opondría, por efectuar un contraste, con la “libertad negativa”, entendida como ausencia de coacción y defendida por algunas escuelas de pensamiento económico, caso de la Austriaca. Partiendo por lo tanto del concepto del enfoque de capacidades y la “libertad positiva”, Sen argumenta a lo largo de toda su obra que el desarrollo socioeconómico se basa en la expansión de las capacidades de los individuos, lo que, en gran parte, incrementa la igualdad de oportunidades allí donde existe una gran disparidad al respecto.

De la misma forma, Sen propone una relación causal en la dirección opuesta, argumentando que un incremento del poder adquisitivo derivado de un crecimiento de los ingresos en los países emergentes contribuye a aumentar la libertad de los individuos. Aun así, el autor, en prácticamente todos sus estudios, incide en la desigualdad expresada en cifras de crecimiento a lo largo de las últimas décadas, no ya solo entre continentes, sino asimismo entre países, y como solución a dicho problema -sobre todo en pro de reducir las desigualdades intranacionales-, aboga por sistemas redistributivos fuertes, tal y como expone en su paper Development and Thinking at the Beginning of the 21st Century.

Aunque Sen admita que el progreso a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas no tiene precedentes históricos y que ha contribuido a sacar a miles de millones de personas de la pobreza a nivel global, advierte de que las tiranías, las hambrunas o la violación de derechos elementales siguen ocurriendo hoy, factores que ni podemos ni debemos ignorar, tanto desde el punto de vis ta moral como técnico, por sus efectos sobre el desarrollo socioeconómico de los países. El Nobel remarca que el desarrollo económico propiciado por una mayor apertura de los mercados ha ayudado sobremanera a reducir la frecuencia de estas situaciones, pero llegados a este punto, se ha de pensar en nuevas vías para disminuir la violencia, la pobreza o la opresión política en el mundo. Por ello, en What’s the Point of a Development Strategy, enfatiza que resulta mucho más necesario centrarse en el desarrollo humano y la desigualdad existente en países emergentes que en el crecimiento económico per se.

En el desarrollo de su teoría del enfoque de capacidades, Sen asegura que existen ciertas barreras, formadas por la falta de acceso a bienes y servicios básicos en algunos países, lo cual tiene un grave efecto a largo plazo, al truncar el desarrollo potencial de dichas naciones por carencias materiales presentes. Sen piensa que esta carencia material primaria elimina o constriñe considerablemente la libertad del individuo. Por lo tanto, esa disminución “artificial” de la autonomía del individuo producida por la pobreza o la desigualdad extrema (pobreza relativa) podría llegar a entenderse, en muchos casos, como una merma de la libertad mayor que aquella que podría ocasionar un Estado autoritario. La libertad, entonces, no sería solo política, sino que también estaría comprendida como libertad de acción dentro de un marco de capacidades mínimas.

Sen fue el responsable directo de la creación de un nuevo paradigma en la Economía del Desarrollo en la década de los 2000, aunque la comenzó a finales del siglo XX. Se paró a reflexionar sobre la posibilidad de existencia de un “desarrollo ético” para los países emergentes, es decir, que estos lograran el avance económico sin que se dejaran de respetar los derechos humanos más básicos, a la vez que se garantizaba una base de bienestar general. Sen interpreta el cambio social como un proceso socioeconómico basado en la expansión de derechos a raíz de un incremento del volumen de capacidades, introduciendo factores propios de la democracia directa en la elección de las vías de crecimiento y desarrollo en países emergentes. Un ejemplo de implementación práctica de sus teorías son los Objetivos de Desarrollo del Milenio, hasta el año 2015, y actualmente, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ambos promovidos por la ONU. En algunos de sus trabajos, caso del paper Hunger in the Contemporary World, destaca la relevancia de poner a los más pobres en el centro del debate a la hora de proponer o llevar adelante cualquier política dirigida a promover el desarrollo de las naciones emergentes, enfatizando la necesidad de hacer cumplir fielmente los derechos de los más pobres.

 Un buen ejemplo de una herramienta de medición empleada hoy en día en Economía del Desarrollo para comparar el desarrollo de los países es el Índice de Desarrollo Humano (IDH), compuesto por tres parámetros diferentes. En primer lugar, la esperanza de vida al nacer en determinado país; en segundo, el nivel educativo a partir del número de años que un ciudadano medio ha pasado escolarizado en ese país; y, por último, el PIB per cápita. Por lo tanto, el IDH constituye la perfecta representación práctica del enfoque de capacidades de Sen sobre la economía real.

3. FACTORES CLAVE DESARROLLO

Si algo ha dejado claro la literatura de los últimos tiempos sobre Economía del Desarrollo es que el progreso socioeconómico de los países no depende de un único factor, ni tampoco existe una solución mágica para alcanzarlo. Es más, tampoco conviene tratar en ningún momento a los países en desarrollo como un bloque monolítico y, en la mayoría de las ocasiones, las soluciones que se dan a un país, o las conclusiones que se pueden obtener del estudio de un caso, no suelen resultar absolutamente extrapolables al resto.

Aun así, la literatura más reciente e innovadora en el campo de la Economía del Desarrollo deja algunas pistas sobre los factores clave, en líneas generales, para el progreso social y económico de los países. En este apartado se han considerado cuatro ejes fundamentales: violencia, salud, educación y calidad institucional. Cada uno de ellos se ha tratado en profundidad, haciendo un repaso de las investigaciones más recientes e innovadoras al respecto, pero sin olvidar las bases teóricas propias de este campo. Por lo tanto, a continuación, insistiremos en la importancia de reducir la violencia para garantizar la estabilidad política y social de los países, lo que permite a los individuos desarrollar sus proyectos de vida de manera segura. Tal como demuestra la literatura, la ausencia de conflictos violentos se trata de un factor determinante para el desarrollo económico de los países.

Respecto a la salud, a nadie extraña que el capital humano constituya uno de los factores primordiales para el desarrollo de cualquier economía hoy en día, incluyendo por supuesto a aquellos países emergentes que continúan estancados en un modelo de agricultura anticuado y que merma constantemente su potencial productivo. Si deseamos que haya innovación y aumente la productividad, debemos tomar conciencia de que la salud y el bienestar físico y psicológico de los ciudadanos (en lo que juega un papel decisivo una correcta nutrición) resulta esencial.

La educación va, de igual manera, estrechamente ligada a la capacidad estatal, y tiene fortísimos efectos sobre el valor futuro del capital humano de los países y su potencial productivo. La educación se erige en un pilar básico para garantizar una correcta progresión de la productividad del factor trabajo y una igualdad de oportunidades de desarrollo para los niños de todas y cada una de las familias, sin importar su origen.

Por último, pero no por ello menos importante, cabe resaltar la importancia de la calidad institucional. La estabilidad y la garantía de derechos como el de propiedad, o la obligación de cumplimiento de los contratos por parte de ciertas instituciones del Estado, garantizan un sustrato sólido para el desarrollo. Unas instituciones inclusivas, al estilo de las defendidas por Daron Acemoglu y James Robinson, son necesarias para garantizar un crecimiento sostenido y sostenible en el tiempo.

3.1 Violencia

La violencia, sobre todo la armada, se trata de uno de los principales factores para analizar el desarrollo socioeconómico de los países emergentes en multitud de ocasiones. No solo por las muertes que causa, sino porque sus consecuencias, tanto primarias como secundarias, van mucho más allá. La inmigración y fuga de talento, junto a la destrucción de capital fijo, son dos de las principales razones que permitirían establecer una relación causal entre la proliferación de conflictos armados -sobre todo de carácter bélico y con participación ciudadana- y la pérdida de potencial productivo. Las instituciones propias de un país suelen salir asimismo fuertemente dañadas por la violencia armada, y no exclusivamente las políticas, sino también las sociales y culturales. Tal como comentamos con anterioridad, las repercusiones de las guerras civiles sobre el desarrollo de los países han sido uno de los principales temas estudiados por Collier.

A su vez, no podemos ni debemos olvidar que existen otros tipos de violencia más allá del conflicto armado, por ejemplo, la intrafamiliar,con marcados efectos sobre el desarrollo de los países, tal como han expuesto autores como McGuire et al., que analizaremos a continuación.

Efectos del terrorismo sobre el desarrollo económico: ¿sensacionalismo informativo?

El terrorismo en los diferentes países se ha estudiado siempre como una variable con un gran efecto sobre la confianza de las empresas, consumidores e inversores, pero, desde hace algunos años, se han realizado varios estudios en los que se correlaciona su impacto sobre los volúmenes turísticos y la calidad del propio turismo. Esto tiene una gran repercusión sobre muchos países emergentes -sobre todo en Oriente Medio-, en los que el turismo occidental supone una gran parte de sus ingresos y ocupa un gran protagonismo en su modelo económico.

El terrorismo, como su propio nombre puede inducir a pensar, no influye en la economía por la destrucción que llegue a generar de manera directa -a diferencia de una guerra-, sino más bien por la atención mediática que recibe y cómo estas noticias viajan a través del mundo, desalentando los flujos turísticos, y alejándolos de aquellos países que más ataques terroristas sufren en el día a día. Este tema ha sido estudiado por muchas ramas de la ciencia económica recientemente, y no solo por la Economía del Desarrollo, sino también por la del comportamiento, la macroeconomía, e incluso, se han acuñado modernas teorías de integración económica sobre los mencionados factores de estudio (4).

Como se ha dicho, no son realmente los actos terroristas en sí los que causan dichas contracciones económicas, sino las noticias sensacionalistas sobre ellos, que generan una mayor aver sión del viajero medio hacia esos destinos y las consiguientes tendencias a la baja en los precios, así como la devaluación de la calidad del turismo en los países afectados. Amos Tversky y Daniel Kahneman ya estudiaron en 1973 estos sesgos derivados de las noticias sensacionalista sobre sucesos, llegando a una curiosa conclusión: que nuestro marco mental opera sobre modelos bayesianos, haciendo que tomemos decisiones a partir de eventos ya acaecidos, en lugar de ajustarnos a la probabilidad real de que estos se repitan en un futuro cercano (5) .

Sobre el estudio de estos sesgos, posteriormente se han creado teorías macroeconómicas y de desarrollo de países emergentes, los más afectados por la contracción de flujos turísticos a causa del sensacionalismo informativo. Esto se debe a que los países en desarrollo reciben generalmente muy poca cobertura periodística, y esta solo se produce en caso de sucesos extremadamente negativos, lo que hace que el consumidor de información considere que esa es la situación cotidiana en dichos lugares.

Además, el efecto no es estático, sino dinámico y recurrente, ya que contribuye a aislar internacionalmente aún más a dichos países y les hace entrar en una espiral negativa de desarrollo de su modelo económico. Algunos autores, como Timothy Besley, han tratado de cuantificar el impacto de las noticias sensacionalistas sobre terrorismo en estas naciones, y aunque resulte muy complicado medir de manera certera dicha relación (debido a la práctica imposibilidad de conocer qué proporción exacta de las variaciones de flujos turísticos se puede atribuir a la cobertura informativa), sí se han podido extrapolar tendencias muy válidas y relevantes al respecto (6) .

Para este estudio, el grupo de economistas citado en las referencias analizó un millón de artículos de prensa y reportajes televisivos provenientes de 57 países emergentes, entre los que figuran Túnez, Turquía, Marruecos, o Egipto. El eje temporal sobre el que disponemos de datos va de 2009 hasta 2016. Sobre ellos, construyen una gráfica muy interesante, que se presenta a continuación. Allí, traducidas en la línea azul, se incluyen todas las malas noticias relativas a asesinatos o muertes por causas exógenas (fatalities) sobre el grupo de países estudiados, mientras que la línea roja punteada representa las malas noticias en las que al menos un turista se viese afectado. Ambas variables se calculan como porcentaje total sobre el agregado de noticias de carácter negativo. Así, se efectúa la comparación entre cuatro de los países más golpeados por dicho fenómeno: Egipto, Túnez, Turquía e Israel (sin que este último sea considerado un país emergente por la literatura general). De todos ellos, se puede extraer un dato común: de media, cerca del 40% del total de noticias negativas incluían un suceso que hubiese afectado al menos a un turista, y así lo destacaba la noticia correspondiente. El efecto que este dato tiene sobre la contracción de los flujos turísticos es inimaginable.

Gráfica 2. Evolución de noticias sobre violencia y malas noticias en las que un turista se ve envuelto

Fuente: “Terror and Tourism: The Economic Consequences of Media Coverage”, Center for Economic Policy Research.

Para mensurar los estragos económicos de dicha cobertura mediática, los autores calculan, a través de datos de MasterCard, la variación en gasto agregado por parte de los turistas en un grupo de 57 países. Como se comentó antes, aunque aún resulte muy difícil llegar a una conclusión formal sobre los efectos macroeconómicos agregados de dichos fenómenos, este proxy permite aproximarse de forma considerable.

Los autores señalan una fuerte correlación entre la intensidad de la cobertura mediática de los sucesos negativos y las fuertes caídas consecuentes, no solo en flujos turísticos, sino en el gasto en el país de destino. En concreto, este se reduce de media un 56% al mes siguiente.

Cuando se desglosa dicho estudio por áreas geográficas, los autores llegan a una conclusión ciertamente llamativa. La cobertura mediática de continentes como África o Latinoamérica es sustancialmente menor a la media, pero cuando esta se basa únicamente en fatalities, en ambos continentes, supera con mucho a la media, en proporción sobre el total de noticias emitidas a nivel global. Esto hace que el sesgo de informar internacionalmente solo sobre los acontecimientos con un elevado número de fallecidos, y especialmente si afectan a turistas, genere percepciones muy negativas hacia estos países y cause aversión de los viajeros hacia ellos.

Pero ni este sesgo ni esta aversión se ajustarían a la realidad de los datos agregados sobre terrorismo. Otros estudios (7) en esta misma línea de investigación también han señalado que, aunque los actos terroristas en estos países sean casos absolutamente aislados, en los emergentes -sobre todo en aquellos con gran dependencia del sector turístico- contribuyen enormemente a truncar dicho desarrollo, al menos en el corto plazo.

Conflicto, reconstrucción y políticas de desarrollo: el caso de Afganistán e Irak

Si hay dos países sobre los que poder estudiar el efecto de los conflictos violentos sobre el desarrollo económico, estos son Afganistán e Irak. Más de diez años de conflicto violento en ambos han dejado secuelas de más de 180.000 muertes de civiles y otras 8.000 de soldados extranjeros. Pero, en medio de dicha hecatombe, las tropas internacionales, en cooperación con el Gobierno nacional, han diseñado e implementado programas de reconstrucción y desarrollo. Estos incluyen reconstrucción de la infraestructura, inversión en agricultura para lograr abastecer a toda la población y generar desarrollo socioeconómico desde la base, o inversión en sanidad y seguridad. Algunos países occidentales han destinado grandes sumas de dinero para esta causa, como EE.UU., que ha dedicado 100.000 millones de dólares a Afganistán, y otros 80.000 a Irak.

La reconstrucción no tiene únicamente un fin económico, sino también sociopolítico: lograr una mayor unificación y cohesión de la población local. Aun así, la investigación posterior a dichas intervenciones ha mostrado que el desarrollo “teledirigido” de estos países ha supuesto una total desconexión de la evidencia empírica previamente disponible, y en muchos casos no ha proporcionado los resultados esperados.

Los acuerdos a nivel gubernamental con diferentes asociaciones u ONGs en países emergentes pueden resultar sensibles cuando versan sobre áreas en las que la visión ideológica juega un gran papel, caso de la educación. Además, esto resulta mucho más controvertido cuando las tropas de un ejército extranjero se encargan de llevar a cabo estos planes, tanto edificando escuelas u hospitales como, simplemente, ayudando a la población local a superar las dificultades propias del conflicto armado. Aun siendo filantrópicas todas estas labores, en muchas ocasiones, la presencia de un ejército ajeno provoca entre los naturales del país una sensación de exceso de dominación y cesión de soberanía. Por ello, las políticas de reconstrucción y ayuda a naciones emergentes inmersas en un conflicto bélico pueden incluso desencadenar efectos adversos sobre el desarrollo. En consecuencia, existe una amplia literatura que trata de encontrar la manera de optimizar la ayuda disponible para países emergentes en guerra sin que conlleve una insurrección ciudadana ni perjudique el avance socioeconómico del territorio.

Algunos modelos han intentado estudiar el coste de oportunidad de una mayor inestabilidad social a cambio de un desarrollo consolidado y prolongado en el tiempo, a medio plazo, y ver si los programas de reconstrucción dirigidos por terceros son la mejor opción para ello, a la par que miden el efecto sobre los niveles de violencia.

Un caso llamativo de análisis, y para el que disponemos de literatura y evidencia empírica, lo encontramos en los programas de reconstrucción en Afganistán. Travers Child ha abordado esta temática (8). A través de diferentes entrevistas y encuestas realizadas a pie de calle en Afganistán, extrae datos para estudiar las fricciones ideológicas y políticas que pueden llegar a surgir ante programas extranjeros de reconstrucción o ayuda humanitaria, y su repercusión en los niveles de violencia. Para establecer la relación entre ambos fenómenos, el estudio recurre a la base de datos de la OTAN sobre grados de estabilidad de los diferentes países (no disponible en la red). Este organismo registra cerca de 120.000 proyectos de reconstrucción y desarrollo en Afganistán, de los cuales más de 22.000 fueron llevados a cabo y financiados por países extranjeros, implementados por sus respectivos ejércitos. La otra variable, los niveles de conflicto armado, se puede obtener a través de bases de datos del gobierno estadounidense sobre violencia en una serie de países. Para el eje temporal del estudio (de enero de 2005 a septiembre de 2009), los datos muestran variaciones de la intensidad de la violencia muy diferenciadas, sobre todo en aquellas áreas más afectadas por los proyectos de reconstrucción (PRT), tal y como se puede observar en una de las gráficas del paper, la cual compara, en el mapa de Afganistán, aquellas áreas que han recibido más PRT, y la fluctuación en los niveles de violencia.

Gráfica 3. Áreas de Afganistán afectadas por proyecto PRT y variación en los niveles de violencia

Fuente: “We don’t need No Education: Reconstruction and Conflict across Afghanistan”, HiCN Working Paper 244.

Child toma muchas precauciones para poder confirmar una causalidad existente entre ambos factores, como identificar tendencias específicas por distrito y observar si dichas variaciones persisten en el tiempo.

Los resultados señalan que, cuando son ejércitos extranjeros los encargados de llevar a cabo los planes de reconstrucción, tanto edificando clínicas como distribuyendo recursos entre la población, los niveles de seguridad en el territorio aumentan, y, por el contrario, no se observa ningún aumento de la violencia o de la inestabilidad social. Por el contrario, si terceros países, a través de sus ejércitos, intervienen en políticas o proyectos educativos, por ejemplo, la construcción de un colegio o la enseñanza directa a los alumnos, la violencia se incrementa. Las conclusiones del paper remarcan que simplemente abandonando la intervención extranjera (a través del ejército) en materia educativa, los niveles de violencia en los territorios señalados se reducirían en torno a un 20% de media. Por lo tanto, se abre una nueva línea de investigación para calcular, en un esquema coste-beneficio, si dicha intervención resulta netamente positiva o negativa para el desarrollo socioeconómico de estos países.

Un estudio del conflicto en África subsahariana

Estudios recientes han demostrado que las características inherentes a las sociedades africanas precoloniales han sido determinantes para su desarrollo socioeconómico a lo largo de la historia, y aún lo siguen siendo hoy en día. Algunas investigaciones políticas han achacado las diferencias económicas existentes al grado de centralización estatal y sus tendencias históricas, caso de las de Nicola Gennaioli e Ilia Rainer (9) , mientras que otros autores, como Robinson (10), han presentado mult tud de factores distintos. Uno de los más destacados por el autor británico es la estructura social y su relación con los niveles de conflicto y disrupción social. En la estructura y organización social, presenta como el núcleo originador de conflicto a la segmentación por linaje.

 Un amplio grupo de autores, no solo ahora, sino históricamente, han estudiado las estructuras organizativas de África subsahariana, y han llegado a la coincidente conclusión de que estas se hallan fragmentadas sobre una segmentación basada en el linaje, sin haberse revertido esta tendencia en ningún momento. Esto determina en muchas ocasiones las preferencias políticas o los modos de vida, lo que afecta en parte al desarrollo económico de los diferentes grupos poblacionales, tal como han mostrado los antropólogos Edward Evans-Pritchard (11) o Michael Smith (12), quienes, a su vez, han establecido una correlación entre este modelo de organización social y los niveles de conflicto violento. Una de las conclusiones teóricas a las que llegan es que el modelo de segmentación social por linaje hace que las relaciones sociales se entablen a partir de factores puramente genealógicos, lo que genera fricciones entre grupos distintos dentro de este marco y lleva a mayores niveles de conflicto violento.

Algunos antropólogos que han tratado de cuantificarlo, caso de Ioan Lewis, emplean la guerra civil somalí como caso práctico. En ella, desde 1991, ha habido entre 350.000 y 1 millón de muertes, potenciadas en gran parte por la estructura social, que actúa como detonante a la hora de promover la “justicia” directa entre familias a través de la violencia armada. Por ello, hace tres años, Jacob Moscona et al. (13) se propusieron estudiar el fenómeno descrito, desde el punto de vista de la economía y determinando la relación con el desarrollo socioeconómico de los países más afectados por los niveles de conflicto violento en África subsahariana. La principal conclusión que cabe extraer de su paper es la fuerte correlación y causalidad entre el modelo de estructura social del territorio subsahariano y los niveles de conflicto violento. Además, añaden los autores, no se debe únicamente a que bajo este modelo se desaten más conflictos armados, sino que, además, estos resultan más violentos y se prolongan en el tiempo.

Para la recolección de datos, acuden a la Ethnographic Survey of Africa, que contiene información sobre estructuras organizativas en 145 sociedades de África subsahariana entre 1940 y 1970. La muestra permite una sencilla primera comparativa, ya que 74 de esas sociedades siguen un modelo de segmentación social por linaje, mientras que las 71 restantes emplean otros métodos de organización. Estas 145 sociedades abarcan el 38% de la población de África subsahariana. Para el resto, no hay datos de suficiente calidad o fiabilidad.

A partir de esto, se procede a estudiar la correlación entre la segmentación social por linaje y los niveles de conflicto violento entre los diferentes grupos étnicos, y se encuentra que esta es estadísticamente significativa. Para analizar su causalidad, se controlan una serie de variables muy amplias, que van desde las características geográficas de cada grupo hasta aquellas históricas más trascendentales. Los autores concluyen que un 84% de las sociedades que siguen un modelo de organización social de segmentación por linaje registran más incidentes violentos mortales que aquellas que adoptan cualquier otro.

Gráfica 4. Correlación entre segmentación social por linaje y niveles de conflicto entre etnias

Fuente: “Social Structure and Conflict: Evidence from Sub-Saharan Africa”.

Para reafirmarse sobre la causalidad entre ambas variables, estudian estos fenómenos por regiones. La conclusión a la que llegan en este caso es que, efectivamente, existe una causalidad innegable.

3.2. Salud

La salud de la población, tanto en términos de esperanza de vida, estado de salud, o acceso a cuidados sanitarios, resulta decisiva para el desarrollo de los países emergentes, la emancipación de los ciudadanos y una garantía del bienestar de la población general, lo que conlleva una mayor cohesión social. Es por ello por lo que, a lo largo de esta sección, se abordarán temas como la cobertura médica, la supervisión constante, factores exógenos que afectan a la salud, y algunas variaciones micro que pueden contribuir a incrementar de manera relevante la calidad de vida y mejorar la salud de los ciudadanos.

Gestión de los sistemas de salud en países emergentes

Los niveles de salud y calidad de vida no se encuentran determinados únicamente por la capacidad de acceder al sistema sanitario, sino por la calidad de este. Es decir, cuando analizamos los efectos de un mayor y mejor acceso al sistema sanitario sobre la salud de los ciudadanos, se debe tener en cuenta que el único factor relevante no es solamente la cantidad, sino también la calidad.

Autores como Waly Wane y Gayle Martin (14) han estudiado este aspecto para países africanos, llegando a la conclusión de que el sistema sanitario no ofrece la atención requerida a los pacientes que acuden a las clínicas u hospitales en un 29% de las ocasiones, de media, hasta alcanzar el 45% en algunos casos.

Cabe preguntarse dónde se hallaría el problema principal. Si partimos de que, en los casos analizados por los autores, el fallo no reside en la falta de centros de asistencia, sino en una baja calidad de la atención recibida en estos y una alta inefectividad de los tratamientos dados, deberemos buscar la causa de ello. Economistas como Bloom concluyen que, ante la escasez de recursos sanitarios en condiciones normales en dichos países, probablemente el error se encuentre en su gestión. Si esta es buena, es posible incrementar la productividad, tanto del material sanitario como de los propios trabajadores, a través de un perfeccionamiento del esquema organizativo.

Un caso exitoso de mejora de la gestión hospitalaria y de los recursos médicos en un país emergente lo encontramos en Nigeria. En concreto, su gobierno contrató a seis empresas privadas para tratar de diseñar mejores planes de gestión e incrementar la eficiencia y efectividad de su sistema de salud. La prueba se realizó en un inicio en seis estados, e incluía un entrenamiento específico del personal médico, una medición constante de la calidad del servicio, y ciertas pautas para mejorar la productividad de este a través de cambios en la estructura interna. Durante todo este proceso, los centros que recibieron asistencia de los consultores se sometieron a visitas frecuentes por parte de estos para evaluar el progreso e ir modificando los planes.

Por otro lado, en los mismos seis estados, otro grupo de consultores atendía a centros médicos distintos, a los cuales, en lugar de ayuda intensiva, simplemente se les daban recomendaciones y pautas, pero sin que se les realizara un seguimiento o comprobación de los resultados.

Felipe Dunsch et al. (15) realizaron una comparativa entre ambos grupos para observar qué tipo de intervención destinada a mejorar la gestión de los servicios de salud resultaba más efectiva. En este sentido, la intensiva mostró claros resultados de mejora tras nueve meses de programa. En el fondo, los cambios no eran tan grandes, pero la clave se encontraba en su sostenimiento en el tiempo. Se consiguieron instalaciones más limpias, menor número de infecciones a causa del estado de las mismas, asistencia más rápida y eficaz a los pacientes que llegaban al hospital, mayor transparencia, etc.

Para comprobar si realmente los consultores tuvieron algún efecto sobre la gestión hospitalaria, y esta a su vez sobre la salud de los pacientes, los autores intentaron aislar el resto de posibles variables, concluyendo que, efectivamente, los cambios en la gestión redundaron en la efectividad del servicio, y esto a su vez contribuyó a incrementar el nivel de salud de los pacientes atendidos, en un menor plazo temporal.

Las subvenciones en materia de salud en países emergentes

En escenarios de escasez, la gestión eficiente de los recursos se vuelve aún más relevante, a fin de que estos se empleen de manera óptima o casi óptima, lo que eleva la productividad de dicha actividad. Es el caso de los fondos destinados a subvencionar medicamentos en países emergentes, lo cual incluye los programas de ayuda de terceros países que pretenden garantizar su acceso al mayor número de ciudadanos posible. La cuestión clave se encuentra en el uso que se le da a esos fondos y su efectividad real, algo ampliamente estudiado para países de África subsahariana. En primer lugar, debemos destacar algunos de los principales problemas que sufren los sistemas públicos de salud en esta región. Multitud de factores, aparte de la escasez de medios, confluyen para hacer que su calidad presente grandes fallos. Nazmul Chaudhury et al. (16) han estudiado el funcionamiento de las redes de corrupción en los diferentes sistemas sanitarios públicos de naciones emergentes, llegando a ciertas conclusiones comunes y generalmente extrapolables para ciertos grupos de países. Entre otras cosas, los trabajos de este grupo de economistas demuestran cómo existe un gran volumen de extorsión y soborno en dichos sistemas (17), donde se filtran medicamentos a personas para las que realmente no resultan prioritarios, o se modifican las listas de espera para intervenciones quirúrgicas.

Estos problemas destacan sobre todo en programas de medicamentos o tratamientos subvencionados, no únicamente por el gobierno nacional, sino asimismo por ONGs especializadas en ello. Tal como muestra la evidencia citada, esto ocurre muchas veces porque dichas subvenciones se entregan sin ningún tipo de condicionalidad, más allá de la mera discrecionalidad del gasto, y no se articula ningún mecanismo de control externo sobre estos fondos. Aun así, los propios autores reconocen los límites y dificultades existentes a la hora de medir los niveles de extorsión y corrupción ligados a las subvenciones y ayudas sin sistemas de supervisión.

Para tratar de estudiar empíricamente este fenómeno, Pascaline Dupas (18) y su equipo de colaboradores realizaron una auditoría al programa de la Organización Mundial de Salud (OMS) referente a provisión de redes antimalaria para la población más desfavorecida de Ghana, Uganda y Kenia. Se centraba específicamente en dos grupos de población, los más afectados por la malaria: los niños recién nacidos, y las embarazadas (por el riesgo que supone esta enfermedad para un feto desarrollado).

La auditoría realizada por Dupas et al. contemplaba una serie de controles sobre los fondos previamente otorgados como subvenciones al sistema sanitario. Procuraban sobre todo que aquellos pacientes que recibían una red protectora contra la malaria estuviesen correctamente registrados, a través de un sistema transparente y abierto, en el que, además, se estipulasen los motivos por los que se había entregado dicho producto a las personas escogidas. Por otro lado, también contabilizaron aquellos demandantes de estas mallas cuya petición se rechazó y el motivo.

Los resultados mostraron que, al contrario que en las ocasiones en las que no se implantaba ningún tipo de control ni condicionalidad, cuando se introducía un mecanismo de supervisión y transparencia, la cobertura del gasto resultaba mucho más efectiva, al dirigirse a aquellas personas que verdaderamente lo necesitaban, reduciendo tanto la extorsión como los niveles de corrupción del sistema sanitario. En concreto, el nivel de cobertura registrado durante la auditoría del programa ascendió hasta el 80% de las personas verdaderamente elegibles para ello. Mientras tanto, la tasa de extorsión o corrupción (casos en los que la red de protección se proporcionó sin justificar debidamente) se situó en el 1,4%. Esta cifra se asocia a aquellas que fueron entregadas a través de un mecanismo de corrupción probada,mientras que el total de redes entregadas sin justificación correcta en el registro ascendió al 14,7%.

Con estos datos, y siguiendo los baremos de la OMS, se puede concluir que, tras el establecimiento de un mecanismo de control sobre el gasto, la política se tornó efectiva y eficiente.

Nutrición en países emergentes: un nuevo modelo

Una correcta nutrición constituye uno de los pilares de garantía de una buena salud. Sobre esto se ha investigado mucho, para tratar de hallar las posibilidades de conseguirla en un entorno de recursos muy escasos, como los países con menores niveles de renta per cápita. En este sentido, nuevos informes han tratado de calcular el coste diario de una adecuada nutrición -a partir de estándares actuales de la misma, y no medida únicamente como aporte calórico- y, sobre ello, cuantificar el número de personas en el mundo situadas por debajo del umbral mínimo de acceso a dicha dieta. Al ser la malnutrición uno de los principales problemas en las economías en fase de desarrollo, hay que hacer especial hincapié sobre este tema, ya que una incorrecta nutrición afecta a muchas otras variables, que acaban por lastrar, no únicamente el desarrollo presente, sino también el futuro.

En los últimos 30 años, la esperanza de vida a nivel global se ha incrementado de manera sorprendente y, como es lógico, la tasa de crecimiento de dicha variable ha ido reduciéndose con el tiempo, hasta tal punto que parece haberse estancado. Es por ello por lo que la investigación más reciente al respecto ya no se centra solo en el aporte calórico total diario de la dieta en países emergentes, sino en multitud de factores muy diversos, véase el efecto de una determinada dieta sobre la aparición de enfermedades como diabetes o hipertensión (19), o una correcta provisión de lípidos, vitaminas, minerales, etc. Por otra parte, estas nuevas tendencias señalan el peligro de la proliferación en los países emergentes de los alimentos ultraprocesados -normalmente de menor precio y de más fácil acceso que los alimentos comparables-, no ya solo por los perniciosos efectos para la salud de estas personas, sino asimismo por los efectos que este modelo de producción alimentaria tiene sobre el medioambiente, y especialmente en la preservación de entornos naturales. Por todo ello, la Comisión EAT-Lancet publicó hace escasamente un año un informe, elaborado por Walter Willet et al. (20), en el cual trataban de establecer una dieta mínima de referencia que tuviese en cuenta todos y cada uno de los factores previamente comentados. Esta dieta contribuiría a reducir las enfermedades asociadas a una mala nutrición, a la par que garantizaría un mejor desarrollo físico y mental de aquellos que tuviesen acceso a ella. La dieta EAT-Lancet trata de optimizar costes a la par que disminuye la ingesta de alimentos procesados, supliéndolos por productos frescos y nutrientes esenciales. En la tabla de debajo, procedente de un paper de investigadores de la Universidad de Tufts y el International Food Policy Research Institute, se puede observar el diseño de la dieta, sus categorías principales y cantidad de ingesta diaria de cada alimento.

Fuente: Measuring the Affordability of Nutritions Diets in Africa: Price Indexes dor Diet Diversity and the Cost of Nutritient Adequacy», American Journal of Agricultural Economics.

Más allá de que dicho modelo de dieta sirva para cambiar el enfoque tradicional -únicamente medición calórica- sobre nutrición en economía, también proporciona una nueva herramienta a los economistas a la hora de estudiar las causas y efectos de la malnutrición y proponer políticas para paliarla. Al ser una dieta muy variada pero simple y de fácil acceso, resulta extrapolable de una forma sencilla a prácticamente todos los países, por lo que permite comparar costes a nivel global y tratar de adecuar el acceso a ella al poder adquisitivo de cada país o región, a través de la implementación de políticas públicas a pequeña escala.

Para reducir la dependencia de la venta al por mayor de bienes alimentarios, ya que en multitud de enclaves de países emergentes no es realizable, autores como Kalle Hirvonen et al. tomaron la decisión de ponderar el coste diario medio de la dieta EAT-Lancet con base en precios de venta al por menor. Para ello, en cada categoría de productos seleccionaron el más barato -mientras cumpla con las características señaladas- de los disponibles a nivel local. Después, aplicaron una serie de ponderaciones para poder extrapolar el coste de dicha dieta a nivel global y establecer un benchmark mundial, conocer así el número de personas incapaces de afrontarlo, y a partir de ahí, proponer soluciones de política económica a dicho problema. Para realizar este estudio, utilizaron datos de precios y de ingresos per cápita de 159 países, procedentes del Banco Mundial, en concreto, del informe ICP 2017 (21).

El resultado que arroja esta investigación es que el coste diario de la dieta de referencia se cifra en 2,89 dólares internacionales de 2011. Llama la atención que se sitúe por encima del límite de pobreza extrema, delimitado por el Banco Mundial en 1,90 dólares diarios. Esto significa, de entrada, que pobreza y malnutrición siguen estando estrechamente ligadas, y, en segundo lugar, que, hoy en día, hay en el mundo 1.580 millones de personas incapaces de afrontar el coste diario per cápita de la dieta EAT-Lancet. Esto equivale a prácticamente 800 millones de personas más que aquellas que viven actualmente por debajo del umbral de pobreza extrema a nivel mundial.

En el siguiente gráfico, que segmenta los países en grupos por nivel de ingresos a escala global, se puede observar el coste diario de la dieta EAT-Lancet por producto en cada grupo de países.

Tal y como se puede apreciar, el coste de la dieta EAT-Lancet se sitúa muy por encima de una dieta calórica básica en países emergentes, ya que la primera se centra en aportar los niveles mínimos diarios de multitud de nutrientes esenciales, más allá de la ingesta básica de calorías por día.

Por lo tanto, las líneas de investigación en políticas públicas deberían ir en la dirección de tratar de garantizar un mayor y mejor acceso a la dieta EAT-Lancet, tanto a través de una reducción de su coste como de un aumento de los ingresos de quienes actualmente se sitúan por debajo del umbral de 2,89 dólares al día.

Trabajos empíricos como los de Derek Headey y Harold Alderman (22) muestran que el elevado precio de frutas y verduras en África o el sur de Asia se debe sobre todo a los bajos niveles de productividad del sector primario y las graves ineficiencias en almacenamiento, distribución, etc. Por lo tanto, más que ayudas o transferencias para incrementar directamente los niveles de rentas, resultarían mucho más efectivas y eficientes las políticas centradas en aumentar la productividad del sector primario, lo que a su vez ayudaría a crecer el potencial productivo de la economía.

Gráfica 5. Coste de la dieta EAT-Lance alrededor del mundo, por nivel de renta per cápita nacional

Fuente: “Measuring the Affordability of Nutritious Diets in Africa: Price Indexes for Diet Diversity and the Cost of Nutrient Adequacy”, American Journal of Agricultural Economics.
Coyuntura covid-19

Ante la irrupción de la covid-19 en los países emergentes, estos afrontan muchísimos riesgos, como la altísima tasa de mortalidad que el virus podría suponer ante unos sistemas de salud menos preparados y con menos medios que los de los países desarrollados. En estos países, también puede impactar en las cadenas de valor y la distribución de bienes básicos, como los alimentarios.

Las distintas cuarentenas que se impusieron -y que aún siguen vigentes, aunque de manera más laxa, en algunas naciones emergentes- causaron, y todavía causan, una tremenda disrupción en la producción de alimentos, y han llevado incluso a la escasez local en muchas zonas de África extremadamente dependientes de la agricultura y que mantienen pocas relaciones comerciales con el exterior. Estas perturbaciones sobre las cadenas de distribución, tanto nacionales como internacionales, no han ocasionado únicamente escasez en muchos países emergentes, sino que también han supuesto una importante reducción de sus ingresos por exportación de materias primas, vital para estas naciones. Como es lógico, esta situación provocó a su vez una tendencia inflacionista en productos alimenticios básicos en prácticamente todo el mundo, pero con especial fuerza en aquellos lugares menos desarrollados, que disponían de menos alternativas de distribución y producción.

En el plano sanitario, las muertes no cesan de aumentar en esas zonas, a ritmos similares a los que pudimos observar en los países desarrollados durante la primavera. La ONU pidió en abril la formación de un fondo de 2,5 trillones de dólares para apoyar en el ámbito sanitario y económico a los países emergentes. Este aún no se ha aprobado, y en todo caso, llegaría mal y tarde por la escasa funcionalidad de este tipo de ayudas en momentos como los actuales, sin que se hayan marcado objetivos.

Por otra parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI) declaró en abril estar trabajando en la distribución de 100.000 millones de dólares para países emergentes en situación de necesidad financiera, mientras que el Banco Mundial aprobó un fondo de ayuda a países en desarrollo de otros 14.000 millones. Aun sin ser una cuantía enorme en relación al tamaño de las economías, si dichos recursos se destinaran a políticas de prevención y tratamiento de la enfermedad, estas podrían resultar muy efectivas, pero para ello se requeriría una estrategia por objetivos eficaz, que actualmente no existe.

3.3 Educación

La educación constituye uno de los pilares básicos de cualquier país. Sobre él se construyen sociedades más justas en términos de oportunidades y regidas por el mérito personal, en lugar de por conexiones interfamiliares o con el poder político, tal y como suele ocurrir en multitud de países emergentes, lo que conlleva elevados niveles de corrupción y una tremenda ineficiencia del sector público. Por todo ello, y para garantizar un futuro de bienestar, prosperidad y progreso continuado a muchos países que hoy día precisan de una marcada mejora en diversas áreas, la educación desde la base debe perfeccionarse e incentivarse, a la par que sus resultados han de medirse y estudiarse, en pro de futuras mejoras.

¿Son las ayudas financieras directas una solución para la educación en países con bajos recursos?

Una de las políticas que nos incumbe estudiar son las ayudas financieras directas (23) -muchas veces provenientes de instituciones internacionales o terceros países- a estudiantes sin recursos en países emergentes, y sus efectos sobre el nivel educativo, la diversidad de alumnos en cuanto a clase social en las más prestigiosas universidades, y los resultados a largo plazo en el campo de la enseñanza. También cabe destacar la existencia de mecanismos de control y supervisión, que hacen que ciertas ayudas redunden en resultados mucho más efectivos.

Reconocidos economistas como Raj Chetty (24) han mostrado en multitud de ocasiones las severas dificultades a las que se enfrentan los estudiantes de entornos desfavorecidos para acceder a la formación profesional o universitaria. En los países desarrollados, hace tiempo que se aplican políticas de este tipo, tanto en forma de beca como de préstamos universitarios sin necesidad de garantía, para asegurar cierta igualdad de oportunidades en el plano financiero a los alumnos con menos recursos, de cara a entrar en la universidad. Estas políticas no se desarrollan con tanta facilidad en los países emergentes, debido sobre todo a la falta de recursos y de capacidad organizativa para ello.

Algunos investigadores, caso de Juliana Londoño-Vélez, Catherine Rodríguez o Fabio Sánchez (25), han estudiado el efecto de dichos programas en países en desarrollo, como el programa Ser Pilo Paga (SPP) en Colombia. Su eje temporal son cuatro años, en concreto, de 2014 a 2018, y se centra en las calificaciones académicas. Algunas de las condiciones para recibir dichas becas eran: situarse en el 9% más elevado en cuanto a notas en el examen SABER (Selectividad colombiana), dentro de su grupo de renta, que a su vez debía figurar entre el 50% más pobre del país y, además, dichas ayudas solo resultaban válidas para el acceso a 33 universidades.

Como se puede observar, dichas subvenciones exigen multitud de requisitos, a fin de filtrar correctamente a aquellas personas que de verdad merecen las becas, tanto por falta de capacidad económica como en términos de meritocracia académica en comparación con otros alumnos comparables. Las becas cubrían el proceso completo de educación universitaria, tanto la estancia en las instalaciones académicas como las matrículas y el coste de las clases en sí.

Por lo tanto, observamos que el diseño en un principio era exigente y perseguía optimizar dichos fondos, entregándolos solo a aquellos alumnos que realmente los necesitaban, a la vez que los merecían. Tras ello, resulta pertinente estudiar el efecto de dicho programa sobre el acceso a ciertas universidades y en la calidad de la educación superior en Colombia. Para obtener la beca para las 33 universidades seleccionadas, había que conseguir una nota en el examen de SABER superior al 86,5%. Tal y como señalan los autores, aquellos alumnos provenientes de estratos socioeconómicos más bajos solían mostrarse menos proclives a realizar esta prueba, pero la beca actúa en este caso como incentivo a una mayor participación. Por ejemplo, entre aquellos con necesidades financieras y que podían optar a la ayuda ofrecida, la demanda de plazas en las universidades más bajas del ranking se redujo un 57,7%, mientras que la de las universidades más prestigiosas del país se incrementó un 426,6% en este grupo socioeconómico. Esto significa que los estudiantes de aquellos estratos sociales más desfavorecidos recibirán una mejor educación. A su vez, esto generará efectos de red, a raíz de que se producirá una asignación más eficiente de recursos, al centrarse la selección por parte de las mejores universidades aún más en el mérito académico, y no dejar fuera a ningún alumno con necesidad de apoyo financiero pero preparado para estudiar en las mejores universidades de Colombia. 

Los efectos de esta política resultan aún mayores de lo que se podría observar en un primer momento. El programa de control para acceder a las ayudas facilitó una optimización de recursos que generó externalidades positivas para algunos estudiantes que se encontraban fuera del programa. Por lo tanto, se podría afirmar, siguiendo a los autores del estudio, que dicho programa habría generado un beneficio social neto.

Además, por los efectos de red previamente comentados, la iniciativa, aun habiendo procurado financiación universitaria a un reducido número de estudiantes, habría servido de incentivo para una mayor demanda de plazas por parte de grupos de alumnos que sí podían financiarlo, pero que previamente no disponían de un estímulo lo suficientemente potente como para querer entrar en la universidad. Es decir, el programa también incrementó el nivel educativo medio de aquellas cohortes de población que no podían solicitar la ayuda por superar el límite de ingresos establecido.

El siguiente gráfico muestra la variación en el volumen de demandantes de plaza en las mejores universidades de Colombia, segmentado por años y por deciles de renta, dividido entre universidades privadas y públicas.

Gráfica 6. Variación en la demanda de plazas en las mejores universidades de Colombia

Fuente: “Upstream and Downstream Impacts of College Merit-based Financial Aid for Low-income Students: Ser Pilo Paga in Colombia”, American Economic Journal.

En conclusión, a través del estudio del caso de Colombia, podemos observar que, ante una escasa disponibilidad de fondos para promover la educación superior, su uso debe optimizarse, de tal manera que se destinen a quienes verdaderamente lo necesitan y que, a su vez, reúnen los méritos académicos para ello. Si dichas condiciones se cumplen, y sin que el ejemplo presentado sea absolutamente extrapolable, se generarían unos efectos de red que generarán externalidades positivas. Con ello, se potenciaría el objetivo inicial sin necesidad de una mayor inversión de recursos.

Educación y movilidad intergeneracional: el caso de África subsahariana

En los últimos años, se ha podido observar un incremento sin precedentes de los niveles educativos en África subsahariana, debido a un cúmulo de acertadas políticas de incentivos y programas de inversión en planes educativos adaptados a la región y a las características de la población joven. Aun así, esto no ha contribuido en demasía a fomentar la movilidad social e intergeneracional en África, lo que hace plantearse la implantación de nuevas políticas públicas y planes de estímulos. Algunos reconocidos economistas, caso de Alberto Alesina, Stelios Michalopoulos, Sebastian Hohmann o Elias Papaioannou (26), han estudiado la disyuntiva existente entre el incremento del nivel de vida, las oportunidades disponibles para los más jóvenes, la constante reducción de la pobreza, y a la par, el estancamiento de la movilidad social e intergeneracional.

Todo ello fue abordado en un amplio estudio de Alesina, en el que se emplean microdatos a nivel individual, que cubrían a cerca de 20 millones de personas en 26 países africanos, con datos desde 1960 hasta 2019. Se establecen relaciones entre el nivel educativo de los padres y los hijos y las variaciones en movilidad social. En este mismo sentido, también se estudian las diferencias de género, la brecha existente entre el mundo rural y el urbano, etc.; todos ellos factores que se calculan para finalmente aislarlos y obtener una clara medición del efecto de la variación en los niveles educativos sobre la movilidad social e intergeneracional.

La movilidad social a la baja la definen los autores como la probabilidad de que los hijos con padres que han finalizado la educación primaria no sean capaces de lograr lo mismo, mientras que la movilidad intergeneracional al alza se entiende como la mejora del nivel educativo de los hijos sobre el de sus padres. La edad de los hijos para realizar dichos análisis se fija entre los 14 y 18 años, independientemente de la de sus padres. Los autores resaltan, como un factor que facilita la medición de los datos, que en el 94% de los casos, los jóvenes situados en este rango de edad viven con sus progenitores, lo que permite aislar más fácilmente variables externas que podrían afectar a su desarrollo personal y educación.

En el siguiente mapa, podemos observar una escala de movilidad intergeneracional aplicada a más de 2.809 regiones. La tendencia es claramente positiva, ya que, en un 70% de los casos de padres que no lograron completar la educación primaria, los hijos sí la finalizaron. Aun así, hay países como Sudán, Etiopía, Mozambique, Burkina Faso o Malawi que presentan decepcionantes resultados, con cifras por debajo del 20% en este indicador. En el mapa, el color más claro equivale a una mayor movilidad intergeneracional, frente al más oscuro, que representa una movilidad intergeneracional muy reducida, pero no negativa.

Gráfica 7. Escala de movilidad intergeneracional en regiones africanas

Fuente: “Intergenerational Mobility in Africa”, Center for Economic Policy Research

Si dichas dinámicas se miden a través del tiempo, segmentadas por décadas, se puede observar que la movilidad intergeneracional en África ha aumentado ligeramente desde el inicio de los movimientos de independencia. Aunque la tendencia, de manera agregada, se muestre con oscilaciones al alza, ciertos países y regiones no han experimentado ningún cambio en este aspecto, tal como indicaba el mapa anterior.

En el siguiente gráfico, se observa una distribución de la movilidad intergeneracional segmentada por cohortes por décadas. La correlación entre los niveles de educación de la década de los 90 y la década de los 70 es de 0,8, es decir, una muy elevada entre los niveles de educación de los padres y (en muchos casos superiores) los de los hijos, lo que pone de manifiesto una clara tendencia al alza a lo largo de un periodo de 20 años.

Gráfica 8. Distribución de la movilidad intergeneracional segmentada por cohortes por décadas

Fuente: “Intergenerational Mobility in Africa”, Center for Economic Policy Research.

Por lo tanto, se puede concluir, a partir del estudio reseñado, que la educación se trata de un factor muy importante para promover la movilidad intergeneracional y social, con un fuerte efecto en países emergentes. Aun así, los datos agregados solo sirven para mostrar tendencias a nivel continental, cuando estos deben analizarse a nivel nacional e incluso regional, a fin de poder diseñar políticas públicas adaptadas al entorno y las necesidades de cada zona.

3.4. Calidad institucional

A lo largo de los últimos años, y tras varias investigaciones por todos conocidas, como las de Acemoglu y Robinson, el rol de las instituciones en el crecimiento y desarrollo de los países ha quedado cada vez más claro. Las instituciones inclusivas, que aseguran un crecimiento a largo plazo y sostenible en la práctica, son clave para el progreso de los países y la garantía de la igualdad de oportunidades para los habitantes más jóvenes de dichas sociedades. Aunque sobre esto haya consenso absoluto entre los teóricos de la Economía del Desarrollo actuales, cabe resaltar que donde más discrepancias surgen es en torno a cómo llegar a dicha situación de correcta institucionalidad y qué medios se necesitarían para ello.

Cualquier política emprendida para garantizar el asentamiento de instituciones en países emergentes debe tener una perspectiva multifocal, ya que, como se ha señalado anteriormente, la gran mayoría de estudios en Economía del Desarrollo se basan en casos prácticos y llegan a conclusiones respaldadas por la evidencia empírica de un país o área geográfica determinada, lo que hace que, en muchas ocasiones, estas no resulten extrapolables. Esto no quiere decir que, a la hora de diseñar políticas de desarrollo o refuerzo de la calidad institucional, no podamos basarnos en experiencias pasadas, sino que hemos de tener en cuenta un amplio rango de ellas para poder comprender que el desarrollo y consolidación institucional no funciona de manera ni siquiera parecida en las diferentes partes del globo.

Debemos comenzar, por lo tanto, por tener claro qué entendemos por “institución”, en el sentido quizás más económico de la palabra. Podría decirse que la conforman unas bases y unos límites establecidos a través de una estructura social, económica o política, que, a su vez, contribuye a establecer una serie de incentivos. En este punto se encuentra una de las claves de la contribución de una elevada calidad institucional al desarrollo de los países.

No se puede negar la estrecha relación existente entre las instituciones económicas y políticas. Esto puede suponer un problema para los países emergentes con graves problemas políticos, como el sometimiento a una dictadura o una sociedad fuertemente militarizada. Lo que se debe lograr con las políticas para el desarrollo institucional es que tanto las instituciones políticas como las socioeconómicas se refuercen mutuamente, a la par que rinden cuentas a la sociedad (27). Para ello debe existir un equilibrio de poder entre ambas, aun en el caso de instituciones naturales como la familia. Se debe lograr que todas ellas sean de carácter inclusivo y, por lo tanto, favorezcan una seguridad jurídica y política que reme a favor del desarrollo económico y la inclusión de todas las capas de la población en el progreso del país, a través de la garantía de la igualdad de oportunidades, sobre todo educativas.

Para acabar con las instituciones extractivas, se ha de conseguir que estas dejen de encontrarse cautivas de élites de este mismo carácter. Si las élites oligárquico-políticas se hacen con el control de las instituciones (sobre todo de aquellas que poseen el monopolio sobre la violencia), generarán un círculo vicioso de degradación institucional y empobrecimiento continuado en el tiempo. Por ello, cabe resaltar que uno de los puntos más relevantes a la hora de garantizar un correcto desarrollo socioeconómico se cifra en la reforma política. Al contrario de lo que algunos podrían llegar a defender, esta no debe imponerse de manera exógena, sino que ha de propiciarse que se sienten las bases para que dicha reforma llegue por sí misma, y a partir de ahí, la necesaria generación y consolidación de instituciones que faciliten y apoyen el desarrollo económico sostenido.

4. CONCLUSIÓN

Tras la presente exposición del estado del arte de la literatura sobre la Economía del Desarrollo, podemos concluir varios puntos. En primer lugar, el hecho de que la internacionalización de la economía y la inversión extranjera en países emergentes constituye uno de los principales alicientes para el crecimiento económico y el desarrollo social de los países. La globalización garantiza en términos relativos una asignación más eficiente de recursos que modelos como la autarquía, a la par que genera innumerables externalidades positivas que permiten reducir los niveles de violencia, mejorar la salud y la educación. Asimismo, el sector privado y su iniciativa juegan un rol primordial en el desarrollo económico de los países emergentes.

El liberalismo económico se encuentra mucho más preocupado por disminuir la pobreza que la desigualdad de fines (que no de oportunidades). Por ello, insistimos tanto en la importancia de promover aumentos de la productividad en los países en desarrollo, a través de mejoras del conocimiento técnico y revalorizaciones del capital humano disponible. Para todo ello, tal y como se ha defendido en la última sección, se necesitan unas instituciones inclusivas y estables, con un buen equilibrio político-económico y que rindan cuentas ante la sociedad, como mecanismo esencial de control del poder.


(1) Citado en: http://documents1.worldbank.org/curated/
en/816921468339602084/pdf/WPS7106.pdf

(2) Es comprensible que para hacer estimaciones y comparativas del nivel de renta a nivel internacional fuese más correcto emplear la mediana, pero ciñéndonos a la metodología del Banco Mundial, la prima de prosperidad compartida se calcula a partir de la diferencia entre el crecimiento del nivel de PIB per cápita del 40% más bajo de la distribución global y la media del PIB per cápita a nivel internacional, en el periodo señalado (1980-2013).

(3) Ferreira, F.; Galasso, E.; Negre, M.; Shared Prosperity: Concepts, Data and Some Policy Examples. IZA Institute of Labor Economics.

(4) Zhu, J. A; Sanborn, N.; Chater, N. (2020). The Bayesian Sampler: Generic Bayesian Inference Causes Incoherence in Human Probability, Psychological Review.

(5) Tversky, A.; Kahneman, D. (1973). Availability: A Heuristic for Judging Frequency and Probability. Cognitive Psychology.

(6) Besley, T.; Fetzer, T.; Mueller, H. (2020). Terror and Tourism: The Economic Consequences of Media Coverage. Center for Economic Policy Research (CEPR) Working Paper.

(7) Frankel, J. A.; Romer, D. (2008). Does Trade Cause Growth?. American Economic Review.

(8) Child, T. (2017). We don’t need No Education: Reconstruction and Conflict across Afghanistan. HiCN, Working Paper 244.

(9) Gennaioli, N.; Rainer, I. (2007). The Modern Impact of Precolonial Centralization in Africa. Journal of Economic Growth.

(10) Moscona, J.; Nunn, N.; Robinson, J.A. (2017). Social Structure and Conflict: Evidence from Sub-Saharan Africa. Working Paper

(11) Evans-Pritchard, E.E. (1940). The Nuer. Oxford: Clarendon

(12) Smith, M. G. (1956). On segmentary lineage systems. Journal of the Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland

(13) Moscona, J.; Nunn, N.; Robinson, J.A. (2017). Social Structure and Conflict: Evidence from Sub-Saharan Africa. Working Paper.

(14) Wane, W.; Martin, G. (2016). Service Delivery Indicators: Health Service Delivery in Uganda. World Bank, African Economic Research Consortium, African Development Bank, and African Development Fund.

(15) Dunsch, F.; Evans, D. K.; Eze-Ajoku, E.; Macis, M. (2017). Management, supervision, and healthcare: A field experiment. IZA Institute of Labor Economics, Discussion Paper 10967.

(16) Chaudhury, N.; Hammer, J.; Kremer, M.; Muralidharan, K.; Halsey Rogers, F. (2006). Missing in Action: Teacher and Health Worker Absence in Developing Countries. Journal of Economic Perspectives.

(17) Azeem, A.; LOfori-Kwafo; Nuvor, E.; Addah, M. A. (2011). Realizing the MDGs by 2015: Anti-corruption in Ghana. Ghana Integrity Initiative. Berlin, DE: Transparency International.

(18) Dizon-Ross, R.; Dupas, P.; Robinson, J. (2017). Governance and the Effectiveness of Public Health Subsidies: Evidence from Ghana, Kenya and Uganda. Working paper, Stanford University.

(19) Gakidou, E.; Afshin, A. et al. (2017). Global, Regional, and National Comparative Risk Assessment of 84 Behavioural, Environmental and Occupational, and Metabolic Risks or Clusters of Risks, 1990–2016: Asystematic Analysis for the Global Burden of Disease Study 2016. The Lancet 390.

(20) Willett, W. et al. (2019). Food in the Anthropocene: the EATLancet Commission on Healthy Diets from Sustainable Food Systems. The Lancet Commissions 393.

(21) World Bank. (2020). Purchasing Power Parities and the Size of World Economies : Results from the 2017 International Comparison Program. Washington, DC: World Bank. Disponible en https:// openknowledge.worldbank.org/handle/10986/33623

(22) Headey, D.; Alderman, H. (2019). The Relative Caloric Prices of Healthy and Unhealthy Foods Differ Systematically across Income Levels and Continents. The Journal of Nutrition 149

(23) Chetty, R.; Friedman, J.; Saez, E.; Turner, N.; Yagan, D. (2017). Mobility Report Cards: The Role of Colleges in Intergenerational Mobility. Human Capital and Economic Opportunity Working Group.

(24) Ibíd.

(25) Londoño-Vélez, J.; Rodríguez, C.; Sánchez, F. (2020). Upstream and Downstream Impacts of College Merit-based Financial Aid for Low-income Students: Ser Pilo Paga in Colombia. American Economic Journal: Economic Policy.

(26) Alesina, A; Hohmann, S.; Michalopoulos, S.; Papaioannou, E. (2019). Intergenerational Mobility in Africa. CEPR Discussion Paper 13497.

(27) Rodrik, D. (2020). Institutions for High Quality Growth: What They Are and How to Acquire Them. National Bureau of Economic Research.


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