James Watt y la máquina de vapor
14 de julio de 2017
Por admin

El gran economista austriaco Joseph A. Schumpeter acuñó el término «destrucción creativa» para mostrar que el progreso económico se fundamenta en el desarrollo de empresas innovadoras que satisfacen nuevas necesidades o que permiten resolver viejos problemas con mayor eficiencia o menores costes; y, en este proceso, eliminan del mercado las empresas que no tienen capacidad de adaptación al cambio. Pero estas transformaciones no se producen, por lo general, de manera uniforme a lo largo del tiempo.

Lo que suele ocurrir es que, en determinados momentos, surgen tecnologías que generan nuevas oportunidades y dan origen a procesos de aceleración brusca del cambio y provocan auténticas revoluciones en la producción, el transporte, el consumo o las costumbres, afectando así a todos los aspectos de nuestras vidas. Es en este sentido en el que, por ejemplo, hablamos de la Primera revolución industrial. El fenómeno que, nacido en Gran Bretaña en las últimas décadas del siglo XVIII, transformaría no sólo ese país, sino también la mayor parte de Europa y los Estados Unidos a lo largo de la centuria siguiente. Y este proceso de industrialización acelerada tuvo como instrumento una tecnología que rompía de forma radical con el pasado: la máquina de vapor, invento indisolublemente ligado al ingeniero británico James Watt. Se trata de un mecanismo relativamente simple que genera vapor mediante el calentamiento de agua en una caldera. Y este vapor empuja un pistón cuyo movimiento inicialmente lineal puede transformarse en un movimiento de rotación que hace girar, por ejemplo, las ruedas de una locomotora o de máquinas de muy diversa naturaleza.

Nació Watt en Greenock (Escocia) en 1736 y no puede decirse, en términos estrictos, que fue el primero que diseñó y construyó una máquina de vapor. Lo que hizo realmente fue perfeccionar inventos anteriores, en especial la máquina de Newcomen. Pero su tecnología, que patentó en 1769, permitió generar energía de una manera mucho más eficiente y aplicar estas máquinas al transporte y a la fabricación de numerosos productos, entre ellos los textiles, que se convertirían en uno de los sectores punteros de la primera industrialización. Y Watt fue más que un inventor.  Para que una tecnología rompedora tenga efectos significativos en el progreso de la economía es preciso que haya empresarios dispuestos a aplicarla y que se desarrolle una industria capaz de satisfacer la demanda de nueva maquinaria. En este aspecto también destacó Watt. Aunque pasó por serios problemas financieros en las primeras fases de su actividad, años más tarde se asoció con Matthew Boulton, un comerciante e industrial de Birmingham, y esta decisión fue fundamental en su vida. Juntos crearon en Soho, cerca de aquella ciudad, una empresa de éxito dedicada a la fabricación en serie de máquinas de vapor, la Soho Foundry, que desempeñaría un papel muy importante en la primera revolución industrial.

No debemos olvidar que sin estas máquinas no habrían existido los ferrocarriles; los barcos habrían continuado navegando a vela durante mucho tiempo y los telares habrían seguido siendo, en gran medida, manuales. En otras palabras, nuestra historia reciente habría sido muy distinta. La tecnología de la máquina de vapor dominó la industria y el transporte durante todo el siglo XIX; y sólo en el XX sería sustituida por nuevas tecnologías basadas en la energía eléctrica y en la generada por los hidrocarburos. El proceso imparable de destrucción creativa dejó de lado, finalmente, el invento de Watt, que había sido considerado durante muchas décadas el ejemplo paradigimático de la industria moderna y el progreso. 

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