Ilustre complejo y vergüenza colegiada
26 de enero de 2022

El pasado jueves fuimos testigos de un episodio más de sumisión y vasallaje, en el que salió a relucir ese fetiche patrio por buscar aprobación y aceptación en los sectores más abyectos de nuestra sociedad. Como no podía ser de otra forma, el suceso fue camuflado con los ya raídos ropajes del pluralismo, trinchera en la que se resguarda la cobardía de más alta alcurnia.

Nos referimos a la incalificable intervención de la Ministra de Igualdad, Irene Montero, en el Foro de Justicia del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. Invitación que, como cabría esperar, ha generado una ola de indignación en la abogacía madrileña, que ha visto como vilipendiaban su profesión en el propio seno de la institución que les dice amparar y defender.

Sería un error pensar que tal circunstancia afecta únicamente a aquellos que se dedican profesionalmente al derecho, pues este tipo de postulados suponen una afrenta ante cualquier persona que posea un mínimo grado de sensibilidad por hacer y buscar lo que es naturalmente justo.  A los sujetos que abanderan posturas como los expuestos por la ministra se les debe combatir con el uso y aplicación de la razón. Sin tapujos, sin excusas. Pues es esta, la razón, fuente misma de la justicia y receta para combatir todo tipo de populismos y desvaríos ideológicos.

A primera vista, puede parecer un asunto baladí, una cuestión que se podría evaporar en la mera anécdota. Lo cierto es, que en estos acontecimientos es donde florece la sintomatología de esa infección que confunde la moderación con la subyugación, que oculta en la equidistancia la falta de coraje para hacer frente a aquellos que buscan perturbar el correcto y próspero desarrollo de nuestra vida en común.

Es incomprensible que tales situaciones se sigan produciendo, que se de cuerda a una persona que desconoce la materia que se va a tratar y que no tiene nada que aportar para enriquecer u ensanchar el debate. El único motivo que encontramos para poder explicar la invitación es la yuxtaposición del culto hispánico hacia las personalidades vulgares y esa vocación, cuasi religiosa, de equiparar todo tipo de opiniones y reflexiones, ya nazcan de un higiénico y sosegado estudio o de una pasajera y traicionera emoción.

La ministra utilizó el tiempo y espacio otorgado por el ICAM para recitar su habitual cantinela, un discurso panfletario que bien te sirve para explicar el conflicto geopolítico entre Occidente y Rusia, como para tratar la crisis energética, eso sí, todo con perspectiva de género y sin dejar a nada ni nadie atrás. En definitiva, un argumentario yermo intelectualmente y anestésico a partes iguales, propio de personas que se acercan a la realidad no con el objetivo de comprenderla, si no, con el de moldearla a sus prejuicios y fobias, es decir, lo propio de aquellos que no han tenido la valentía de estudiar. Calificó a la justicia de patriarcal, atacó al CGPJ y con el acto clausurado, tras ningunear al decano, tuvo la osadía de invitar a los asistentes a una reflexión, aquellos que tuvieron la desgracia de asistir debieron corresponderle con una invitación a la biblioteca más cercana.

Su discurso, teóricamente, versaba sobre la “perspectiva de género en la Justicia” y en el desarrollo de la conferencia pudimos observar una visión acerca de la misma, completamente sumisa al capricho y carcomida por el rencor y un atroz desconocimiento. Una justicia que, como no podía ser de otra manera, no viene sola, sino, acompañada. La voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde no necesita ni de acompañantes, ni de calificativos que la dividan en compartimentos. Aquello que es entendido como justo, lo es de manera natural y universal.

Ahora bien, la conflictividad propia e innata de las relaciones humanas hará necesario la aparición de una justicia convencional que, pese a su realidad política, no está alejada de los principios naturales de justicia, pues nace y se nutre de ellos. La práctica de buscarle apellidos desvirtúa por completo su esencia, la aleja de su razón de ser, la diluye convirtiéndola en una soflama propagandística. No pensemos que es una praxis inocente, se trata de un ejercicio lingüístico que busca confundir al receptor del mensaje mediante la añadidura de términos que, a priori, poseen una carga terminológica positiva o por lo menos así lo perciben sus destinatarios. Tratan de esta manera de camuflar y esconder sus verdaderos propósitos, que no son otros que el de sustituir a la Dama de la Justicia, espada en mano, por la turba, antorcha y pancarta en mano.

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