¿Hacia el final de la inflación?
23 de febrero de 2023

He leído recientemente algunos comentarios sobre la evolución de la inflación en Europa cuyos autores muestran una cierta sorpresa por el hecho de que la corrección del alza sostenida de los precios esté mostrando mayor resistencia de la esperada –o, al menos, de la que ellos esperaban– a pesar de la estrategia de aumentos sucesivos de los tipos de interés que han puesto en marcha los principales bancos centrales. No es mi caso, ciertamente. Lo que a mí me habría extrañado es que, en el período tan corto de tiempo transcurrido desde que empezó el endurecimiento de las políticas monetarias, se hubiera producido una reducción significativa del crecimiento del nivel de precios. 

Hay que señalar, en primer lugar, que la idea de que los bancos centrales han adoptado la política de los “halcones”, y las críticas consecuentes a tal supuesta estrategia, están básicamente equivocadas. No puede considerarse que fijar el tipo de interés en el 4,5% con un IPC creciendo al 6,4% (en el caso de los Estados Unidos) sea síntoma de una política monetaria muy restrictiva. Y con menor razón aún podría decirse tal cosa de la política del BCE, que mantiene los tipos de interés en torno al 3% tras cerrar la zona euro el año 2022 con una tasa de inflación del 9,2%; y la marcha atrás en las compras de deuda pública parece que se va a llevar a cabo con una gran prudencia. 

La pregunta relevante es, sin duda: ¿cuándo es razonable esperar que las tasas de inflación vuelvan al nivel deseado por los bancos centrales; es decir, en torno al 2%? Y no es posible, naturalmente, dar una respuesta concreta ahora, porque tal momento no vendrá determinado por una tendencia que podamos establecer hoy con claridad, sino que va a depender en buena medida de lo que hagan los propios bancos centrales en los próximos meses y –muy importante– de la credibilidad que tengan sus políticas para los agentes económicos. En otras palabras, y en lenguaje muy simple: los precios van a seguir subiendo mientras el público incluya tal subida en sus expectativas. 

No cabe duda de que, a lo largo del siglo XX, los períodos en los que los agentes económicos mantuvieron expectativas de alzas de precios fueron mucho más amplios que aquellos en los que la gente consideró que la economía se dirigía a una situación deflacionaria; y no es mala la definición que de la época dio el gran economista francés Jacques Rueff, que la definió como “el siglo de la inflación”. 

Sin embargo, al comienzo del siglo XXI las cosas parecían haber cambiado de forma significativa. En los años transcurridos desde la creación de la Unión Monetaria Europea y el lanzamiento del euro hasta la pandemia del Covid tuvimos unos índices de precios bastante estables. Lo que nos indican los datos es que, entre 2002 y 2020, el crecimiento del IPC en la zona euro se mantuvo en tasas entre el 0% y el 2,7 %, con las únicas excepciones de dos años en que hubo una muy pequeña deflación (-0,17% en 2014 y -0,27 % en 2020) y un año de inflación ligeramente más elevada (3,11% en 2007). Tiene sentido que, con estas cifras, la gente adaptara sus estrategias a un mundo caracterizado por una inflación baja y controlada. 

Presiones externas 

Pero la situación volvió a cambiar en 2021. Uno de los daños más serios causados por los bancos centrales en 2021 y 2022 es que han mostrado que el control de la inflación está siempre en riesgo en sistemas en los que aquéllos tienen discrecionalidad para fijar su política monetaria y, a pesar de tener reconocida su independencia, se ven sometidos a presiones externas. Hay buenas razones para pensar que, de ahora en adelante, va resultar difícil generar expectativas sólidas de estabilidad de precios en los agentes económicos. Es decir, pienso que las tasas de inflación del 4,96% en 2021 y del 9,2% en 2022 suponen un punto de ruptura en una estrategia que resultó bastante exitosa en Europa a lo largo de 20 años; y que al BCE le va a costar convencer a los agentes económicos de que tan altas tasas de inflación han sido un fenómeno excepcional que no se va a repetir en el próximo futuro. 

Estas presiones externas resultan especialmente preocupantes en Europa. No es que en Estados Unidos no existan, ya que allí numerosos lobbies tratan de influir en la Reserva Federal a través de los órganos políticos más importantes. Pero en nuestro continente nos encontramos, además, con los intereses –no siempre coincidentes, por cierto– de cada uno de los gobiernos de los países de la zona euro. Y varios de estos se enfrentan a problemas preocupantes de solvencia financiera, con niveles muy altos de endeudamiento público, a los que ha contribuido, en buena medida, el propio BCE al comprar grandes cantidades de títulos de deuda. En manos de su Consejo de Gobierno está diseñar una política monetaria que inspire confianza con respecto a la evolución futura de la inflación en la zona euro. Puede hacerlo, sin duda; pero no va a resultarle fácil.

Publicaciones relacionadas