Europa, atrapada entre la incertidumbre comercial y la debilidad política
30 de junio de 2018
Por admin

La tensión comercial existente a nivel global tiene un impacto negativo directo sobre la evolución de las economías, especialmente aquellas que cuentan con un sector exterior potente y que basan en parte su crecimiento gracias a las ventas en el exterior. El proceso de recuperación del poder internacional perdido en el mandato del anterior presidente por parte de Estados Unidos, está siendo costoso en términos de incertidumbre, volatilidad en los mercados y ruido constante, los cuales son más que simples elementos decorativos, ya que dificultan la toma de decisiones en un lugar ya de por sí con enormes retos como es la Unión Europea y España en particular.

A día de hoy, el escenario cabe resumirse en las siguientes claves: la Administración Trump busca fortalecer sus posiciones negociadoras tensionando hasta límites insospechados las relaciones comerciales y de inversiones con diferentes países. Partiendo de discusiones comerciales no resueltas durante más de tres lustros de paralización de las negociaciones de libre comercio en el marco de la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio, Trump ha conseguido arrebatar parcelas importantes del poder de países como China, Japón, Rusia, el bloque árabe y la propia Unión Europea.

A través de eslóganes (son el medio, no el fin, importante no confundir esto) como “America First”, el inquilino de la Casa Blanca toma la política arancelaria como una “estrategia disparador” para descolocar a sus socios comerciales y, de esta forma, forzarles a negociar un nuevo marco que Estados Unidos, por un lado y China por el otro, están construyendo. La próxima semana, concretamente el día 6 de julio, entrarán en vigor aranceles del 25 por ciento promedio sobre 38.000 millones de dólares en productos chinos importados por Estados Unidos, principalmente acero y aluminio. Al igual que ha sucedido con otros socios, el foco de atención está en productos de bajo valor añadido, subvencionados por múltiples políticas públicas y en sectores básicos. 

Aunque detrás de algunas decisiones de Estados Unidos y China estén factores coyunturales normalmente asociados a los loosers de la transformación tecnológica -sectores obsoletos, bolsas de paro estructural, baja cualificación, mediocridad tecnológica o problemas de insolvencia- el planteamiento de fondo va mucho más allá de lo coyuntural mirando cómo será el mundo en las próximas décadas. Se hace en un momento oportuno, en el cual la economía americana crece a todo su potencial de largo plazo (el output-gap es prácticamente nulo y se incrementan las presiones inflacionistas) y la china acomoda sus tasas de crecimiento por debajo del 7 por ciento anual a una economía de servicios y consumo.

Es, por consiguiente, un momento de cambio profundo y de abandono definitivo del modelo de la posguerra consagrado en Bretton-Woods. Por ello, es necesario terminar de cerrar cuentas pendientes que el mundo lleva arrastrando varias décadas, eliminando definitivamente la política de bloques. En ello se encuadra la reunión histórica de Trump con el dictador norcoreano Kim, la reunión confirmada para el próximo 16 de julio con el presidente ruso Putin o también el abandono del acuerdo nuclear con Irán como medida de presión contra el régimen de los ayatolás. Ante este nuevo escenario, ¿qué posición ha tomado la Unión Europea? ¿Está preparada para estos cambios geopolíticos tan profundos y en una posición que le permita tener influencia y poder en el mundo? Estos son, sin duda, los grandes interrogantes que tristemente se pierden entre el ruido rutinario de despachos en Bruselas. Lejos de enfrentar con una posición común y coherente los ataques verbales del presidente Trump o luchar contra la influencia negativa del régimen ruso, Europa se encuentra dividida operando con un cortoplacismo letal.

Con problemas severísimos encima de la mesa como la oleada de inmigración procedente del norte de África o los movimientos centrífugos provenientes del Brexit, las autoridades europeas apenas consiguen poner parches y soluciones de mínimos cuyo síntoma es de deficiente preparación ante estos grandes retos globales. Un ejemplo canónico es el acuerdo de inmigración, el cual está más pensado para salvar a la canciller Angela Merkel que para defender las bases de Schengen y solucionar un problema con unas dimensiones potencialmente muy peligrosas: más de 5 millones de personas están migrando en este momento en el norte de África según los cálculos de la ONU. Pero también pueden señalarse otros como la falta de acuerdos básicos en la aprobación del nuevo Marco Financiero Plurianual 2021-2027, del cual depende algo tan trascendental como la protección de las fronteras, la seguridad y la defensa de Europa.

Por tanto, la incertidumbre comercial coge a Europa en una posición de debilidad política y macroeconómica y a España, en particular, en una situación de debilidad también política con un Gobierno que ofrece a la opinión pública mensajes contradictorios. Por ello, a pesar de que el superávit de la balanza por cuenta corriente de la eurozona se sitúa en sus máximos históricos (un 3,5 por ciento del PIB), el euro en su cruce contra el dólar continúa retrocediendo gracias también a las presiones alcistas sobre el dólar. Esto debilita la actual contribución positiva del sector exterior al crecimiento del PIB de la eurozona y también al de España. Las últimas estimaciones colocan a ambos en una contribución nula para el dato del segundo trimestre por la subida del coste de las importaciones provocada por la debilidad de la divisa y la subida de los precios energéticos.

Los indicadores adelantados también apuntan a una ralentización del crecimiento. El último sin ir más lejos, el indicador IFO, mostró una erosión notable de las expectativas de los empresarios alemanes (el indicador arrojó una lectura por debajo de 102, lo esperado por el consenso de mercado), la cual es a día de hoy la segunda economía más ahorradora de Europa. Preocupan los aranceles, pero más aún la falta de preparación y diversificación de la economía europea para amortiguar los efectos negativos de la guerra comercial.

Entre esta preocupación está, en suma, tomar medidas cortoplacistas como el impuesto a las tecnológicas (que incluso España ha querido desarrollar por su cuenta, lo cual en la práctica equivale a un arancel) o los temores de muchos empresarios que operan en mercados altamente regulados e intervenidos por convertirse en el foco preferente de las presiones de Estados Unidos. Esa es la situación, por ejemplo, de la industria automovilística o de la agroalimentaria.

 

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