Espionaje, un deporte universal
8 de mayo de 2015
Por admin

Asange y Snowden las dos personas que revelaron las escuchas que Estados Unidos hacía a troche y moche, a amigos y enemigos, siguen recluidos. Uno, reclamado por la justicia sueca por acusaciones de delitos sexuales, en la Embajada de Ecuador en Londres. El otro acogido a la hospitalidad de Putin que puede así presumir de que el da refugio a políticos perseguidos en Estados Unidos. Snowden parece estar negociando con Washington el regreso a su patria. El escollo es que aunque reducida tendría que cumplir alguna pena de prisión lo que equivaldría a admitir que infringió alguna ley, aceptación que se le hace cuesta arriba.

Cuando estallaron el escándalo de wikileaks y las revelaciones de Snowden hubo crujir de dientes y bastante rasgado de vestidura entre prensa y políticos internacionales. “Esas trapacerías no son de recibo”, decían los puros y los hipócritas.

Sin embargo, una gran parte de lo revelado, prescindiendo del hecho innegable de que los Estados Unidos practicaban sin pudor el espionaje, ha resultado ser cierto. Los sauditas temían y detestaban al régimen iraní y rezaban por que Estados Unidos les asestara un buen tajo (” la forma de acabar con la serpiente es aplastándole la cabeza”), la señora Kitchner era un tanto errática y demagoga, en Túnez la corrupción era galopante y el régimen de Ben Ali estaba podrido; en nuestros pagos, hablamos de la era Zapatero, el ministro Bono fue advertido reiteradamente por los americanos de que no le vendiera unas fragatas a Venezuela, Chaves ya era la bicha para el gobierno de Obama, porque en ese caso la tecnología estadounidense que las completaba no sería autorizada. Bono siguió terca y estérilmente en sus trece. También se veía venir.

Las lamentaciones lacrimógenas de la época revistieron una especial intensidad cuando trascendió que los servicios de inteligencia yanquis habían interceptado incluso conversaciones de la señora Merkel. Que se revelara eso tenía bemoles y la canciller alemana tuvo compungida mente que lamentar la falta de confianza de su gran aliado, hubo de pedir explicaciones y pregonar que esas cosas no se hacen entre amigos. Era inevitable que lo hiciera pero la mandamás alemana y europea no se podía estar cayendo de un guindo, había de saber que ese deporte de espiar a diestra y siniestra se practica en todos los pagos. Ahora, meses más tarde, se confirma, los servicios de inteligencia germanos estaban escuchando a políticos europeos amigos, no a Putin o a los chinos que imagino que si pueden, también, así como a los de la Comisión europea. En todas partes cuecen habas y es normal. Si hay conversaciones franco-germanas sobre la actitud a tomar en el caso de Ucrania y hasta qué punto se le pueden enseñar los dientes a los rusos, ¿será interesante saber en París hasta dónde puede llegar tu aliado en concesiones? ¿Les interesará a los tres pequeños países bálticos averiguar si Estados Unidos o la OTAN están decididos a defenderlos ante el coloso ruso? ¿Será útil para España conocer las pretensiones de los países africanos a los que pedimos ayudas para frenar la emigración?

En todas estas circunstancias y en infinitas otras, ¿quién se contiene si puede pinchar un teléfono de un diplomático extranjero o colocarle un micrófono en su casa? Nadie, ni siquiera los alemanes.

Publicaciones relacionadas