En el fondo, estamos de acuerdo
10 de octubre de 2019

Si me lo permiten, les voy a contar mis vacaciones. Suelo veranear en Cataluña, y, en la playa, coincido desde hace una década con gente que ha comprado apartamentos en la misma zona y que viene desde Francia, Andorra, Extremadura, Castilla, Aragón, Navarra, y sobre todo, la propia Cataluña. El grupo incluye a varios independentistas y un par de miembros de los CDR de Reus.

Cuando aparecí por primera vez en bañador y con la pulsera naranja de Ciudadanos, hubo una pequeña revolución en la pecera. Unos lo tomaron mejor que otros, pero todos lo acabaron aceptando como yo acepto tranquilamente sus lazos amarillos. Las expresiones personales de afiliación política no tienen nada de malo. Y comenzó un ritual curioso. Todos los años, me traen a algún pariente o amigo significado del nacionalismo para que hable con él. Que si el presentador de TV3, que si tal o cual hijo notorio. Todos llegan esperando un debate agrio, y hasta ahora, siempre hemos acabado como amigos.

Diré más. Aunque a las dos CDR les produce urticaria el naranja, la más joven lo tiene muy bien asumido, y procura demostrarlo hablando de política conmigo al menos una vez cada verano. La mayor, para qué negarlo, pone cara de haberse tragado un limón (otro) en cuanto lo ve.

Lo que más les suele sorprender a los nuevos no es que no les muerda (que también, francamente) ni salude con el brazo en alto. Es que, a poco que conversamos, ven que estamos de acuerdo en casi todo.

El éxito del nacionalismo radical, del separatismo, radica en que les ha vendido a sus creyentes que la solución a los problemas reales (y a los menos reales) consiste en separarse de España. Que esa unión se trata de lo único que les impide resolver los problemas, y ser felices y comer perdices.

No vamos a entrar en la discusión sobre por qué los mismos que han dominado a tantos gobiernos de España durante 40 años, condicionando a partidos de izquierda y derecha y cubriéndose de la misma corrupción, ahora van a mostrarse capaces de salvarles a ellos de lo que no nos han salvado a todos. Tampoco vamos a entrar en morrallas de historia falsificada, o (peor) sentimentalismos sobre “la lengua materna, que se mama con la leche” y que hay que defender como sea. Francamente, estos debates se ganan con facilidad cuando hay un poco de calma.

Lo verdaderamente destacable es que, en el fondo, queremos lo mismo. Mis vecinos separatistas desean una Administración que funcione, que asigne bien los fondos, que se ocupe de su gente. Una Justicia rápida, eficiente, y unas leyes sensatas y actualizadas. Una democracia que dé voz a todos y no se deje manipular por los intereses de los poderosos y de los grandes medios de comunicación. Que se respete su derecho a ser como les dé la gana mientras no hagan daño a nadie. Una economía que funcione y una Seguridad Social que ofrezca seguridad. Quieren, en resumen, lo que queremos todos.

Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los que hoy votan separatismo no son supremacistas. No piensan que solo los catalanes tengan derecho a que las cosas se hagan a su modo. Ni que esa tierra sea propiedad exclusiva de los que únicamente se sienten de esa tierra (y no parte de algo más amplio). No. Simplemente, creen que las cosas están mal porque “los de fuera” las han estropeado y las mantienen así. Y lo creen porque les han machacado con ese mensaje desde hace más (bastante más) de 40 años.


La inmensa mayoría de los que hoy votan separatismo no son supremacistas


Los responsables de ello sí son supremacistas. Porque están convencidos de que el mundo, y especialmente Cataluña, se ha hecho para que ellos estén a gusto, y no para que todos convivamos. Han teñido de catalán a generaciones de descendientes de inmigrantes, y han engañado a la mitad de su población, solo para poder seguir mandando y sirviéndose de la olla. Lo mismo, ¿saben?, que hace el PNV. Por ejemplo.

Pero si uno desactiva las minas que han puesto esos malintencionados, lo que queda es gente normal que busca una solución a problemas reales. Personas perfectamente dispuestas a aceptar que el asunto de la secesión se podría muy bien aparcar si hubiera un proyecto de regeneración creíble para la democracia española, que la limpiara de amiguismos, costras, desequilibrios, cloacas e ineficiencias enquistadas (incluyendo las servidumbres de miopes intereses nacionalistas). Un proyecto en el que se pudiera aspirar a separarse un día, quizá, pero sin que constituyera una cuestión de supervivencia, de librarse de una losa asfixiante. 

Sí, claro, hay una parte de la losa que no existe salvo en la agenda de TV3. Pero hay otra que sí. Es la razón por la que yo usaba esa pulsera naranja. Hay mucho que cambiar. Y no solamente en TV3.

El último planteamiento de Rivera no es un mal comienzo. Casi cualquier partido podría firmar lo que propone, si lo leen con calma y sensatez. Pero no lo van a recibir con ambas actitudes. Me apuesto unas vacaciones.

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