El ‘lenguaje’ del ahorro, la realidad de los costes y la trampa de las pensiones
22 de noviembre de 2020

Estamos enredados en una trampa. No es que vayamos hacia ella y podamos hacer algo por evitarla. Es que tenemos los dos pies bien metiditos en la zona embarrada y las arenas movedizas nos van engullendo poco a poco.

Lo explicaba hace unos días, en este mismo periódico, José García Domínguez con su precisión característica y desde una perspectiva más keynesiana (creo que Pepe no sólo me permitirá el calificativo, sino que lo celebrará): «El sistema de pensiones vigente en nuestro país es completamente inviable en el tiempo, algo que todo el mundo sabe. Y alterar de modo profundo su naturaleza es absolutamente imposible, algo que no todo el mundo sabe pero que debería saber. (…) Tratar de desmantelar ahora el sistema de reparto, el mismo que todos los cálculos actuariales serios consideran abocado a la quiebra segura e inevitable en torno al año 2030, constituirá una quimera. Es empresa imposible».

Firmo cada palabra. Quizás lo del «sistema» es lo único que me escama. No es un sistema: es, simplemente, la principal partida de gasto del Estado español (de eso trata nuestro último Economía para quedarte sin amigos). Pero vamos, yo he usado el mismo concepto cientos de veces: es lo que tienen las ficciones políticas, que acaban poseyéndonos un poco a todos.

Dice García Domínguez al final de su columna que la productividad nos podría salvar. Y es cierto, pero con matices. ¿Consigamos un país más rico y podremos pagar prestaciones igual de generosas que las actuales? Sí y no.

Hace unos días, presentábamos el informe «Las pensiones en España. Una propuesta real y sostenible» (del que he sido co-autor, junto a Francisco Coll y José Francisco López, para la Fundación Naumann, Civismo y el Instituto Juan de Mariana). Perdonen la autocita, pero incluíamos un apunte al respecto que creo que es importante:

El incremento de la productividad se perfila como una ayuda clave para el sistema de pensiones, pero no resolvería el problema fundamental que espera a los futuros pensionistas: la caída de la tasa de sustitución (relación pensión/salario).

Lo explicaremos con un ejemplo (con cifras no reales):

  • Imaginemos que el sueldo medio en un país es de 3.000 euros al mes, incluyendo el coste de las cotizaciones sociales
  • Las cotizaciones sociales para la jubilación ascienden al 25% de ese salario total
  • Si en ese país hay 3 trabajadores por cada pensionista, la pensión media equivaldrá al 75% del salario. En este caso, 2.250 euros al mes
  • Supongamos que, a lo largo de un par de décadas, se dispara la productividad y el sueldo se eleva, en términos reales, un 50%, hasta los 4.500 euros al mes
  • Las cotizaciones sociales siguen equivaliendo al 25% del salario total. Pero la tasa de dependencia ha empeorado y ahora solo hay dos trabajadores por pensionista. Por lo tanto, la pensión media ahora asciende al 50% del salario medio: 2.250 euros al mes.
  • El incremento de la productividad sí ha sido muy positivo. Ha permitido que la pensión se mantenga en 2.250 euros al mes. Sin esa mejoría de la productividad y los salarios, la prestación media habría bajado hasta los 1.500 euros al mes (el 50% de 3.000 euros)
  • Pero no ha tenido ningún impacto en la tasa de sustitución: al final, la relación entre la pensión media y el salario medio (si no tocamos las cotizaciones o hay ingresos extra vía presupuestos) dependerá fundamentalmente de la ratio entre el número de trabajadores y el de pensionistas.

¿Un incremento de la productividad puede ayudar a contener la tasa de sustitución? Porque esa es lo que todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en nuestra pensión futura: cómo será mi prestación en relación a mi salario. Sí, podría, pero no es sencillo:

  • Por una parte, al tener sueldos más altos, en teoría, se podrían subir las cotizaciones sin hacerles tanto daño a esos trabajadores del futuro (solución con las patas cortas; estarías dañando la misma competitividad que te ha permitido crecer)
  • Ese país más rico también recaudará muchos impuestos normales (IRPF, IVA, IS, especiales…), por lo que, con ese extra de recaudación, podría incrementar las transferencias de renta desde los PGE hacia la Seguridad Social y subir la ratio Gasto en Pensiones / PIB. Si hay más pensionistas respecto al total de población, la única forma de mantener la tasa de sustitución individual de cada uno de ellos es dedicar más parte de la renta anual del país a esta partida. ¿Posible? Sí, pero ni sencillo ni barato. De hecho, viendo cómo va a evolucionar la tasa de dependencia, parece casi imposible subir el porcentaje del PIB destinado a pensiones en la medida que sería necesaria para mantener la tasa de sustitución.
  • Mejora demográfica: ese país más productivo atrae inmigrantes jóvenes y muy cualificados, de los que ganan sueldos altos y cotizan por el máximo. Sería el mejor escenario desde un punto de vista financiero y fiscal. Hasta ahora, España no se ha caracterizado por su capacidad para lograr que los ingenieros holandeses o los desarrolladores informáticos canadienses se vengan a vivir aquí.

En resumen, sí: la subida de la productividad es nuestra mejor baza. Pero ni es fácil, ni resolvería todos nuestros problemas ni hemos hecho nada en los últimos años que nos invite al optimismo al respecto.

El ahorro

La productividad actúa como el asidero socialdemócrata (y esto no lo digo como crítica a la columna de García Domínguez, que me parece muy realista; sino porque es la típica buena solución de la que a veces olvidamos los matices). En el bando liberal, ese papel lo cumple el ahorro. Nos encanta… y por eso no siempre recordamos sus peros.

La formulación parece sencilla: si la tasa de sustitución de las pensiones públicas va a caer (desde un 75-80% hasta un 55-60%), la única forma de que el trabajador actual pueda mantener su nivel de vida tras la jubilación es el ahorro particular. De hecho, a mí me gusta tanto esta solución que en nuestro informe hemos planteado dos propuestas para impulsarla:

  • Incentivar el ahorro a través de planes de empresa, un poco al modo británico, con planes de suscripción por defecto (te puedes salir si quieres, pero si no haces nada, el Estado te apunta). Nuestra idea consiste en realizar ajustes en las cotizaciones sociales actuales para trasladar hasta 3-4 puntos (la mitad de contingencias comunes y la otra mitad de desempleo) a una nueva bolsa de ahorro individual. Empleados y empresas aportarían otros 3-4 puntos extra.
  • Sicav para todos: abrir una cuenta de ahorro a largo plazo a todos los mayores de edad en edad de trabajar. Además, para los actuales menores de edad, esa cuenta de ahorro tendrá un extra cuando cumplan 18 años, les hacemos un pequeño regalo de 1.000 euros, como empujoncito estatal para incentivar el ahorro. La regulación de estas cuentas sería similar a la de las Sicav o los fondos de inversión: mientras no se retiren, los beneficios no tributan y el propietario puede mover el dinero entre todo tipo de activos (siempre dentro de la cuenta). Por supuesto, habría incentivos fiscales para el dinero ingresado cada año en la cuenta y, si se mantiene el ahorro hasta la jubilación, se podría plantear que tanto la aportación inicial como los rendimientos apenas tributen.

He hablado con varios amigos del tema y, en general, les encantan las dos ideas. Lo de los planes de empresa (ese segundo pilar mítico de las pensiones, del que tanto se habla, pero sobre el que no se hace nada) y la cuenta de ahorro. Y celebro que les gusten: las hemos planteado porque nos parecían dos buenas formas de avanzar hacia esa “Sociedad de propietarios” que es la base de cualquier páis próspero a medio plazo (aquí un enlace al informe con ese título que Raquel Merino, María Blanco y Juan Ramón Rallo firmaron hace ya 14 años para el Instituto Juan de Mariana: un documento excelente para el que esté interesado en estos temas).

Eso sí, hay que advertirlo desde el principio: como la productividad, esto ni es gratis ni sencillo. Que sí, que nos encanta el lenguaje del ahorro… pero nos olvidamos a menudo, en nuestro día a día y en lo que tiene que ver con las cuentas públicas, en la micro y en la macro, de que ahorrar consiste en dejar de gastar hoy para tener más mañana.

En este caso, además, con un añadido que está muy claro en la columna de Pepe y en el que tiene toda la razón: mientras tanto, hay que seguir pagando las pensiones de los actuales jubilados.

El salario neto de un trabajador medio español es un 40% inferior a lo que paga el empresario en concepto de coste laboral total. Y no hablamos de un millonario, sino de un sueldo medio de 26.500 euros al año (aquí, todos los detalles). Hay 13.500 euros de diferencia entre los 34.500 euros que abona la empresa a los apenas 21.000 euros que ingresa en su banco el empleado: y el 70% se debe a cotizaciones sociales (aunque es verdad que para sueldos más elevados el porcentaje de esa brecha fiscal que se debe al IRPF es mayor).

No todo lo que se paga en cotizaciones va destinado a las prestaciones de jubilación. Pero en un cálculo un poco de números gordos, podemos asumir que unos 22-25 puntos de nuestro coste laboral total va dirigido a esta cuestión.

Y aquí es donde volvemos al tema del ahorro. ¿Podemos destinar 6-8 puntos de sueldo a los planes de empresa? ¿Puede la Seguridad Social quitarse dos puntos de cotizaciones? ¿Estamos dispuestos a reducir nuestro neto en otros dos puntos? Y la “sicav para todos”, ¿cómo la vamos a llenar?

Esta misma semana hemos publicado este informe y estas propuestas. Por lo tanto, sí, pienso que podemos responder de forma afirmativa a todas estas preguntas. También creo que sería positivo a medio plazo para la inversión y el crecimiento. Pero no me engaño. Habría que tomar decisiones difíciles: recortes en otras partidas de los PGE, cambios en la fórmula de revalorización de las actuales pensiones e incremento de las tasas de ahorro de los hogares (a cambio, repetimos, de menos gasto salvo que haya salarios mucho más altos). ¿Estamos dispuestos a asumir esos costes? Aquí soy más pesimista: creo que como sociedad no aceptaremos nada que implique sacrificios a corto plazo hasta que nos llegue el hachazo, un poco a la griega. Suena muy bonito lo de la productividad-reformas y el ahorro-largo plazo… pero hay que aceptarlo, lo usamos más como excusa que como plan.

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