El conflicto de Nagorno-Karabaj: repercusiones para la Pax Europaea
28 de octubre de 2020

Desde hace unas cuatro semanas, la atención internacional se centra en Cáucaso Sur, una región poco conocida para el europeo medio, a pesar de su proximidad geográfica a las fronteras de la Unión Europea (UE). Este repentino interés no responde a una causa positiva, sino a la escalada sin precedentes de uno de los conflictos sin resolver más duraderos del mundo: el de Nagorno-Karabaj, el cual tiene potencial para convertirse en una confrontación regional aún más grande, ya que involucra los intereses de Rusia, Irán, Turquía, la UE e incluso Estados Unidos. 

Este conflicto se remonta a 1921, cuando, de la mano de Joseph Stalin, el territorio de Karabaj, históricamente habitado por población en su mayoría de etnia armenia, se puso bajo la jurisdicción del Azerbaiyán soviético con el fin de asegurar la influencia y el control de Moscú sobre las repúblicas soviéticas.

Esta última ronda de ataques, la peor desde la guerra de los años noventa, nace como resultado de la agresión militar a gran escala de Azerbaiyán a lo largo de toda su línea de contacto (frontera) con Nagorno-Karabaj (Artsaj). A pesar de que la intensidad del asalto no tiene precedentes, la decisión del presidente Ilham Aliyev de recurrir a la fuerza y resolver este prolongado enfrentamiento en los términos exclusivos de Azerbaiyán no sorprendió a quienes seguían de cerca la situación.

En particular, la ofensiva de Azerbaiyán en julio contra la frontera estatal armenio-azerbaiyana, seguida de unas maniobras militares conjuntas turco-azerbaiyanas de dos semanas de duración, así como las crecientes críticas de Aliyev a los copresidentes del Grupo de Minsk de la Organización para la Seguridad y la Cooperación de Europa (OSCE) y hacia sus esfuerzos de mediación para alcanzar una solución pacífica, constituyeron claros indicadores de la inminente agresión. También es de dominio público que, cada vez que el líder autoritario de Azerbaiyán (que está en el poder desde 2003) percibe en su país un aumento de los cuestionamientos respecto a su figura, usa la llamada «tarjeta de Karabaj», lanzando una provocación en la línea de contacto con Nagorno-Karabaj. Lo hace para movilizar a la población de Azerbaiyán en torno al enemigo común, en lugar de centrar la atención en el voluminoso historial de violaciones de los derechos humanos, represión de la oposición y problemas económicos del régimen. Por lo tanto, la idea de la guerra se trata de un elemento básico, utilizado por Aliyev para preservar el poder en el país.   

Sin embargo, la situación actual va mucho más allá del deseo del autoritario presidente de estrechar su control de Azerbaiyán, ya que da salida a las crecientes ambiciones turcas en el Cáucaso Sur, comúnmente percibido como una zona de influencia rusa. Así pues, la participación militar directa de Turquía en esta nueva guerra contra Armenia y Artsaj tiene por objeto inclinar la balanza en el Cáucaso Sur a favor de los otomanos. Y también revivir su papel como Estado patrono, «hermano mayor» de Azerbaiyán, y limitar la creciente hegemonía rusa e israelí en el país. Además, desde una perspectiva geopolítica más amplia, este conflicto encaja perfectamente en la lógica del reciente comportamiento agresivo y desestabilizador de Turquía en todos los frentes, incluido el Mediterráneo oriental (con las provocaciones a Grecia y Chipre), a fin de incrementar su zona de influencia directa. El presidente Recep Tayyip Erdogan expresó en los últimos días que Jerusalén les pertenece, con el famoso ‘Jerusalem is ours’, y que la solución de los dos Estados debe ponerse sobre la mesa en relación con el problema en Chipre. Además, sigue chantajeando continuamente a los Estados europeos con originar una crisis migratoria abriendo a los refugiados las puertas de Europa —¡y mucho más!—.


Turquía se está convirtiendo en la mayor amenaza para la paz y la seguridad europea


Turquía se está convirtiendo cada vez más en la mayor amenaza para la paz y la seguridad europea, y Nagorno-Karabaj encarna el último ejemplo. Esto se debe en gran parte a la falta de una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional. La Administración Trump se ha desentendido excepcionalmente de la región, mientras que Rusia e Irán han intentado hasta ahora apaciguar las tensiones con Ankara. En cuanto a la UE, la opinión general es que, salvo Francia y Austria, todos los países muestran falta de resolución y visión de futuro para adoptar una postura más firme contra Turquía —miembro de la OTAN— y su creciente apetito.

El presidente francés, Emmanuel Macron, fue el primero en disipar las dudas sobre la participación directa de Turquía, la presencia de mercenarios yihadistas sobre el terreno, y la injustificada agresión de Azerbaiyán contra Armenia y Artsaj. A Francia le siguieron Rusia, Irán y Estados Unidos, que consideraron igualmente inaceptable la presencia de militantes extranjeros y la participación del país otomano. Así pues, lo que se suponía que iba a garantizar el rápido éxito del presidente Aliyev en el campo de batalla consolidó a la comunidad internacional en contra de Azerbaiyán y asestó un gran golpe a su ya dudosa reputación.

En este contexto, el tercer intento de consensuar un alto el fuego humanitario entre Armenia y Azerbaiyán concluyó el domingo en Washington. Tras los dos acuerdos anteriores del 10 y el 17 de octubre, negociados por Rusia y Francia respectivamente —y que Azerbaiyán violó inmediatamente después de iniciados—, esta última tentativa daba pocas esperanzas. Menos de una hora después de que entrara en vigor (08.00 a.m. del 26 de octubre), Azerbaiyán comenzó a bombardear con renovada intensidad los asentamientos y posiciones armenias, dejando un muerto y dos heridos entre la población civil de Artsaj.

Estos últimos acontecimientos se tratan de una prueba más de que, si los altos al fuego no van acompañados de garantías reales a los mediadores y la comunidad internacional, cualquiera de esos acuerdos está condenado a fracasar por dos razones principales. 

En primer lugar, el presidente Aliyev y su homólogo turco Erdogan confiesan abiertamente que no tienen intención de declarar ningún cese de las hostilidades hasta que Azerbaiyán obtenga el control total de Nagorno-Karabaj. Aunque estas aspiraciones maximalistas solo resulten verdaderas a medias, es muy complicado para Aliyev dar marcha atrás ahora, ya que no ha podido conseguir suficientes avances en el campo de batalla para venderlos como un éxito en su país sin poner en peligro su prestigio y seguir avivando las quejas internas.

En segundo, al infringir los acuerdos de cese de hostilidades, Azerbaiyán y Turquía, en particular, están desafiando abiertamente la autoridad de los países copresidentes del Grupo de Minsk de la OSCE (Francia, Rusia y Estados Unidos) para garantizar una solución sostenible y duradera al conflicto. Al hacerlo, Turquía está tratando de asegurar su lugar en la mesa de negociaciones. Algo que ninguno de los tres copresidentes apoya. Además, la expansión de la zona de influencia turca tampoco es bien recibida por Irán, que ya está desplegando considerables fuerzas y equipo militar en su frontera norte. Por lo tanto, este asunto turco-azerí, cada día que pasa, está adquiriendo un cariz mucho más peligroso, que puede representar el preludio de una confrontación aún mayor y a las puertas de la UE.

Urge una acción crítica por parte de la comunidad internacional, incluida la UE. Para empezar, consensuar sanciones contra Turquía y revisar las condiciones previas de las negociaciones del nuevo acuerdo de asociación estratégica entre la UE y Azerbaiyán podría lanzar un mensaje contundente para Turquía y Azerbaiyán. Por otro lado, el atrevimiento del presidente azerbaiyano ha aumentado hasta el punto de que, en su último discurso a la nación, se refirió al nuevo acuerdo UE-Azerbaiyán (que todavía no se ha firmado) como una base jurídica justificativa para iniciar esta guerra agresiva contra Armenia y Artsaj.

Cualquier retraso en la implementación de medidas tajantes contra Turquía y Azerbaiyán está causando daños irreparables a la Pax Europaea, pérdidas de cientos de vidas humanas inocentes, y una crisis humanitaria cada vez más profunda en todas las partes. Alrededor de 90.000 personas —más del 60% de la población de Artsaj— ya han abandonado sus hogares, mientras que la capital, Stepanakert, se ve reflejada en la dramática estampa del ‘Guernica’ de Picasso después de un mes de intensos bombardeos.

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