El buen mecenas y la envidia
10 de junio de 2019

La gran mayoría de los españoles nos felicitamos de la generosidad de Amancio Ortega al donar 320 millones de euros a la sanidad pública a través de su fundación. Esa cuantiosa suma servirá para que las autoridades adquieran más de 290 equipos de última generación para la detección y curación del cáncer. Se añade a otras donaciones anteriores en el campo de la salud y la educación. También ha entregado a Cáritas la mayor suma jamás recibida por esa benemérita institución. Por eso hemos visto con disgusto que la parlamentaria de Podemos en la Comunidad de Madrid Isa Serra haya criticado esa donación con dos argumentos: que la sanidad pública no debe aceptar limosnas, y que un donante privado no debe interferirse en las decisiones técnicas de la autoridad pública. La señora Serra ha recibido el pleno apoyo de Pablo Iglesias y otros dirigentes de su partido. Este incidente no es una mera anécdota, pues plantea la cuestión del papel de la magnanimidad personal en las sociedades liberales.

LAS RAZONES DE PODEMOS. Es parte del espíritu de Podemos el preferir los impuestos al mecenazgo, y ello por tres razones. Detestan la idea de que los individuos puedan usar su libertad para gastar su fortuna de la forma que crean más adecuada. Consideran que las grandes decisiones sociales deben quedar en manos de especialistas “democráticamente” elegidos. Y temen que las decisiones de los mecenas sean fuente de desigualdad. No es cierto, como se argumenta demagógicamente, que la parte de los ingresos que un individuo o una corporación asignan a un fin público de su elección suponga una reducción de sus impuestos: el donante decide el fin público al que se van a dedicar la parte de sus contribuciones de esta forma separados de la decisión política.

El mecenas, al elegir un destino para los fondos que dona, favorece a un grupo de beneficiarios y no a todo el pueblo por igual. En el caso que nos ocupa, habrá algunos enfermos de cáncer que reciban una atención médica preferente, hasta que la demanda de esos nuevos cuidados no lleve a la ampliación de la oferta y la reducción del coste unitario de los aparatos. Tal ha ocurrido con la resonancia magnética. Esta cuestión de la inicial desigualdad en la asignación de la nueva tecnología es muy reveladora de la visión política de los izquierdistas radicales. Prefieren que todos reciban por igual un tratamiento obsoleto a que algunos gocen por algún tiempo de un trato más favorable. Aún habría que ahondar más en el igualitarismo de los críticos del señor Ortega. En realidad, Isa Serra y Pablo Iglesias detestan a los ricos. No pueden comprender que haya personas que ganen montañas de dinero honradamente y sirviendo al público (es decir, que haya ricos que puedan comprar una casa mejor que la de Galapagar.

Los igualitarios no han comentado el éxito de la giving pledge, el compromiso de dar de tantos milmillonarios famosos del mundo. Bill y Melinda Gates, junto con Warren Buffett, lanzaron la idea de que personas con grandes fortunas prometieran la mitad de su riqueza a causas benéficas. Hasta ahora se han comprometido 40 grandes fortunas en Estados Unidos y, tomando el mundo en su conjunto, ricos hasta de 23 nacionalidades (Expansión, 29/05/19). Entre ellos se encuentran Michael Bloomberg, Carl Icahn y Mark Zuckenberg. Es interesante saber que algunos del grupo, como Clinton y Buffett, han criticado los bajos impuestos a las grandes fortunas, lo que no han utilizado como excusa para no contribuir.

ÉTICA PARA ECONOMISTAS. La sociedad de libre mercado tiene mala fama a pesar de haber contribuido señaladamente al bienestar de millones de personas, en especial en las partes más pobres del mundo. Marx consiguió disfrazarla con el sambenito de “capitalismo”, un sistema que, empujado ciegamente por el avance tecnológico, ponía en manos de los ricos un creciente poder de explotación de los pobres. Marx olvidaba (como Piketty, por cierto) que la mayor del capital en el mundo moderno es capital humano y capital social, formas de riqueza ampliamente difundidas entre todas las clases, que no suelen ser instrumentos de explotación. El capitalismo, pues, tiene mala imagen y no solo por desconocimiento de la historia económica y social de los últimos tres siglos. La razón profunda de esa hostil percepción es que, a pesar de sus esplendorosos resultados, se lo considera inmoral o todo lo más amoral, pues está basado en la búsqueda del propio interés, algunos dicen que en el egoísmo. Ello lleva a que solo se consideren morales las acciones “solidarias”, como se dice hoy en día, y no las que contribuyen a la creación de riqueza. Deberíamos, sin embargo, entender que, además de la moral magnánima o solidaria, existen otros dos sistemas éticos que sostienen nuestra civilización y que son: la moral mundana y la moral de la mano invisible de que hablaba Adam Smith.

Como han explicado luminosamente Clark y Lee (Cato Journal, 2011 Winter), la moral de la magnanimidad hunde sus raíces en el pasado tribal de la humanidad y lleva a sentir que solo son morales las intenciones altruistas y las acciones que de ellas se siguen, a saber: (a) las acciones cuya intención es la de ayudar; (b) las que suponen un sacrificio personal, y (c) las que benefician a personas identificables. Estos tres rasgos no se encuentran en las éticas mundana y de la mano invisible. La ética mundana es la más neutra y quizá la menos visible de las tres. Es lo que llamamos capital social. Consiste en no mentir, no utilizar la violencia o el engaño, respetar los acuerdos, cumplir los contratos, ser corteses y demás normas del bien vivir. Por su parte, la ética de la mano invisible, típica del libre mercado, se basa en el trato repetido y voluntario entre personas que la mayor parte de las veces ni se conocen; un trato que se basa en la información que transmiten los precios.

La llamo “de la mano invisible” porque el propio Adam Smith así la denominó en el libro IV de La riqueza de las naciones: los actores económicos, cuando persiguen solo su propio beneficio, en muchos casos “se ven conducidos por una mano invisible a promover un fin que no era parte de su intención el promover. Cuando persiguen su propio interés a menudo fomentan el progreso de la sociedad mejor que cuando pretenden hacerlo directamente.” Las acciones encauzadas por la mano invisible ni se hacen con la intención de ayudar, ni se basan en el sacrificio de la propia hacienda, ni se dirigen a personas identificadas. Persiguen el beneficio, obtienen ganancia si aciertan y contentan a grandes grupos anónimos. Sus ganancias no se basan en el mérito sino en la satisfacción del público.

Es una pena que la gente valore las acciones solidarias más que los resultados obtenidos por grandes y pequeños empresarios con el trabajo bien hecho y las ideas novedosas por propio interés. Siempre pregunto que cómo ha hecho más bien a la humanidad Bill Gates, ¿con los productos ofrecidos en Microsoft o con las inversiones de su fundación?

¿DEVOLVER A LA SOCIEDAD? Por eso oigo con escepticismo las proclamas de los grandes mecenas de que con sus fundaciones y donaciones buscan devolver a la sociedad algo de lo que esta les ha dado. Si se han hecho millonarios con sus productos y servicios es por haber dado a la sociedad algo de lo que necesitaba o demandaba, sean bienes, sea trabajo, y la sociedad les ha devuelto el favor comprando esos bienes y servicios a un precio remunerador que les ha dejado un beneficio. No se me entienda mal. Agradezco y alabo la generosidad de los grandes mecenas que, movidos por el amor al arte, el respeto a la ciencia, el deseo de combatir las enfermedades o la ignorancia, regalan grandes sumas de su patrimonio (lo hagan ex abundantia cordis, o para ganarse el respeto de sus congéneres). Y agradezco especialmente que dirijan sus fundaciones con la sabiduría con la que han llevado sus negocios. Nada tienen que hacerse perdonar ciertamente no su bien adquirida riqueza.

Publicaciones relacionadas