Del orden constitucional y del orden empresarial
9 de noviembre de 2018
Por admin

El pasado 23 de octubre, Rosa Díez publicó un extraordinario artículo en el diario El Mundo titulado “Resistencia para defender la Democracia”, en el que decía: “Formo parte de una generación que ha vivido con estupefacción el crecimiento del secesionismo catalán y su pulsión golpista ante el silencio o complicidad de los prescriptores de opinión, los medios de comunicación en general, los partidos políticos otrora nacionales, los sindicatos y las asociaciones empresariales”.

En efecto, ha sido y sigue siendo extremadamente sorprendente la condescendencia de casi todos, durante decenios, con el nacionalismo –catalán y no catalán–, enfermedad que, como ha recordado muy recientemente el presidente Macron en unas declaraciones al periódico Ouest-France, se está convirtiendo en la lepra política de Europa. Lo ha sido siempre, como demuestra la historia. Pero la Sra. Díez, teniendo mucha razón, no la tiene del todo. Por lo que respecta a los empresarios, no todas las asociaciones empresariales han guardado un “cuidado” silencio y una “cuidadosa” –e interesada– complicidad. Por citar nuestro humilde caso, la “Asociación Madrileña de la Empresa Familiar” insertó en aquellos momentos tan críticos una página completa en EXPANSIÓN en defensa de España, su Constitución y la Monarquía (ver EXPANSIÓN del 9 de octubre de 2017). No hacía falta ser un visionario para darse cuenta de lo que el nacionalismo pretendía y sigue pretendiendo: acabar con la Constitución y con España. Aquel Manifiesto nuestro, de la Asociación Madrileña de la Empresa Familiar, recibió cientos de felicitaciones de ciudadanos e instituciones. Así que no es cierto que todos hayamos estado en el silencio condescendiente ante semejantes aberraciones políticas e históricas.

Sin embargo, es verdad que hubo clamorosos silencios, vacías y equidistantes llamadas “al diálogo” y actuaciones ciertamente cuestionables. Recientemente, el todavía presidente de la CEOE se permitió visitar no hace mucho en prisión a uno de los cabecillas de la rebelión, ante la incredulidad, incomprensión y desasosiego de muchos de sus miembros. También, hasta el otro día, ha habido un silencio atronador del Instituto de la Empresa Familiar, que en aquellas horas y circunstancias tan críticas para España y su orden constitucional, pudo convertirse en importante paladín de la Constitución pero decidió no hacerlo. Claro que la cosa tiene su explicación. Significados miembros de dicha institución llevan, en su mismo ADN, el catalanismo y, por derivación, el independentismo tácito y/o táctico: no por casualidad el IEF, revestido de una apariencia nacional que atrajo a grandes empresarios de toda España que veían la necesidad de reforzar la sociedad civil, tenía una realidad paralela como subrepticio “centre de poder” catalán impulsado por el señor Pujol (con la inestimable ayuda del señor Alavedra). Controlado de facto durante muchos años por un puñado de empresarios y financieros catalanes, formaba parte del proyecto de ingeniería social que se ha venido aplicado en Cataluña y que ha explicado con extraordinaria lucidez D. Gaspar Ariño en su libro: “Cataluña hoy, la ruptura de los puentes”. Que ese proyecto era “modulable” y que se “modularía” según conviniera en cada momento, era perfectamente previsible. En honor a la verdad, hay que aplaudir que el actual presidente del IEF, que sin duda es un gran empresario, no parece estar ya en esa línea del cómodo silencio del pasado y recientemente haya hecho un importante e incisivo discurso ante un estupefacto presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Y en ese sentido, se ha acercado a lo que Rosa Díez reclamaba.

En el curioso conservadurismo español, tan poco conservador en sentido anglosajón, siempre se cumple una ley de hierro: sentirse en atemorizada inferioridad frente a los dogmas políticos de las ideologías “progresistas”. Y de los nacionalistas que les hacen los coros. Debilidad que siempre acaba en la misma aporía: que, al final, a los primeros que arrollan las aguas turbulentas es a la burguesía, incluyendo a la empresarial. Le pasó a la burguesía conservadora alemana del famoso Von Papen, que iba a domesticar al tigre Hitler y acabó despedazada por él. Y le ha ocurrido en buena parte a la burguesía catalana, tan ufana de su secular seny (que, visto lo visto, estaba claramente sobrevalorado): miles de empresas han tenido que abandonar Cataluña para seguir manteniendo –con mínima seguridad jurídica y perspectivas de futuro– sus negocios. Toda persona con una cierta formación lo sabe: la ceguera histórica de los nacionalistas es, como tantas veces se ha demostrado, ilimitada. Su razón de ser es una teología política trasnochada: un misticismo predemocrático que los hace considerarse seres de un orden diferencial y superior. Esa “teología” política es incompatible con el orden democrático creado e instaurado por Occidente.

Es esa naturaleza democráticamente regresiva la que les está llevando a las peores aberraciones para romper nuestra Constitución de 1978 y llevarse por delante al Rey como garante de la unidad de España, a quién se ataca con saña ante la penosa y calculada “respuesta” del Gobierno. La ceguera nacionalista no sorprende. Lo que sí sorprende es nuestra propia ceguera: le seguimos concediendo a los nacionalistas –vascos y catalanes– unos méritos democráticos y unos derechos políticos que no tienen, y les seguimos atribuyendo –y de eso se queja, con toda razón, el fondo del artículo de Rosa Díez– una superioridad democrática, y hasta moral, de la que carecen por completo.

Y ante la multitud de pruebas, desde los acontecimientos en Cataluña hasta los más recientes en Alsasua, está claro que este lamentable Gobierno, apoyado por los independentistas y por los comunistas revolucionarios, no respeta su obligación moral y legal: defender y hacer valer el orden constitucional como garante de nuestras libertades y como base esencial de la convivencia. Por eso hay que saludar que algunos se hayan dado cuenta por fin de lo evidente y acaben con el incomprensible silencio que los puso al margen de la urgente defensa del orden constitucional. Bienvenidos todos a la insoslayable lucha a favor del orden democrático y de la Constitución.

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